Alguna vez he dicho que las clases sociales ya no existen y me lo han reprochado. “Hay ricos y pobres, ¿cómo dices eso?”. Porque no tiene nada que ver. A un pobre le toca la primitiva o encuentra un padrino en la política y su pobreza se acabó, también su marginación; es admitido en todos los clubes. Clases sociales había en la sociedad victoriana en la que se desarrolla esta novela, publicada en la Inglaterra de 1861. Llama la atención, o no, depende de lecturas previas, que los personajes de la novela den por hecho que el que nace sirviente morirá sirviente, su máxima aspiración es que sus hijos encuentren una colocación similar, sin tener que descender a las negruras sociales dickensianas. Naturalmente, un aristócrata considera justo, además alarde de bonhomía, tratar bien a los inferiores, pero manteniendo las distancias duras como el diamante. Otra cosa que me llama la atención es el número inmenso, es decir, no medido, de terratenientes en un país tan pequeño como Inglaterra.
Adoro a Collins desde que leí “La piedra lunar”, prologada admirativamente por Borges; también disfruté con “Basil “ y “Armadale”. “La mujer de blanco” es su novela más famosa.
He
disfrutado mucho estas, ojo, setecientas páginas. Edita Navona en julio de
2018.
No hay comentarios:
Publicar un comentario