Cuarta novela con el teniente de policía habanero Mario Conde. Es
otoño en el Caribe. No se espera la caída mansa de la hoja, viene
un huracán para arrancarla violentamente. Están en el aire,
literalmente, las viviendas, los árboles, el presente, las ilusiones,
todo.
Conde, a unos días de cumplir 36 años, deberá salir de su inacción
autocompasiva para investigar un nuevo asesinato, aunque tiene
decidido abandonar la policía. Ser un investigador honrado y eficaz,
tras una purga en su departamento es obligación y salvación
personal. Dolorido por lo que fue, lo que es, desesperanzado con el
porvenir –lo único seguro es el próximo viento destructor- , quedan
los amigos y el trabajo.
Tras la revolución castrista de 1959, buena parte de la burguesía
cubana huyó de la isla o, quedándose, perdió sus posesiones. Sus
bienes fueron estatalizados, en beneficio del pueblo, se supone. En
esta entrega el Conde investiga el tráfico de bienes expropiados, el
súbito enriquecimiento de algunos revolucionarios bien situados en
la construcción del socialismo. Como siempre, Padura no ataca
directamente el régimen revolucionario hereditario de su país. No
hace falta, basta con describir la realidad cotidiana para sentir su
fracaso.
La Habana se siente vieja, está herida, pero es hermosa y quiere
vivir. Lo mismo puede decirse de los personajes de la novela, con
los que bebemos ron, valorando la lealtad y la amistad, mientras lo
mismo escuchamos a los Credence que a Formula V, porque la vida
es un disparate contradictorio del que, a veces, gozamos.
260 páginas editadas modesta y correctamente por Tusquets. Leo
la octava edición de julio de 2018; la acción de la novela transcurre
en 1989, fue escrita en 1998.
Luis Miguel Sotillo Castro
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