La primera palabra que viene a la cabeza cuando se lee este
libro es “clásico”. Pero no porque sea un “clásico”, sino porque su factura es
clásica, directa, casi académica, algo que choca perteneciendo su autor a esa
generación dorada británica de atletas de la palabra como Amis o Barnes. Que no
espere el lector una narración plena de sobresaltos, de complicados giros
argumentales o acción desenfrenada. De hecho, hay que darle cuartelillo porque
tarda en arrancar y avanza a pasitos cortos pero inexorables que no hay que
perder de vista, como los pálpitos que siente la escamada protagonista.
Ruth, profesora de inglés para extranjeros en Oxford, madre
estresada de un niño curioso y amante ocasional de algún alumno, mantiene una
contradictoria relación con su independiente madre. Durante la ya famosa y
literaria ola de calor del verano del 76, en la que parece que las altas temperaturas
fueron levadura propicia para desvelar secretos familiares (véase también la estupenda
novela de Maggie O’Farrell), la descentrada protagonista asiste atónita a las
confesiones de la madre sobre su verdadera identidad: tras Sally Gilmartin, la
activa ancianita británica obsesionada por el jardín, “comme il faut”, se
esconde Eva Delectroskaya, una espía rusa reclutada por el MI6 en 1939 para
pasar información falsa a los norteamericanos sobre los derroteros de la II GM mediante
un complicado sistema de noticias ficticias con el objeto de levar sus dudas e
implicarlos de una vez por todas en el conflicto bélico en un momento en el que
Inglaterra veía a los alemanes como los romanos a Aníbal, ad portas. Dicho
así, puede parecer un argumento rocambolesco, pero fue real, tal y como
demuestra documentadamente el autor en el relato.
A partir de este punto, la acción se desata. Eva viene notando
que alguien la vigila. Sabe que dejó cabos sueltos en la lejana operación y que
ha llegado el momento de ajustar cuentas. Ruth tendrá que ejercer de espía.
Construida la mayor parte sobre una estructura paralela, con
capítulos alternativos que nos cuentan las vidas de madre e hija en el pasado y
el presente, la delirante confesión unifica la narración para conducirnos a un
desenlace con pocas sorpresas para mí (una está ya muy picardeada) pero
perfectamente ensamblado.
Muy bien escrita, con unos personajes cercanos y bien delineados,
entre los que destaco a Lucas Romer, el elegante instructor de espías, paciente,
emotivamente distante, que proporciona uno de los mejores momentos durante el
período de instrucción de Eva como agente.
Novela entretenida a la que hay que acercarse con el espíritu
relajado y no pedir celeridad, más bien disfrutar de una composición fina y precisa.
Me ha gustado el estilo de Boyd, así que volveré a él para ver si me convence
del todo con otro libro.
Sybilalibros