jueves, 28 de enero de 2021

FUEGO NOCTURNO Michael Connelly

 

Los héroes de la novela moderna no mueren jóvenes en el altar del realismo. A Harry Bosch, que luchó en Vietnam, jubilado de la policía de Los Angeles,  le han puesto una prótesis de rodilla y se le derrumban los pocos ídolos que le quedan.

 Vigesimosegunda novela con Harry Bosch como protagonista, he leído veinte. Cada una de ellas me ha entretenido, como mínimo, unas cuantas me parecen excelentes. Connelly sabe combinar perfectamente la descripción de los entresijos administrativos, políticos, humanos de la policía de Los Angeles, en sus distintos departamentos, con una acción trepidante. Las subtramas, usadas para establecer un ritmo perfecto, interesan tanto como la principal, todo expuesto sin confusión alguna. El resultado es que te lo crees todo. Verosimilitud sin dudas.

 Harry Bosch anda por los setenta años. En “Noche sagrada”, 2018,  y esta “Fuego nocturno” investiga casos, extraoficialmente, con la detective treintañera, hawaiana en Los Angeles, Renée Ballard. Es una mujer atractiva, por compleja e íntegra; tenemos personaje para varias novelas más, espero. El mar, antes ausente en las novelas con Bosch, aparece ahora como amor y terapia de la joven Renée; vive en la playa con su tabla de remo y su perro. Siempre me llamó la atención que Connelly no se sirviese en sus novelas del Pacífico angelino. Ahora es un atractivo más, con sus olas y sus nieblas.

 Recomiendo leer las novelas con Bosch desde la primera, “El eco negro”, 1992, hasta esta. Si les parece demasiada tarea, pueden leer cualquiera de ellas. Son novelas independientes, pueden leerse aisladas. Connelly no utiliza el truco de Nesbo, por ejemplo: comenzar un libro dependiendo de la trama de la novela anterior para comprenderla, no deja cabos sueltos importantes que obliguen a leer la siguiente.

“Fuego nocturno” es de 2019, la acción de la novela también. Leo la primera edición, 2020, de Alianza Editorial. 425 páginas trepidantes.

Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

 

domingo, 24 de enero de 2021

TOMBUCTÚ. Paul Auster


 “Donde termina el mapa del mundo es donde empieza Tombuctú”

Todo aquel que ha tenido perro y ha sufrido la desgracia de perderlo se ha imaginado cómo será ese cielo canino donde estamos seguros que van directos nuestros amigos. Pero yo siempre he creído que no hay diferencia, que se reúnen con nosotros en el mismo cielo porque ¿puede existir la Eternidad sin un hocico húmedo que te despierte por las mañanas? Inconcebible.

Paul Auster, judío al fin, no trasciende, pero sí nos lleva junto a Mr. Bones y Willy Christhmas a Tombuctú, el referente anglosajón para designar el fin del mundo, una especie de Finisterre, donde amos y aquellos perros con la capacidad para hablar pero sin cuerdas vocales por un tonto detalle evolutivo siguen su paseo interrumpido por la Parca.

Para llegar a Tombuctú hay un largo camino lleno de zarzas y cubos de basura, de alcohol y poemas visionarios, de amor incondicional y de hostilidad sin sentido, de abandono y empeño en lo absurdo, de soledad, al fin y al cabo.

Y esto es lo que nos cuenta esta fábula antigua actualizada al Brooklyn judío, tierna, cálida, divertida unas veces, despiadada otras, narrada por el perro más encantador, inteligente y fiel de la literatura: Mr. Bones, que por capricho de unos hados en perpetua melopea acaba siendo el perro de Willy Christhmas, una catástrofe de dos patas, poeta del desastre y filósofo del apocalipsis neoyorkino, drogadicto diplomado que viendo cerca su final, arrastra a su perro a un viaje disparatado en busca de la única persona que creyó en él como autor. Por desgracia se queda las puertas del Nirvana y Mr. Bones tiene que seguir su vida solo. Y a partir de este punto es cuando empieza la aventura para Mr. Bones y para el lector.

Sin ser admiradora de Auster, y a pesar de contarse entre sus obras menores, he disfrutado cada página de este libro. He llorado, he reído, he sufrido y me he emocionado hasta el tuétano. Su narración lineal y sencilla hace que la lectura fluya y su estilo coloquial, chusco a veces, genera la inmediata conexión con el lector. Si a eso se añaden dos protagonistas maestros en el arte de robar el corazón, el placer está servido.

Ya lo dice Willy: “Si se ponían al revés las letras de la palabra perro-en inglés- ¿con qué se encontraba uno? Con la verdad, ni más ni menos”

No sólo altamente recomendable para los amantes de los chuchos sino para cualquiera que tenga un alma vagabunda y crea en la amistad sin importar la especie.

He leído la edición de Anagrama 1999

Sibylalibros

 

viernes, 22 de enero de 2021

LA INVENCIÓN DE MOREL. Adolfo Bioy Casares.

 

Hay libros que no pueden/ deben reseñarse si no se quiere cometer un atentado contra su identidad. "La invención de Morel" es uno de ellos.

Pero ¿cómo animar a los lectores a acercarse a él? 

¿Lectura obligada? Un oxímoron que agitaría en su tumba a Bioy.

 ¿Imprescindible? Suena a la pertinaz lista de prensa de los autoproclamados popes de la lectura. Vade retro.

¿Alucinante? Sí, es fantástico en todas sus acepciones, pero se queda corto.

¿Cambiará tu universo lector? Sólo si eres capaz de trasformar el infinito en una isla.

Para mí ha sido una Odisea onírica, un Robinson Crusoe perseguido por la justicia que se enamora de Laura de Preminger en un acantilado, un laberinto de espejos que se burla de La dama de Shanghai, una Máquina del Tiempo que ha renunciado al amor para gobernar sobre morlocks, una Isla Misteriosa donde se juega a demiurgos... Todos los cuentos y ninguno.

Leer a Bioy es cruzar el espejo de Alicia. Espero que vayáis tras el conejo.

Sybilalibros

miércoles, 20 de enero de 2021

LA MUERTE DE AMALIA SACERDOTE. Andrea Camilleri.

 

De vez en cuando Camilleri abandona su paraíso particular de Vigatà, le da vacaciones a Montalbano y desciende a la terrenal Palermo; se calza las botas de su colega y compatriota L. Sciascia y hace, a mi modo de ver, más que una novela, un guión de TV, en el que, con la excusa de la muerte de la hija de un poderoso mafioso, se lanza a una descarnada crítica político-social de la Sicilia actual.

Es una novela extraña tanto en su concepto como en la forma. El protagonista no es un detective sino el director de la RAI de Palermo, Michele Caruso; no interesa el cadáver sino la enmarañada red de influyentes relaciones que giran a su alrededor; no hay voluntad de resolver el asesinato sino que el motor que impulsa la acción es el miedo, el chantaje y las ansias de poder tras cada información proporcionada.

La narración se desarrolla en forma de múltiples y aceleradas conversaciones lideradas por Caruso quien, como un funambulista sobre un tenso cable tejido por intereses políticos, judiciales, mafiosos y financieros, dirige la investigación buscando más los réditos periodísticos que la solución del caso. Así, será el lector, becario de la redacción, el que irá deduciendo y resolviendo la intrincada trama, más enrollada que unos “spaghetti al nero di seppia”. Es tal la multitud de ramificaciones del argumento y de personajes que en más de una ocasión se pierde el hilo.

Está claro que Camilleri se desenvuelve mejor en la ocurrente fabulación que en el realismo social, pero aun faltando el ingenio habitual de sus protagonistas y siendo en esta ocasión la sátira carente de toda gracia, animo a la lectura de esta novela por lo que supone de brutal denuncia contra esa corrupción secular que mantiene a la perla del Mediterráneo prisionera de la tenaza mafiosa.

La recomiendo para incondicionales de Camilleri, para los amantes de Sicilia con todas sus consecuencias, para los que nos revuelve y a la vez apasiona el tema de la Mafia, porque nunca viene mal un latigazo a la conciencia.

P.D: Sigo sin entender por qué la catalogan como novela negra (incluso con premio en esta categoría en 2008) porque no tiene nada de policíaco pero sí mucho de política.

Sybilalibros

 

 

 

domingo, 17 de enero de 2021

MEMORIAL DE LOS LIBROS NAUFRAGADOS. Edward Wilson-lee

 

La sombra de un padre celebérrimo abriga, protege pero, ¿cómo te sacudes la manta de plomo que te ha echado  encima?

No creo que los hijos de Colón se lo planteasen. Vivieron sin comprender la transcendencia inconmensurable de los actos de Cristóbal Colón. Diego fue un tarambana que se sirvió de los méritos paternos, Hernando, más complejo, merece un libro, este.

 Hernando Colón cordobés de 1488, muere rodeado de sus libros en su casa sevillana junto al Guadalquivir, en 1539. Su madre es Beatriz Enríquez de Arana, su padre un tal Cristóbal. Este pudo desentenderse de Hernando, pues no tenía vínculo legal con la madre; sin embargo, consiguió colocarle de paje en la corte del príncipe Juan, heredero de los Reyes Católicos. La descripción de esta corte es uno de los atractivos del libro que comento. Luego don Cristóbal llevaría a América al mozo de catorce años en su cuarto viaje, 1502. Hernando volvería a la actual República Dominicana en 1509.

 Siempre defenderá Hernando a su padre, pleiteará por el Almirante y sus derechos siempre. Su hermano Diego se quedará la parte del león de la herencia sin resistencia por su parte. El desprendimiento de Hernando sorprendería si no fuera porque es hombre enamorado. Notable cosmógrafo y geógrafo, comenzó un censo y descripción de España, mandando agentes pueblo por pueblo. Una orden del Consejo de Castilla interrumpió este proyecto descomunal. Escribió una vida de su padre reivíndicandolo. Dije enamorado… de los libros.

 Eran muy pocas las bibliotecas particulares a principios del siglo XVI. La gente solía guardar sus libros en cofres o armarios o sobre una mesa. Unas pocas decenas de volúmenes eran muchos. Como el dueño podía llevar de memoria perfectamente la lista de títulos, la colocación de estos no era un problema. Hernando no es que leyese cualquier papel que encontrase por la calle, anticipando El Quijote, es que lo guardaba. “Desde libros, manuscritos y panfletos hasta estampas, folletos, partituras, pósteres de tabernas y un largo etcétera”. Tenía la pretensión de formar una biblioteca universal, total, con una ambición que nos deja perplejos, pues incluso entonces coleccionar todo lo publicado era vaciar el mar retirando el agua con un cubo. Lo intentó. Compró libros por toda Europa. El hermoso título de este, Memorial de los libros naufragados, no es una ocurrencia poética. Se refiere a que, en su afán clasificatorio, anotó los libros que, comprados en Venecia, se perdieron en el mar, al naufragar el barco que los llevaba a Sevilla. Debió ser uno de los mayores dolores de su vida. Hizo fichas, inventó estanterías, para que la gente pudiera buscar y consultar los volúmenes, pues pensaba en los futuros usuarios de su tesoro. Anotó en cada libro el lugar de la compra, el precio, escribió resúmenes de cada uno. Cualquier amante de los libros sentirá gran simpatía por este hombre, una afinidad íntima y melancólica, por lo que se intenta y lo que se logra en esta vida, a veces traspapelada.

 

 Edward Wilson-Lee describe bien esta época excitante de España,  renovadora del mundo. Cae en algunas simplificaciones, pero no es este un libro de Historia y hace bien en no profundizar demasiado. Sabe que no puede abarcarse todo, aunque admiremos a los hombres que, como Hernando, lo intentan. El primer tercio del libro habla de Cristóbal Colón principalmente, lo que puede impacientar a los buenos conocedores del Almirante, al leer cosas ya sabidas. 658 páginas. Leo la edición electrónica de Planeta, 2019. Por las ilustraciones y mapas, recomiendo la edición de papel.

   Nada queda de la biblioteca hogar que Hernando construyó en Sevilla, junto al río frente a Triana. Sus huesos, polvo enamorado como polvo oloroso de libro viejo, más lo que resta de sus libros, una quinta parte de los quince mil que atesoró,  pertenecen a la catedral hispalense, sede de san Isidoro, otro curioso y compilador universal.

Su ex libris: Don Fernando Colón, hijo de don Cristóbal Colón, primer Almirante que descubrió la India, dejó este libro para uso y provecho de todos sus prójimos, rogad a Dios por él.

 Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

 

 

 

jueves, 14 de enero de 2021

EL HOMBRE QUE SE ENAMORÓ DE LA LUNA. Tom SpanBauer


 “Tú vives conociendo y comprendiendo que eres una historia que has inventado para mantener alejada a la luna. Y como sabes lo que es vivir sin una historia, te has vuelto un experto en historias y en el poder de las historias. ¿Qué es un ser humano sin una historia? –preguntaba. Es un niño mestizo y pervertido que persigue al pájaro teruteru, que mira por las ventanas a la gente que hay dentro, que mira a quienes creen que son, cómo les van sus historias… y cómo se las arreglan.”

Estamos hechos de historias, es lo que nos viene a decir Spanbauer, un escritor, cuando menos, singular.

Llegué a él por las recomendaciones encendidas de amigos lectores. Iba dispuesta a encontrarme con una escritura apasionante, pero lo que no me esperaba era el objeto de esa pasión.

“El hombre que se enamoró de la luna” es un relato iniciático entre el mito y la realidad protagonizado por Cobertizo, un joven mestizo de india y blanco que sólo habla la lengua de sus ancestros sin saber a qué tribu pertenecían. Criado en el prostíbulo donde trabajaba su madre en un villorrio del medio oeste norteamericano, un Eldorado de polvo y supervivencia codiciado por los expansivos mormones. Violado por el asesino de su madre sale en busca de su escurridiza identidad siguiendo un camino místico donde el lenguaje y la homosexualidad se fecundan mutuamente (paradojas mágicas de los indios “berdajes”) para dar a luz a un nuevo Cobertizo.

 Le acompañan en este viaje unos personajes tan estrambóticos como sugestivos que embaucan al lector de tal manera que acaba deseando ser acogido en el burdel que regenta Ida Richelieu, ser amado por Alma Hatch, la indómita prostituta, y contemplar la luna hasta volverse loco como el vaquero de los ojos verdes y el sexo tántrico, Dellwood Barker.

  “El hombre que se enamoró de la luna” no sólo no es una novela usual, ni fácil, ni clara, sino que además exige del lector una mente abierta y una amplia trayectoria lectora para no perderse en los oscuros meandros antropológicos y junguianos entre los que discurre una trama de búsqueda desesperada del yo envuelta en un maravilloso celofán de western crepuscular donde el lenguaje es a la vez llave y trampa. “Buscar quién soy es quién soy” dice Cobertizo, narrador y protagonista.

La prosa de Spanbauer tiene una magia poderosa, te atrapa con sus palabras, que repite como en un conjuro hasta que te hipnotiza. Lo que ocurre es que cuando se abusa de ese magnetismo, cuando follar, polla o culo aparecen en un párrafo más veces que cualquier otro término, erosionan el poder del hechizo que termina por desvanecerse y el iniciado, es decir, el lector, abandona al chamán/ escritor hastiado y al libro por puro hartazgo repetitivo. Al menos en mi caso.

Ello no es óbice para reconocer el talento de Spanbauer, cuya ajetreada vida construye su literatura: de camarero de hotel de lujo en Kenia a miembro adoptado de la tribu shoshonne, es fundador de la escuela de escritores del Pacífico denominada “Dangerous writing” cuyo miembro más conocido es Chuck Palahniuk. El objetivo de la escritura peligrosa no es otro que volcar en el proceso creativo los miedos, vergüenzas y tabúes del escritor para enfrentarse a ellos. Su lema: “la ficción es la mentira que cuenta la verdad más auténtica”

En sus obras explora la identidad sexual, la pertenencia a la familia, el yo y cómo conocerlo. Su prosa extrema, su ingenio para crear personajes inolvidables, su habilidad para envolverte en las historias que quiere contarte hacen de él un autor sobresaliente. Es un encantador de serpientes/palabras que te muerden y disfrutas con el veneno.  

P.D: Aviso a los lectores que se aventuren en su obra: sus brutales y físicas descripciones de violaciones, sexo y crueldad pueden herir la sensibilidad menos delicada.

Sybilalibros

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