Para felicidad de los lectores, Mendoza empieza a ser inabarcable. Es muy popular por sus libros humorísticos, Sin noticias de Gurb y los cinco con el detective loco; pero sus novelas serias, La verdad sobre el caso Savolta, La ciudad de los prodigios, son extraordinarias. De entre las demás, quiero entresacar Riña de gatos, poco apreciada por dos razones. Una que la presentó al premio Planeta, con lo que rompió la hipocresía de desvincular arte y dinero; otra, que trata a José Antonio Primo de Rivera como ser humano, agradable, incluso.
Cervantes no sabía que era cervantino. Se consideraba un poeta a la espera de las musas esquivas. Mientras llegaban, escribió el Persiles fascinado por la magia del idioma de Jorge Manrique y Garcilaso, vistiéndolo él a su manera. Esperando escribió las novelas ejemplares, porque la gente es variada, interesante y poco ejemplar. Aguardando, escribió el Quijote, porque la vida es una broma ácida que se ríe de nuestras aspiraciones.
Mendoza
sabe, como don Miguel, que las personas son dignas de lástima, temor y amor.
Las novelas mendocinas hablan de nosotros desde puntos de vista distintos:
realistas, disparatados; yendo al detalle minucioso o a la brocha gorda. Porque
nuestra vida paródica no carece de complejidad. Mendoza sabe escribir muy buen
español en distintos tonos, como el maestro. La penetración psicológica de
ambos los hace imperecederos.
En el arranque de la primera, El rey recibe, este
es un joven reportero en 1968. Le acompañamos por la España y el Nueva York de
los setenta, con sus contrastes y revoluciones, reales y rebajadas, café y
achicoria. Esos izquierdistas que callaban las atrocidades soviéticas, “por no
hacer el juego al capitalismo”, frase justificante de la tiranía, tan olvidada
a conciencia, a falta de ella. Al tiempo, estos jóvenes querían la libertad
sexual, musical, artística que con Breznev no era posible. Españoles
diletantes, acomplejados, antifranquistas con tantas razones para serlo como
contradicciones vitales.
La
segunda es El negociado del yin y el yang. Estamos en 1975, año incierto, el de
la muerte de Franco. Rufo se plantea volver de Nueva York a Barcelona. Lo hará
pasando antes por Japón y Tailandia, no está mal el rodeo.
La
tercera es este Transbordo en Moscú. Desde los ochenta hasta fin de siglo, con
la conmoción de la caída de la URSS. Rufo y España han alcanzado el bienestar
económico pero, a estas alturas, está claro que nada es para siempre, salvo la
nostalgia. A la lista de personajes presentes en las tres novelas, la familia y
el príncipe Tukuulo, experto en castillos en el aire, se unen otros
nuevos. Rufo se casa y esta no es la
menor de sus aventuras, en España y el extranjero. Si las hazañas de Gurb
parecían emparentadas con Mortadelo, las peripecias de espionaje e intrigas de
Transbordo en Moscú nos recuerdan por momentos a Anacleto, agente secreto.
Dicho con la mayor admiración, que ustedes se lían con las cosas del telón de
acero y postrimerías.
Tiene
cada una entidad propia, pero recomiendo leer las tres novelas por orden: El
rey recibe, 2018; El negociado del yin y el yang, 2019; Transbordo en Moscú,
2021; las tres en Seix Barral. Los lectores veteranos se reconocerán en la
línea temporal, desde el 68 hasta finales de siglo, rememorando los hitos
históricos, podemos decir ya, que han compartido con Rufo. Los jóvenes
encontrarán materia para divertirse y reflexionar.
Mendoza saca del retrato social que nos
ofrece, tan realista por lo demás, el
asunto del nacionalismo catalán, aunque el protagonista sea barcelonés. Tendrá
sus razones, todo el mundo las tiene, salvo Rufo Batalla, que lidia batallas
prestadas.
Luis
Miguel Sotillo Castro.