Smith es de izquierdas, también persona religiosa, bien que a su aire. No le gustan las drogas, el alcohol poco. Le da un pronto y compra un pasaje Nueva York Bruselas, un taxi Bruselas Gante para ver una pintura con el Cordero Místico y la Virgen (En este libro lo cuenta). “Madrina del Punk”, vaya con la manía ridícula de encajonar, falsificar simplificando. Su literatura es como ella, no cabe en un armario de estantes ordenados; la etiquetas y Patti convierte esa etiqueta en una cometa de colores y echa a volar.
En
El año del Mono Smith nos cuenta un año de su vida, 2016. Tratándose de ella es
mucho más. Tiempo marcado por la muerte de su amigo Sandy Pearlman, quien le
aconsejó cuando eran jóvenes formar una banda de Rock; por la enfermedad
degenerativa de otro gran amigo, Sam Shepard.
Rabo
de lagartija, no para quieta, recorre su país y el mundo con curiosidad
incansable. Porta poco equipaje físico, ilimitado bagaje memorístico. Va a
todos lados sola. Lleva consigo a sus amores, en muchos casos ya muertos, les
habla y comenta lo visto como cicerone para fantasmas inmortales.
Nos dice en el epílogo: “Sam está muerto. Mi
hermano está muerto. Mi madre está muerta. Mi padre está muerto. Mi marido está
muerto. Mi gato está muerto. Y mi perro, que murió en 1957, continúa muerto.
Aun así, no dejo de pensar que algo maravilloso está a punto de suceder.”
Patti Smith.
Tiene la habilidad narrativa de contarnos
cosas reales e imaginadas sin confundirnos, con una lengua poética como una
llama sobre su cabeza de melena indomable.
Leo la edición de Lumen, junio de 2020, con
fotos tomadas por la autora aquí y allá. 218 páginas de una vida interior y
exterior expuesta ante nuestra probable sensibilidad. Un unicornio en un
cercado se aburre, nosotros, nada extraordinarios, podemos disfrutar y aprender
leyendo.
Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.