martes, 28 de abril de 2020

MONASTERIO. EDUARDO HALFON


Entre las líneas de este libro Halfon recoge una cita de su admirado Thelonius Monk que reza “Un genio es aquel que más se asemeja a sí mismo”.

Cualquiera que haya leído a Halfon se habrá dado cuenta de que es un género en sí mismo: por su estilo, entre la autobiografía y la fantasía, por su palabra verdadera, por su monólogos en perpetua duda metódica, por su desarraigo judío en Guatemala, por la persecución constante de sus raíces que no es sino un viaje al centro de su identidad. Todo ello conforma  una unidad inestable que nace y muere en Halfon.

Como él mismo afirma “toda ficción, en mi opinión, es autoficción”, y en esta ocasión  la ficción le conduce al mismísimo Israel, el centro de todas las preguntas y respuestas, previa excusa de la boda de su hermana con un judío ortodoxo, acontecimiento que convulsiona a toda la familia pues no es integrista. Allí tropezará con un antiguo amor de juventud, Tamara, con la que retomará una relación extraña, como suspendida en el espacio-tiempo gracias a las sales del Mar Muerto. Mientras, el choque con el perpetuo estado de excepción de Jerusalén y las calurosas noches de insomnio le harán recordar/reconstruir la persecución de su abuelo en Polonia por los nazis, generando un paralelismo inconcebible pero posible:
“... un muro es la manifestación física del odio hacia el otro. Una manifestación palpable, concreta, que busca separarnos del otro, aislarnos del otro, eliminar al otro de nuestra vista y de nuestro mundo. Pero también es una manifestación a todas luces inútil: por más alto y grueso que se edifique, por más largo e imponente que se construya, un muro nunca es infranqueable. Un muro nunca es más grande que el espíritu del hombre que éste encierra. Pues el otro sigue allí. El otro no desaparece. El otro nunca desaparece. El otro del otro soy yo. Yo, y mi espíritu. Yo, y mi imaginación”.
“Monasterio” es el deambular por el claustro de la identidad propia, con reflexivas paradas ante los capiteles de la intolerancia religiosa, el exilio cotidiano o el miedo al otro, para al final acabar en el de la reconciliación con uno mismo.
La narración de Halfon sigue los meandros de su mente y adopta un sentido circular (como lo es la Historia judía) que regresa al lugar visitado pero lo reconoce bajo otra luz, al modo de un tema de jazz. En otro autor este viaje sería insufrible, pero en él, gracias a su frase diestra, a su palabra clara y precisa, al particular humor que alienta sus desvaríos, se convierte en  una deliciosa excursión que el lector goza de tal modo que quiere volver una y otra vez a su peculiar mundo.

Me fascinó Halfon en “La pirueta”, me ha encantado aquí, disfruto enormemente con sus escritos y seguiré leyendo todo lo que publique porque somos hermanos en el desarraigo.

Sybilalibros

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