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sábado, 10 de octubre de 2020

EL AÑO DEL MONO. Patti Smith

 

Smith es de izquierdas, también persona religiosa, bien que a su aire. No le gustan las drogas, el alcohol poco. Le da un pronto y compra un pasaje Nueva York  Bruselas, un taxi Bruselas Gante para ver una pintura con el Cordero Místico y la Virgen (En este libro lo cuenta). “Madrina del Punk”, vaya con la manía ridícula de encajonar, falsificar simplificando. Su literatura es como ella, no cabe en un armario de estantes ordenados; la etiquetas y Patti convierte esa etiqueta en una cometa de colores y echa a volar.

 Hay que leer las contraportadas de los libros con precaución. Se escriben para incitar a la compra del libro, por lo que destacan lo mejor y ocultan lo menos bueno. Lo comprendo, pero deben ser rigurosas. Es inadmisible cometer un error en una contraportada, lo que ocurre aquí. Pone que Patti acaba de cumplir setenta años en la Nochevieja de 2015, en realidad son sesenta y nueve. Otro error, bien de Smith, bien del traductor, es decir que la tierra de Medea es el Báltico. Tal vez soy tiquismiquis, pero regaño a Patti como se reprocha algo a un amigo, con afecto y confianza. Que yo pueda fantasear con la amistad imposible de esta mujer es mérito de su literatura. Recomiendo sus libros, por este orden de lectura, para ver su evolución: El mar de Coral, 1996; Éramos unos niños, 2010; M Train, 2015; Devoción, 2017; El año del Mono, 2020.

 

En El año del Mono Smith nos cuenta un año de su vida, 2016. Tratándose de ella es mucho más. Tiempo marcado por la muerte de su amigo Sandy Pearlman, quien le aconsejó cuando eran jóvenes formar una banda de Rock; por la enfermedad degenerativa de otro gran amigo, Sam Shepard.

Rabo de lagartija, no para quieta, recorre su país y el mundo con curiosidad incansable. Porta poco equipaje físico, ilimitado bagaje memorístico. Va a todos lados sola. Lleva consigo a sus amores, en muchos casos ya muertos, les habla y comenta lo visto como cicerone para fantasmas inmortales.

 Nos dice en el epílogo: “Sam está muerto. Mi hermano está muerto. Mi madre está muerta. Mi padre está muerto. Mi marido está muerto. Mi gato está muerto. Y mi perro, que murió en 1957, continúa muerto. Aun así, no dejo de pensar que algo maravilloso está a punto de suceder.”

 Patti Smith.

 Tiene la habilidad narrativa de contarnos cosas reales e imaginadas sin confundirnos, con una lengua poética como una llama sobre su cabeza de melena indomable.

 Leo la edición de Lumen, junio de 2020, con fotos tomadas por la autora aquí y allá. 218 páginas de una vida interior y exterior expuesta ante nuestra probable sensibilidad. Un unicornio en un cercado se aburre, nosotros, nada extraordinarios, podemos disfrutar y aprender leyendo.

Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.


miércoles, 24 de junio de 2020

ÉRAMOS UNOS NIÑOS. Patti Smith



Patti Smith me ha acompañado como música desde los setenta, últimamente también como escritora. Recomiendo sus títulos M Train, Devoción y El mar de Coral. En estos libros de versos, prosa poética, narrativa, fotografías, demuestra ser inclasificable. Me rechina el apelativo jibarizante de musa del punk. Ante la incertidumbre y agitación de su vida es escritora reflexiva, tranquila, sensible, sincera y penetrante.

 En Éramos unos niños cuenta su relación de amor y amistad con Robert  Mapplethorpe, célebre artista fotógrafo. Dos jóvenes de veinte años que pasan hambre y enfermedades en la Nueva York de 1967. Desean ser artistas, no quieren una vida convencional. Contra lo que podamos suponer desde la lejanía de hoy, ni él quería ser fotógrafo ni ella rockera. Cómo llegan a serlo se detalla aquí, con sus peligros, incertidumbres y pesares. Sellan un pacto, hermoso porque lo cumplirán hasta la muerte de Robert en 1989, de mutuo socorro, amor y comprensión. Infinidad de niños han sellado su amistad con sangre de dedo índice, incontables adolescentes se han jurado amor eterno, todo olvidado a los veinte años, por los estudios, el trabajo; la vida, esa excusa. Dejar de ser pareja no interrumpirá ese acuerdo de amistad entre estos dos pajaritos, siameses espirituales, con el trino especial que sólo ellos atienden y entienden, canto llamada que les une por larga que sea la distancia entre los dos, por mucho que convivan con otros amores.

 Dos décadas largas de relación. Nueva York es frío y Andy Warhol, necesidad y Allan Ginsberg; Williams Bourrougs y Sam Shepard, pensiones miserables, puercas y el legendario, hoy, hotel Chelsea. Pasen y vean a Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, sobrevivientes en nosotros desde su muerte veloz.
 Patti fue niña enérgica y soñadora capaz de ser libre luego en la Nueva York inclemente, de cumplir sus sueños en buena medida. Pero callo, aquí se lo cuenta ella, veraz sin aspavientos. Sensitiva y observadora, narra su época sin pretensiones sociológicas ni, mucho menos, moralizantes. Sabe tomar distancia, relativizar. La anécdota de cómo consigue ser aceptada en los círculos guays neoyorkinos  revela la naturalidad, un tanto boba y frívola, con que sucedían las cosas entre gente divinizada hoy; los popes del rock, la pintura, la fotografía, el teatro, el cine, que brillan en la escena desde mediados los sesenta. Un día se corta la melena sobre el lavabo de casa, delante del espejo. Ha recortado fotos de Keith
Richards de revistas y se deja el pelo como él. Va a un bar de moda en el que pasaba desapercibida y… causa sensación; comienzan a invitarla a dar lecturas de sus poemas.
 Aclaro que no es un libro de anécdotas, aunque disfrutemos de ellas. La génesis de Horses, cómo hizo Robert  la foto de la portada, por ejemplo. Es un libro de profundo amor y amistad entre dos ángeles desangelados, conocedores de cielo e infierno, sexuados, corporales, dramáticos y en suma, como ángeles, voladores.
 “Just kids”, Publicado en 2011, por una Patti de 64 años. Penguin Random House. Lo leo en e book, desgraciadamente, porque contiene fotos que mejor se verán en papel.
 Luis Miguel Sotillo Castro.

sábado, 29 de febrero de 2020

EL MAR DE CORAL. Patti Smith


1976 o 77, andamos por los quince años. Lillo llega a mi casa entusiasmado, con dos vinilos en la mano. “Una noche en la ópera” o “Un día en las carreras”, de Queen; no recuerdo, pues ya conocía esa banda. El otro era Horses, de Patti Smith, fotografiada en la portada en blanco y negro por Robert Mapplethorpe. Conmoción, marca indeleble, tatuaje en mi borrascosa personalidad.  Empieza:
          Jesus died for somebody’s  sins but not mine

En un concierto, alguien chilla desde la primera fila: Patti, enséñanos las tetas. Responde ella: enséñame las tuyas, honey.
Una foto suya muerta de risa con fans. Pelos alborotados.

 Más de cuarenta años después, me recuerdo  personaje de Moebius, mochila a la espalda, pequeño en una viñeta enorme y silenciosa, sin bocadillos, caminando hacia el horizonte lejano y seco. He sorteado a mi manera los espacios del tiempo, ese terreno duro o enlodado, plano o empinado, despejado o arbolado, con agujeros tramposos o abismos llamativos a la vista. Tropezar y levantarme o trastabillar y hundirme. Algunos de los de entonces no han llegado hasta aquí. Lillo no, yo sí y puedo escribir irrelevancias. En mi vieja mochila siempre he guardado la voz y las palabras escritas de Patti Smith. Recomiendo sus libros “M Train” y  “Devoción”.

“El mar de Coral” es homenaje, lamento y alegrías añoradas por un amigo muerto, el fotógrafo Robert Mapplethorpe. Todos tenemos muertos, si hemos crecido y amado. Conocemos esa oscilación, al recordarlos, entre la pena rotunda y la nostalgia casi feliz, almíbar sobre yogur amargo. Este libro habla de ello, inteligente y sentimentalmente. Smith define su escritura aquí como poemas en prosa. Trata del amor de Robert por la vida y por ella, fielmente correspondido.
 Una muestra: “El viento le hinchó las mangas de la camisa blanca. Se dirigió a la espuma. La pureza, en brazos de un niño, es un cordero ahogado, una alegría hecha pedazos.”
 Contiene fotos tomadas por Patti y Robert, en blanco y negro. Bien editado por Lumen, 94 páginas. Leo la primera reimpresión de junio de 2019, el original es de 1996.

Luis Miguel Sotillo Castro

viernes, 15 de marzo de 2019

DEVOCIÓN. Patti Smith

“¿Por qué escribimos? Porque no podemos limitarnos a vivir.”
“Trepo por el lateral de un volcán tallado en el hielo, con el calor que emana del pozo de devoción que es el corazón femenino.”

1977, tenemos 16 y 15 años. Mi amigo trae una cinta de casete –Mira qué tía más molona. Es Patti en blanco y negro, chaqueta al hombro, en la portada de “Horses”, fotografiada por Robert Mapplethorpe. Empieza el álbum con “Gloria”: “Jesus died forsomebody’s  sins but not mine”… Mi amigo morirá a los treinta, de la droga. Como tantos. Incitados a consumir por los popes progres del rock, la prensa, la literatura, la política. “El que no esté colocado que se coloque”. Pocos mea culpa he visto.

Patti publica este libro en 2017, con 70 años. Antes leí el estupendo “Train”. Aquí vuelve a viajar, a Francia e Inglaterra esta vez; siempre con su cámara fotográfica, su mirada atenta, su relación comprensiva, devota, con la vida y sus pequeñeces esenciales. Toma infusiones, come poco, indaga mucho; sobre los horrores cometidos por Stalin en Estonia, Albert Camus, Simone Weil o una joven patinadora sobre hielo vista en televisión. La curiosidad bien aprovechada.
Las 56 páginas centrales del libro contienen el relato “Devoción”. En las anteriores y posteriores, reflexiona sobre el proceso de la escritura. Una maga que se sincera desvelando sus trucos. 119 páginas en total, sin índice, lamentablemente. Libro ilustrado con fotos pertinentes, la mayoría de la propia Patti. Editorial Lumen, primera edición, mayo de 2018.

Luis Miguel Sotillo Castro

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