Tienes
la ilusión de que el amor te funde con la persona amada, desapareciendo el yo.
Es así, pero no de la manera positiva que tú esperabas; porque el amor es
empecinado, no sabio ni sincero. El amor te atiza como un rayo, te fulmina.
Destruye tu vida transformándola en otra cosa. Te convierte en un no muerto; no
te alimentas de la sangre del otro, lo vampirizas entero, crees, sin saber que
es venenoso.
Así puedo describir esta novela sin contar la
historia concreta.
Se escribe mucho sobre la felicidad social
nórdica, de los noruegos en concreto desde que descubrieron petróleo. Un
sistema político protector, una geografía y un alma distantes que les facilita
regular la inmigración. Son pocos en un país grande. El clima es difícil pero
la prosperidad para defenderse sólida. Estuve en una ciudad noruega que era la
más feliz del mundo, según un estudio. Claro, los estudios pensados para la
prensa, como las estadísticas, los carga el Diablo, quien, según un estudio, es
80% malvado, 18% humorista y 2% no sabe no contesta.
El párrafo anterior viene a cuento de que no
conozco literatura más triste que la noruega. En el país de la dicha. Esta
novela desoladora merece la pena por bien escrita, por la intriga noble, sin
engaños, por momentos memorables. Está escrita en segunda persona, como mensaje
dirigido por la amada al amado.
La autora nació en 1981, veo en un periódico
que en Oslo, según otro en las Lofoten; para mí no es indiferente. Es hija de
egipcio y danesa, de ahí el exotismo leve de su nombre. Edita Nórdica, una
garantía.
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