Ya me conocéis. No leo novela histórica porque me entran tales alferecías que ya me han ofrecido protagonizar “El exorcista” en 3D y sonido THX.
Pero como la mayoría de los audiolibros que
consigo en internet para ponerlos como ruido de fondo mientras ando con
manualidades y labores son de este género, a algunos les doy una oportunidad.
“La columna de hierro” venía avalado por
encomiásticas opiniones de los aficionados al género por riguroso, ya que su
autora es una especialista en historia romana, además de gozar de continuadas
ediciones desde que se publicó allá por 1965. Para terminar de convencerme,
novela la vida de uno de los personajes más amados por esta que escribe, Cicerón.
Y ahí me tienen, despojándome de todo prejuicio y abriendo los oídos mientras
ensarto la aguja.
¡Ay, Señor, qué disgusto! Esto me pasa por no
hacer caso a mis instintos.
Ese prólogo de la misma autora es digno de
enmarcarse y colgarse en el Congreso de los USA. Temblores me dan nada más
recordarlo. ¿Por qué? Porque para hacer atractivo el personaje de Cicerón a sus
(generalmente) incultos compatriotas, ensalzar su valía como hombre de estado,
abogado, defensor de los valores y la constitución romanos, me lo compara punto
por punto con Kennedy. Y claro, yo, subida a la lámpara como mono con chinches.
¡¡¡¡ Mi Cicerón de mi alma, Kennedy!!???
La trayectoria personal de la autora me aplaca
un poco y decido darle una oportunidad. Y después de leer los primeros
capítulos de la idílica infancia de Cicerón (imaginada, por supuesto) como un
honesto americano criado en un rancho de Minnesota, arranco el cable del iPod a
mordiscos y se termina la aventura de Cicerón Wayne.
Igual si hubiese sido más paciente hubiera
hallado eso a lo que refieren los que la ensalzan. Pero ya tengo una edad...en
que vas a tocarle los romanos a tu madre.
Sybilalibros