Levi
vivió entre 1919 y 1987. Nació y murió en Turín. Entró y salió del infierno,
como Gilgamesh, Orfeo, Teseo, Hércules, Odiseo, Eneas, Jesús. Permaneció allí
más tiempo que ellos. Y fue verdad. No se hizo la pregunta de Segismundo, Levi
sabía que su esclavitud se debía al delito de haber nacido… judío.
Escribió tres libros sobre su experiencia en
un campo de exterminio nazi. “Si esto es un hombre” cuenta su captura en
diciembre del 43 y la subsiguiente estancia en Auschwitz hasta principios de 1943. En “La tregua” narra
el increíble, rocambolesco, absurdo y doloroso viaje de regreso a casa. Comento
aquí el tercero, “Los hundidos y los salvados”.
Los dos primeros son libros de hechos, cuentan
lo que pasa, este tercero reflexiona sobre ellos. Combate la afirmación de un
SS, que gracias a hombres como Levi ha resultado falsa. Quien se engaña hoy
sobre el Holocausto en concreto y los totalitarismos en general, es porque
quiere eludir sucesos, testimonios y razonamientos disponibles. Lo que dijo el
soldado miembro de las SS, Schutzstaffel, “escuadras de protección” (Ah, el
lenguaje del mal) al judío fue: “ De cualquier manera que termine esta guerra, la
guerra contra vosotros la hemos ganado; ninguno de vosotros quedará para
contarlo, pero incluso si alguno logra escapar el mundo no lo creería. Tal vez
haya sospechas, discusiones, investigaciones de los historiadores, pero no
podrá haber ninguna certidumbre, porque con vosotros serán destruidas las pruebas”.
La profundidad, complejidad, honradez del
libro queda de manifiesto en el segundo capítulo: La zona gris. Nos habla de
los presos que, para sobrevivir, son cómplices de los nazis, tan crueles como
ellos. Los que llevaban físicamente a las víctimas a la cámara de gas eran
judíos también; a su vez, tras dos meses de ejercer su labor, serían gaseados y
relevados por otros de condición similar.
No leemos con alivio sobre la felicidad de la
liberación, porque no es tal. Los liberados, almas desnudas sobre los huesos,
deben lidiar con sentimientos de abatimiento, vacío tras el horror; la
vergüenza del superviviente.
La violencia inútil, gratuita, tenía un fin;
el sadismo era un plan, no un impulso. Deshumanizar al preso. Si este se
trataba como basura inane y no era percibido como hombre, era más fácil matarlo
industrialmente.
¿Por qué los presos se rebelaron pocas veces,
intentaron poco la evasión? También encontramos repuesta a esta cuestión.
La parte final del libro la dedica Levi a su
correspondencia con alemanes. Las justificaciones, disculpas, o no, de estos.
La responsabilidad cierta y gravísima de la gente común, con buena opinión de
sí misma incluso, en el advenimiento y dominio de los totalitarios.
270 páginas estremecedoras, reflexivas, imprescindibles.
Antídoto contra el veneno de los atajos hacia la utopía que se saltan la
democracia, a izquierda y derecha. Leo la primera edición de El Aleph Editores
de octubre de 2002. Afortunadamente, es libro fácil de encontrar.