“Llegué a St. Gatien procedente de Niza el martes 14 de
agosto. Me detuvieron a las 11.45 del jueves 16 un agente de policía y un
inspector de paisano, quienes me llevaron a la comisaría.”
¿Y a qué desgraciado turista le pasa eso?
A Joseph Vadessy, un amargado profesor de idiomas en París, de procedencia austrohúngara,
es decir, apátrida, de viaje por la costa mediterránea francesa justo en vísperas
de la II GM. Aficionado a la fotografía, al revelar uno de sus carretes aparecen
imágenes de fortificaciones en el puerto de Tolón que él no ha tomado, lo que
hace saltar las alarmas del revelador y de las autoridades. Arrestado como sospechoso
de espionaje, consigue del inspector tres días de gracia para demostrar su inocencia.
Para ello tendrá que investigar con el mayor tacto posible a los otros
huéspedes del pequeño hotel donde se aloja, pues entre ellos está el verdadero
espía, lo que revelará las complicadas relaciones humanas y las tensiones nacionalistas
que barruntaban los odios de la inmediata guerra.
Para los espectadores de múltiples
series de televisión protagonizadas por agentes brillantes e hipermusculados, este
argumento puede parecer una tontería. Pero hay que ponerse en la piel del angustiado
profesor y viajar en el tiempo, a 1938, cuando se publica esta novela, para
asistir al nacimiento de una nueva manera de concebir el espionaje de la mano
de Ambler.
Antecedente y también contemporáneo del
maestro G. Greene, quien admiraba justamente su buen hacer, Ambler es el
iniciador de las novelas de espías como las conocemos hoy en día, modelo que
luego desarrolló y canonizó Greene; y también es cultivador de ese hallazgo
literario que es hacer un espía a partir de un tipo mediocre que sin comerlo ni
beberlo se ve envuelto en conjuras internacionales que por mano maldita
dependen de su escaso juicio para resolverse. Una jugada maquiavélica que en
este caso tiene como escenario un hotelucho de la Provenza (ay, esos hoteles de
preguerra, el juego que han dado en cine y literatura) con un variopinto e
internacional grupo de huéspedes, sin olvidar al inspector tocapelotas.
Clásico (en exceso quizás para los
gustos de hoy en día) en construcción y desarrollo, enarbola la bandera de la
lógica para resolver el embrollo. No hay ni artificios técnicos ni sociedades
secretas, sólo un hombre caminando a ciegas. Y esa es su genialidad: el protagonista
es tan metepatas como podría serlo cualquiera de nosotros si nos viéramos abocados
a una situación parecida. Por eso se gana rápidamente la simpatía del lector.
Me gustaría hablar también del estilo
literario pero la traducción de Navona es criminal. Estas novelas no merecen
ese trato.
Aun así, lo recomiendo con alegría
porque lo he disfrutado muchísimo, en particular para todos los que somos
aficionados a las novelas de espionaje y a las películas clásicas del género.
Como curiosidad, deciros que muchas de
las novelas de Ambler fueron llevadas al cine, como la famosa “Máscara de
Dimitrios”, y él también trabajó como guionista en varias adaptaciones. De este
libro hay peli con el enorme James Mason haciendo del desgraciado protagonista,
que bordaba ese tipo de personajes, aunque me chivan que es lo único bueno de
la película casi. Una pena.
Sybilalibros
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