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miércoles, 15 de septiembre de 2021

GUÍA PARA VIAJEROS INOCENTES. Mark Twain

Twain es un señor mayor gracioso, las guías de su bigote imitan la trayectoria del cometa Halley. Por otra parte, ha hecho felices a millones de niños y adultos con sus libros. Minucias. Lo importante es quién pinta la valla, ¿verdad, Tom?

  Nació en Misuri en 1835, murió en Connecticut en 1910. Encarna lo mejor de los estadounidenses, por su irreverencia, libertad, energía. Es un homo novus en un país sin tradiciones. Twain es a la prosa lo que Walt Whitman a la poesía. Como escribió este “Dentro y fuera de mi casa me pongo el sombrero como me da la gana”. Recomiendo sus novelas Las aventuras de Tom Sawyer,  Las aventuras de Huckleberry y El Príncipe y el mendigo. Desaconsejo sus memorias, nada graciosas, llenas de sus avatares financieros.

 En 1867 Twain se apunta a un viaje organizado: “Excursión a Tierra Santa, Egipto, Crimea, Grecia y lugares de interés intermedios”, zarpando de Nueva York. ¿Normal? Les repito la fecha, 1867; hace dos años de la guerra de Secesión, el turismo prácticamente no existe, como lo conocemos hoy.

Las Azores, Gibraltar, España, Francia, Italia, Grecia, Constantinopla, el mar Negro, Crimea, Asia menor y Oriente Medio hasta Jerusalén; de regreso, Egipto, el Mediterráneo, Madeira, Bermudas.

El observador Twain nos hace un relato divertido de la travesía aburrida en el barco, hasta llegar a las Azores. Aquí, algunos lectores torcemos la sonrisa. El humor a costa de los portugueses isleños muestra, en algunos momentos, un complejo de superioridad y una falta de bonhomía muy anglosajones. Disculpamos al hombre del Mississsippi  (Lleva el nombre del río eses y pes dobles por las olas que llegan de dos en dos a sus orillas) porque es igual de inclemente con todo el mundo. Esta sensación se repetirá a lo largo del libro, en otros paisajes con otras gentes. No deja títere con cabeza. Extrañamente, nos parece buen tipo, al fin y al cabo. El humor es así; sobre todo, escribir muy bien produce ese efecto. Enhorabuena, Dos brazas de profundidad.

  Nos reímos con él de nuestra queridas  antigüedades europeas y de las peripecias en Tierra Santa, donde saca de su magín las reflexiones más interesantes del libro. Hay que saber que la mayoría del pasaje excursionista es devota, protestante; ve el Antiguo Testamento y la grandiosidad de sus lugares y hechos donde Twain ve polvo, miseria, fealdad y sudor.

 He de decir que el libro se hace largo, como tantos viajes que uno comienza con ilusión. Merece la pena leerlo, de todos modos. Edita bien Ediciones del viento. Leo la séptima edición, de junio de 2020, 622 páginas.

 

Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

 

 

 

jueves, 22 de abril de 2021

CIUDADES DE ITALIA. Pío Baroja



 

Pío Baroja es un viejo misántropo de mesa camilla. Es desmoralizante saber que este tipo de ignorancias abundan en la sociedad literaria. Porque se supone que escritores y lectores aprendemos algo leyendo, que poseemos cierta inteligencia. ¿Cómo, pues, caemos en tal reduccionismo perezoso? Este libro demuestra que Pío viajó y sintió curiosidad por la gente y por algunas personas, que no es lo mismo. Capta muy bien los ambientes populares, sabe entresacar de ellos individualidades interesantes, con escepticismo pero simpatía por sus congéneres. “A mí, en general, en las ciudades, artísticas o no artísticas, me interesa más la población que los museos.”

 

Este es un libro de viajes de encargo, para el que Baroja no se cree preparado, llanamente; acepta escribirlo por la insistencia del editor.

 Tira de memoria apoyándose en sus novelas de ambiente italiano para darnos estas impresiones, pues escribe en 1949, décadas después de sus viajes por Italia, el primero en 1909. Su preocupación por la dificultad de retener los recuerdos de un viaje, la prudencia de no visitar muchos lugares en poco tiempo, la desgana ante el turismo al uso; los que sólo nos ponemos calcetines con sandalias en emergencias, estamos con él. Asegura saber poco de literatura italiana, de arqueología; siente antipatía por los críticos. “Yo no soy un turista, ni un esteta”. Pío Baroja es un anti sabelotodo que sabe mucho del Giotto. Liberándose con las protestas de sí mismo anteriores, se atreve con el libro.

 

En la primera parte, La Riviera, nos demuestra su capacidad para describir paisajes, la Costa Azul vista desde el tren; entonces los viajes en tren eran largos, una vivencia, no un trámite apresurado como hoy. En las cuarenta páginas que  le dedica  a Florencia no se olvida de san Miniato, prueba de que sabe ir más allá del sota caballo y rey habitual. Así pasa con sus vistas a Roma, Bolonia, Nápoles, Milán y Génova; que lo ve todo, el arte y los barrios, los monumentos y la hostelería. La descripción de Nápoles, su caserío y paisanos, es tan viva como impresionante.

 

Las opiniones de Pío Baroja, más allá de tener interés por ofrecernos la visión de un español de la primera mitad del siglo XX, sobre Italia en concreto y el viajar y el mundo en general, son a veces polémicas, peculiares, extrañas quizá, mas razonadas, dignas de un hombre libre.

No le gustan algunos iconos universales del  Arte, cree que las catedrales góticas están mejor entre callejuelas que ante plazas amplias, que tanto nos gustan a nosotros para nuestras fotitos… no daré más ejemplos, lean el libro. Los barojianos ya lo habrán comprado, se lo recomiendo al buen lector en general; si conoce Italia más lo disfrutará, por ese vínculo que une a los viajeros.

Editado por Caro Raggio, editorial fundada en 1917 por el cuñado de Pío Baroja. Libro bonito de ver, a cargo de Carmen Caro, con portada de Pío Caro-Baroja. Si bien esta primera edición que leo es de marzo de 2020, 244 páginas, se ha puesto a la venta recientemente, un año después, por no sé qué de una pandemia.

 

Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

 

 

 

martes, 20 de octubre de 2020

ANTÁRTIDA. Valentín Carrera

 

“…pero siempre, fuera, espesos torbellinos de nieve aventados por la tempestad. Ya toda esperanza debe ser abandonada. Esperaremos hasta el fin, pero nos debilitamos gradualmente; la muerte no puede estar lejos. Es espantoso; no puedo escribir más.

Diario de Robert Falcon Scott, 29 de marzo de 1912.

 En el norte de España no es infrecuente andar a 4º bajo cero. Te abrigas bien y lo soportas. Sin embargo, la sensación de dolor en orejas y nariz, casi lo único que llevas al aire, fastidia. Te quejas creando nubes pesadas de aliento helado.

 Nosotros, cuatro bajo cero, con prendas que no pesan y abrigan de lujo. Cuando hablamos de expedicionarios polares hasta la Primera Guerra Mundial nos referimos a hombres que caminan, trabajan, exploran, hacen sus necesidades con -20º, -30º o menos. Cuando se acuestan, dejan las botas sin dobleces, en la postura en que quieren encontrarlas por la mañana para poder calzarlas, porque saben que al levantarse las encontrarán congeladas y no podrán cambiar su forma rígida. Esto último lo cuenta Cherry-Garrard en su libro autobiográfico  sobre la desgraciada aventura de Scott, que perdió la carrera hacia el Polo Sur con Amundsen y la vida.

 

Las 150 páginas primeras del libro son un repaso de las expediciones que rondaron primero y alcanzaron después la Antártida. Desde Cook en 1773 hasta Shackleton  en 1922, con referencias a las gestas del Polo Norte también; con acierto, pues hay mucha relación. (Tuve la suerte de ver y pisar en Oslo el barco Fram, que estuvo en el Ártico con Nansen y en la Antártida con Amundsen.) Recomiendo todos los libros que cita de aquellos exploradores. El mejor, para mí, el de Apsley Cherry-Garrard: El peor viaje del mundo.

El resto del libro, hasta las 450 páginas, lo dedica a su experiencia personal, la de 2016 y 2017, principalmente. Muy interesante, con las salvedades que detallo más adelante. Es un libro feliz, de un hombre que cumple un sueño; convivir con excelentes marinos y científicos españoles, también argentinos, chilenos, rusos, etc. El trabajo diario, el ocio, las incomodidades, la belleza del paisaje, las relaciones personales, las comunicaciones con el exterior. El relato satisface todas esas preguntas que podemos hacernos.

 Valentín Carrera, berciano, fue periodista en la Antártida, durante nuestra primera expedición científica allí, en 1986. Vuelve treinta años después, en el Sarmiento de Gamboa, luego navegará también en el Hespérides. Nos lo cuenta en este libro.

Carrera tiene buenas cualidades de periodista de los de antes. Es hombre determinado, educado, curioso, adaptable a las circunstancias para descubrir cosas. Pero Carrera es un periodista de hoy. Escribe en politiqués. “El lector y la lectora”. De los científicos de la Antigüedad sólo se le ocurre citar a Hipatia. La satisfacción de ser correcto le hace descuidarse y escribe “Monolito de piedras”. Se le va la mano con el cambio climático. Cuando Shackleton escribe, en 1908, que tal vez vengan inviernos con menos hielo, el autor le da el título de profeta del cambio climático, cuando Shack sólo expresa el deseo de tener menos dificultades en el futuro. No es el único caso. Al tiempo, intenta ser ecuánime y cita a un experto chileno que no cree en la responsabilidad humana de ese cambio.

 En resumen, libro muy interesante que obliga a leer los de Nansen, Alfred Lansing,  Shackleton,  Cherry-Garrard,  Amundsen, Ranulph Fiennes… Muy bien editado por Ediciones del viento, 2020, bonito de mirar, 458 páginas. Muchas fotos, antiguas y modernas, mapas necesarios, bibliografía demasiado breve para mi gusto, itinerario de la trigésima expedición científica española, con el Hespérides.

 Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

 

jueves, 11 de julio de 2019

ÚLTIMA ISLA. Lafcadio Hearn


El libro que hoy os traigo es una de las maravillosas publicaciones que Errata Naturae nos regala en la curiosa colección Pasajes dedicada a aquellos escritores  de principios del s. XX, cosmopolitas, viajeros y viajados, que narraban sus encuentros con lo que aún quedaba de exótico en un mundo cada vez menos íntimo, en un lenguaje cuya seña de identidad era la poesía.

“Última isla” es un relato especial, a caballo entre la novela de viajes y la aventura, la nostalgia antropológica y el drama. En ella se cuenta la tragedia que sufrieron las poblaciones del Golfo de México a raíz del terrible huracán de 1856, el que levantó el mar a tal altura que engulló varias de las islas del Golfo, entre ellas Última Isla, trasformando por completo el mapa de la costa.
El comienzo del libro nos describe un paraíso de hoteles de lujo que convivían con cabañas de pescadores, barcos contrabandistas y sirvientes huidos de la justicia, con un lenguaje vivaz, embriagador como los penetrantes aromas tropicales, demorándose el autor en puestas de sol de naranjado onírico, el verde húmedo de los bayous y el constantemente cambiante mar, nunca azul.
Este vergel babilónico en lenguas y gentes se verá arrasado por la cólera divina en forma de un monstruoso maremoto. La narración de este es tan terrible y a la par tan hermosa que deja las imágenes de la película “Lo Imposible” como una pálida copia.

El día después de la furia celestial desciende el relato hacia la grandiosa pequeñez del Hombre en la figura de Feliu, un pescador español temerario que desafía al mar para salvar a una niñita que flota aferrada al cuerpo inerte de su madre. Él y su mujer la criaran como una hija a la que llaman Chita (de Conchita), título de la novela en inglés.

Desconocía por completo a este autor y me ha dejado boquiabierta cómo maneja el lenguaje, la musicalidad de sus palabras, la exquisita sensibilidad para reconstruir una historia íntima ante la potencia de las fuerzas de la naturaleza a partir de los relatos de los habitantes de la zona.

Lafcadio Hearn, nacido en Grecia pero ciudadano del mundo, es el tipo de escritor hijo del colonialismo del s. XIX, viajero, culto, curioso y amante de las culturas diferentes a la europea. Es renombrado sobre todo por sus obras dedicadas a la mitología japonesa, de la que era un profundo conocedor. De hecho, se hizo ciudadano japonés y cambió su nombre por el de Yakumo Koizumi. Su prosa elegante, inspirada y delicada para con esos detalles que suelen pasar desapercibidos es un regalo para todo lector sin prisas, de paladar educado, que ame el viento en la cara y los verdes horizontes.
Leer “Última Isla” ha sido como ponerse una caracola en el oído y escuchar a la Historia susurrándonos en la voz multilingüe del bayou.

Deseando leer sus obras dedicadas a Japón.

Sybilalibros@YoLibro



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