Así comienza “Historia de dos ciudades”. Para mí,
el mejor inicio de una novela tras el Quijote y argumento más que suficiente
para dejar de lado mi fobia a Dickens adquirida con la tierna edad de 10 años,
cuando un familiar decidió regalarme Oliver Twist, pensando que era una buena
novela para una niña ya que trataba de niños. Trauma de por vida.
También he de confesar que iba sobre seguro
porque ya había leído una, preciosa por otra parte, adaptación al comic de ella
y sabía que la historia no me iba a defraudar.
“Historia de dos ciudades” contiene todos los
ingredientes para ser un novelón de los que te dejan huella: un aire trágico al
estilo Conde de Montecristo, alejado del habitual siniestro en su autor; una
ambientación sobrecogedora, un momento histórico álgido como es la Revolución
Francesa; Londres y París,
una historia bellísima de amores que sobreviven a todos los contratiempos, de traiciones,
odios enconados, venganzas despiadadas, espías, un perdón magnánimo y un
sacrificio como nunca se ha escrito en una novela (no os cuento nada del argumento en sí porque tendría que
desvelar sorpresas y prefiero que las descubráis por vosotros mismos).
Y sí, también es una desmitificación despiadada
de la gloria de la que gozaba la Rev. Francesa desde sus inicios entre los historiadores,
contraponiendo la barbarie gala a la sensatez británica, lo cual supone una
rareza en la obra de Dickens, dedicada a poner en solfa a la sociedad
industrial de su país.
La
imparable trama que arrastra al lector de un lado al otro del Canal de la Mancha no sería tan
formidable sin una galería de personajes inolvidables como ese epítome de la eficiencia
flemática inglesa que es el sr. Lorry, Madame DeFarge, la araña que teje su sangrienta
tela o mi favorito, Sidney Carton, el abogado entregado al ascetismo del
alcohol y a la autodestrucción. Se le añaden unos secundarios que son la salsa
de la narración,
como es habitual en Dickens.
Los que hayan leído a este autor encontraran su
prosa más viva, plena de detalles imprescindibles para el armazón del relato y
consagrada a revelar los sentimientos de los personajes de manera que el lector
sufre y se alegra como una ménade desatada. Si tuviera que definir esta novela
diría que es puro corazón.
Si
no han leído a Dickens porque, como a mí, les parece denso, morboso,
obstinadamente decimonónico, les diría que por un momento aparten sus
prejuicios y lean esta novela porque van a disfrutar como nunca.
Os dejo con la primera palabra clave
para adentraros en esta historia: “Resucitado”.
Sybilalibros