Viena, 1909. La Secesión está en plena efervescencia mientras el imperio austro-húngaro se resiste a morir, aferrado a los elegantes cafés, a los cosmopolitas salones y a ese mosaico de culturas y lenguas que lo conforman y que acabará sepultándolo.
En casa de un actor en declive, Eugene Bishoff, se reúne un variopinto grupo de amigos, representantes de las profesiones más distinguidas, aunque no más pudientes, para tocar un trío de Bramhs y de paso, ablandar a su anfitrión para que les regale un recitado de Shakespeare que levante los ánimos ensombrecidos por la pérdida de brillo en el barniz imperial.
Shakespeare, tan “demodé” como el propio actor, cede el paso a una excitante historia narrada por Bischoff sobre dos hermanos, unidos por sucesivas muertes en cuartos cerrados que apuntan a suicidio salvo porque los testigos al otro lado de la puerta oyen dos voces distintas en los momentos previos al fin. La inexplicable solución enciende la conversación, que sólo se verá interrumpida por el sonido de un disparo: el actor se ha “suicidado” en su despacho cerrado mientras se preparaba para el recitado. Todos los invitados estaban lejos del lugar salvo el Barón von Yosh, que escuchó las dos voces antes de encontrar el cadáver. La lógica le señala como el asesino, pues conocen sus amores con la esposa del actor y es incapaz de explicar qué hacía allí, mostrando un estado de confusión lamentable. En ese momento von Yosh inicia una frenética carrera por las bellas calles vienesas en pos de un culpable que demuestre su inocencia antes de que la policía y sus amigos lo atrapen.
Planteado así el argumento, el lector podría pensar en un intrigante relato detectivesco al estilo de los clásicos Lerroux o Conan Doyle, pero en manos de Perutz la historia alza el vuelo y trasciende su primera intención para abrir la puerta a la fantasía y el miedo como fuerzas creadoras del arte con mayúsculas, siguiendo la estela de Hoffmann o Poe.
“¿Qué sabemos realmente de los otros? Cada uno de nosotros lleva dentro de sí su propio Día del Juicio Final”
nos plantea el autor, y convierte su narración en una alegoría de la condición humana, un truco de ilusionismo ambientado en viejas leyendas judías que seduce con falsos culpables, misterios irresolubles y libros peligrosos. Para la puesta en escena, elige al barón von Yosh, nuestro narrador y culpable, un militar de carrera aficionado a los narcóticos, como era la moda al uso en la época, lo que convierte el relato en una nube fascinante de extrañas percepciones, entre el sueño y la realidad, que provocan en el lector esa duda deliciosa de la que hará buen uso más tarde el maestro Hitchcock.
La prosa elegante de Perutz, su habilidad natural para describir situaciones y caracteres, hacen de esta novela un modelo de excelencia, donde estructura, ideas, personajes y discurso conforman un engranaje perfecto, a pesar de (o gracias a ) los inesperados giros de la trama.
Creo que he aportado suficientes argumentos para que os acerquéis a esta joya, pero si todavía tenéis dudas, la mejor manera de eliminarlas es leyéndolo, porque es ameno, inteligente, curioso, distinto, no paran de pasar cosas y encima está maravillosamente escrito. Es Perutz, no hay mejor argumento.
Sybilalibros