La segunda novela
de E. Mendoza tras el inesperado éxito de su debut con “La verdad sobre el caso
Savolta” obedece, como el mismo autor confiesa en el prólogo, a una necesidad
de distanciarse del maremágnum en el que se vio envuelto y superar el bloqueo
ante la página en blanco.
La catarsis le condujo
a un divertimento disparatado, enraizado en la picaresca española que, en vista
de la gran aceptación obtenida, seguirá cultivando a intervalos para deleite de
sus seguidores.
Para ello, retoma
a ese personaje oblicuo y desconcertante del Caso Savolta, sin nombre porque
los reúne todos, un lunático adicto a la Pepsi-Cola internado en un manicomio,
al que recurre el jefe de policía para la resolución de un caso de desaparición
de adolescentes en un internado de “niñas bien”.
La enrevesada
trama de entradas, salidas, despistes, historias paralelas, típicos de un vodevil,
sirve a Mendoza de excusa para algo que le es muy querido: contar Barcelona, desde
el aristocrático S. Gervasio hasta los prostíbulos del Raval, durante los
convulsos momentos de nuestra recién estrenada democracia.
La diversión, más
que por la propia historia en sí, de escasa chicha, viene dada por la pericia
de saltimbanqui del autor en el uso del anquilosado lenguaje leguleyo que gasta
el loco, alcanzando momentos de desternillante
paroxismo, y por surrealistas situaciones impropias de una investigación
policial de forma que, cuando te quieres dar cuenta, sigues a ciegas a este nuevo
Lazarillo de las Ramblas, que destila amargura y ternura a partes iguales,
llegando incluso a profesar su cordura.
Aparquen un
ratito la formalidad y déjense llevar una tarde (sus 200 páginas se beben con
un largo café) por la sana demencia, como afortunadamente hizo el autor para
regocijo propio y de sus lectores.
La recomiendo
para forofos de Mendoza, de Barcelona, de
personajes descabellados y para echar un buen rato tras un día
atravesado.
Sybilalibros@YoLibro
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