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viernes, 5 de febrero de 2021

LA CRIPTA DE LOS CAPUCHINOS Joseph Roth

 


LA CRIPTA DE LOS CAPUCHINOS

Joseph Roth

 

Roth es víctima, testigo y relator de la caída del imperio austrohúngaro. ¿Responsable también? En la medida en que los hombres corrientes somos responsables de lo que pasa, supongo. Yo tiendo a absolverle. Nos machacan y creemos tener la culpa. Los individuos somos arrastrados por acontecimientos cuya génesis se nos escapa, nuestra participación en ellos nos parece mínima, la de hombres estúpidos o malvados, enorme.

Joseph Roth es judío de Brody, Galitzia. Esa región torturada pertenecía al imperio austrohúngaro, su territorio se lo reparten hoy Polonia y Ucrania. Otro galitziano, más famoso y más feliz, la vida nos dispara al nacer sabe nadie hacia donde, es Billy Wilder. Nace Roth en 1894 y muere en París en 1939, a las puertas apocalípticas de la guerra mundial que hizo necesario numerarlas; en la primera sirvió en el ejército austriaco, sin padecer en el frente.

 Recomiendo sus novelas “La marcha Radetzky”, “Hotel Savoy”, “Zipper y su padre” y “La leyenda del santo bebedor”.

 

En la cripta de los capuchinos, Viena, yacen los restos de multitud de habsburgos; el penúltimo emperador austrohúngaro, Francisco José, muerto en 1916, entre ellos. Aquí nuestro protagonista echará una última mirada a su mundo derruido.

 

Conocimos a la familia Trotta en La marcha Radetzky. Estirpe de eslovenos ennoblecida a mediados del XIX por Francisco José. El protagonista de La cripta de los capuchinos es un joven Trotta  vienés en 1913, tradicionalista que se define a sí mismo como anticuado. Su padre, partidario del imperio, de la plena integración en él de los eslavos, le puso al hijo Francisco Fernando. Moriría antes de saber del asesinato del heredero tocayo de su vástago.

 Pertenece nuestro protagonista a la juventud acomodada que vive de noche en los cafés vieneses y duerme la mañana sin preocupaciones. Sobre ellos caerán la Gran Guerra que acabará con su mundo, la postguerra de los perdedores y la anexión nazi de Austria. La novela termina ante la inminencia de este triunfo de Hitler.

 Un guardia que deja el fusil en el paragüero cuando entra en la taberna, así de confiado; veinticinco años después el dueño de un café lo abandona y huye, es judío. Entre medias, la vida del joven Trotta en la paz y en la guerra, en el Imperio y en Rusia, prisionero de guerra, en el amor y la soledad.

Roth es un creador de personajes contundentes, inolvidables incluso, no sólo los principales. Es un pintor preciso y poderoso.

Todo esto en una novela breve maravillosamente escrita.

Leo la quinta reimpresión, abril de 2018, de Acantilado, 219 páginas.

Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

lunes, 9 de septiembre de 2019

LA LEYENDA DEL SANTO BEBEDOR. Joseph Roth

Joseph Roth, 1894-1939. Judío austrohúngaro, padeció el derrumbe de su mundo con la Gran Guerra, de lo que dio testimonio en su obra, como Zweig y otros. En su vida íntima fue alcohólico y desgraciado. Hay que leer sus novelas “Hotel Savoy”, “Job” y “La marcha Radetzky”.

 Se despidió en 1939 con este recomendable “Die Legende vom heiligen Trinker”. No es una novela, es un relato de setenta páginas alucinadas, humorísticas –sabemos que el humor sólo es alegre a veces- y sobrias. Roth no bebía cuando escribía; el resto del tiempo, sí.
 El humor  radica, pinceladas de sonrisas aparte, en que el protagonista, vagabundo borracho, tiene un golpe de suerte tras otro; cuando sabemos que, en realidad, a estas personas suele sucederles lo contrario. Este cuento es una fantasía, pero agarrada a la realidad, como la humedad se pega a la orilla del Sena, cobijo de menesterosos bajo sus puentes.
 Si usted no es bebedor, pasará un buen rato, como quien lee algo sobre un tema ajeno a su experiencia, pero que está bien contado. Si usted bebe, dará palmas de reconocimiento y sorbos de absenta al leer cosas como: “Cuando, por fin, se levantó, sintió una cierta hambre, pero esa clase de hambre que solo pueden percibir los bebedores empedernidos. Se trata de una forma muy especial de avidez (no avidez de alimento), que tan solo dura unos pocos instantes y desaparece tan pronto como el individuo que la siente se imagina una determinada bebida, precisamente la que más le apetece en aquel momento.”
 Leo la edición de Anagrama de mayo de 2019. Oportuno el breve epílogo de Hermann Kesten, amigo del autor; me emociona el autorretrato, un dibujo, del propio Roth.  El prólogo, carente de interés, de Carlos Barral, léanlo después del relato. Lo único claro que cuenta es el final de la obrita.


Luis Miguel Sotillo Castro

sábado, 31 de agosto de 2019

APUESTA AL AMANECER. Arthur Schnitzler


Gratamente sorprendida con este autor, amigo de Zweig, con el que comparte fe judía, cultura cosmopolita vienesa y amistad con Freud. 
Menos elegante y sensible en su prosa que Zweig, pero igualmente sugerente gracias a la maestría a la hora de profundizar en los aspectos psicológicos de los personajes, dada su condición de médico. Destacan particularmente en esta novelita el reflejo de la desesperanza, la fragilidad del hombre ante las jugarretas del destino, los impulsos irreflexivos y sus consecuencias.

El argumento nos lo brinda Acantilado:

Una mañana, el alférez Wilhelm Kasda recibe la visita de un amigo, un ex teniente separado tiempo atrás del servicio por una historia de juego. Desde entonces, acuciado por problemas familiares y cajero de empresa, ha ido sustrayendo pequeñas cantidades de dinero que, poco a poco, han llegado a alcanzar la considerable suma de mil florines. En el momento en que empieza la novela, el ex teniente se encuentra en una situación difícil a causa de una inminente inspección de contabilidad que pondrá al descubierto su desfalco, por lo que solicita la ayuda de su amigo. Ante la imposibilidad de complacerle, el alférez decide jugar casi toda su fortuna a las cartas. Gana. Pero una inesperada jugarreta del destino—un encuentro fortuito, la pérdida del tren de vuelta… —lo hace sentarse de nuevo a la mesa de juego, que esta vez le depara un trágico desenlace no exento de insospechados concurrentes.

No es su mejor relato, según he leído. Además el tema del juego y sus consecuencias no me atrae mucho. Diría que es la otra cara de la moneda, la visión masculina de la extraordinaria “24 horas en la vida de una mujer” de Zweig. Aun así, lo recomiendo por su calidad literaria, por compartir estilo con otro grande como Marài y por ser uno de los mejores cronistas de la sociedad vienesa de principios del s.XX.

Sybilalibros@YoLibro




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