viernes, 12 de marzo de 2021

EL INICIO DE LA PRIMAVERA. Penelope Fitzgerald

Para mí ha sido una auténtica gozada de esta estupenda autora.

Parece la típica novelita costumbrista “british”, con su ingenioso humor y personajes arquetípicos entre la flema y el disparate, pero es mucho más, entre otras cosas porque está ambientada en la Rusia zarista a punto de irse a pique por la revolución, con lo que ello conlleva de exotismo e intimismo, aunque parezca paradójico. 

Marzo de 1913. Moscú está a las puertas de la primavera y una familia inglesa que reside allí como si fuera un picnic en la campiña, está a punto de deshielo también:

“Cuando los abedules jóvenes crecían y se hacían más y más altos, la capa que recubría la base del tronco se fragmentaba y se escindía en manchas oscuras y suaves. Las ramas definían el blanco sobre el negro, el negro sobre el blanco. Las ramitas más tiernas eran delgadas, con forma de látigo, de un color marrón oscuro que despedía destellos púrpuras. En cuanto se abrían las brillantes yemas, las pequeñas e incipientes hojas comenzaban a exhalar un fragante aroma, no tan marcado como el del álamo, pero sin duda más salvaje e inolvidable, la verdadera esencia de los lugares agrestes y solitarios”.

Frank Reid es dueño de una imprenta heredada de su padre. Aunque nacido en Moscú, es ciudadano británico, al igual que su esposa. Como buen inglés, anhela una vida rutinaria que le permita la suficiente tranquilidad para su codiciado aislamiento. Pero ni su país de acogida ni su mujer están por la labor, infectados por una primavera anarquista.

Una noche, al regresar a casa, descubre que su compañera le ha abandonado para ingresar en una comunidad tolstoyana de Inglaterra. Frank, epítome de la parsimonia que le corre por las venas, se aferra a lo conocido y se queda al extraño cuidado de sus tres hijos y empresa, acompañado solamente por Selwyn Crane, su contable, un personaje fascinante, y Volodia, un misterioso estudiante que irrumpe en la imprenta con intenciones poco claras. A ellos se unirá la niñera Lisa, una Nimué capaz de alterar al imperturbable Merlín-Frank. El hogar inglés saltará por los aires por mor de la costumbre dinamitera rusa de entrometerse en la vida de sus vecinos.

Lo que sigue, en un difícil juego de pasos adelante y atrás que puede despistar al lector, son las reflexiones de Frank sobre los motivos que llevan a la gente a tomar decisiones irracionales:

No estamos hechos para vivir solos. La vida hace sus propias correcciones”

Mientras, el manto blanco de nieve que silencia anhelos se retira para mostrar la realidad que subyace en todo ser humano, en toda ciudad, en todo país.

Escribir una comedia costumbrista inglesa en el Moscú revolucionario suena a disparate o aún peor, a devaneo distópico. Pero no. Solo una autora como Fitzgerald puede transitar por esta innovación y salir más que airosa. Trasladar el abandono matrimonial, fuente de alimento espiritual de la aldea inglesa, a una oscura imprenta moscovita y lograr una pequeña maravilla se debe a una atmósfera de despertar de cuento de hadas sobre el que se ciernen rojos nubarrones de trolls; a las fabulosas descripciones del Moscú de principios de s. XX y sus gentes; a un humor fino y subterráneo, y como es habitual en la autora, a unos personajes genuinos de personalidades tan dispares que parece imposible que confluyan en ese pequeño universo tipográfico. La composición de Selwyn Crane en particular es antológica: devoto tolstoyano, experto en hacer sentirse culpable a todos los que le rodean, disfruta de un misticismo que oscila entre el Bien supremo y un Mefistófeles justiciero. Pura golosina.

La genialidad de Fitzgerald reside en enfocar un apacible plano para acto seguido pisar el detonador y volarlo por los aires para que salte en mil pedazos de historias. Mi admiración la seguirá por toda la eternidad.

Para los críticos no es su mejor obra. Muchos de los lectores se han sentido decepcionados, en parte por falta de empatía, en parte por incomprensión de la estructura y del sentido de la novela, pero a mí me ha gustado mucho. Fitzgerald muestra la primavera como una metáfora de libertad, la de la esposa asfixiada en un matrimonio aburrido, la de un pueblo oprimido, la de un hombre obligado por primera vez en su vida a elegir.

Su prosa es ingeniosa, te obliga a leer entre líneas y consigue transcribir los problemas del mundo contemporáneo a un momento intemporal. Por ello os animo a que saquéis vuestro lado revolucionario y lo leáis cuando veáis las primeras flores brotar y los rayos de sol os calienten el rostro.

Por último, reseñar la buena traducción de Pilar Adón, llena de matices.

Sybilalibros  

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Destacado

El jardín de los Finzi-Contini. Giorgio Bassani

 " Yo, igual que ella, carecía de ese gusto instintivo que caracteriza a la gente corriente [...] más que el presente, contaba el pasad...