Para mí ha sido una auténtica gozada de esta estupenda
autora.
Parece la típica novelita costumbrista “british”, con su
ingenioso humor y personajes arquetípicos entre la flema y el disparate, pero
es mucho más, entre otras cosas porque está ambientada en la Rusia zarista a
punto de irse a pique por la revolución, con lo que ello conlleva de exotismo e
intimismo, aunque parezca paradójico.
Marzo de 1913. Moscú está a las puertas de la primavera y una
familia inglesa que reside allí como si fuera un picnic en la campiña, está a
punto de deshielo también:
“Cuando los abedules jóvenes crecían y se hacían más y
más altos, la capa que recubría la base del tronco se fragmentaba y se escindía
en manchas oscuras y suaves. Las ramas definían el blanco sobre el negro, el
negro sobre el blanco. Las ramitas más tiernas eran delgadas, con forma de
látigo, de un color marrón oscuro que despedía destellos púrpuras. En cuanto se
abrían las brillantes yemas, las pequeñas e incipientes hojas comenzaban a
exhalar un fragante aroma, no tan marcado como el del álamo, pero sin duda más
salvaje e inolvidable, la verdadera esencia de los lugares agrestes y
solitarios”.
Frank Reid es dueño de una imprenta heredada de su padre. Aunque
nacido en Moscú, es ciudadano británico, al igual que su esposa. Como buen inglés,
anhela una vida rutinaria que le permita la suficiente tranquilidad para su
codiciado aislamiento. Pero ni su país de acogida ni su mujer están por la
labor, infectados por una primavera anarquista.
Una noche, al regresar a casa, descubre que su compañera le ha
abandonado para ingresar en una comunidad tolstoyana de Inglaterra. Frank,
epítome de la parsimonia que le corre por las venas, se aferra a lo conocido y se
queda al extraño cuidado de sus tres hijos y empresa, acompañado solamente por Selwyn
Crane, su contable, un personaje fascinante, y Volodia, un misterioso
estudiante que irrumpe en la imprenta con intenciones poco claras. A ellos se
unirá la niñera Lisa, una Nimué capaz de alterar al imperturbable Merlín-Frank.
El hogar inglés saltará por los aires por mor de la costumbre dinamitera rusa
de entrometerse en la vida de sus vecinos.
Lo que sigue, en un difícil juego de pasos adelante y atrás
que puede despistar al lector, son las reflexiones de Frank sobre los motivos
que llevan a la gente a tomar decisiones irracionales:
“No estamos hechos para vivir solos. La vida hace sus propias
correcciones”
Mientras, el manto blanco de nieve que silencia anhelos se
retira para mostrar la realidad que subyace en todo ser humano, en toda ciudad,
en todo país.
Escribir una comedia costumbrista inglesa en el Moscú
revolucionario suena a disparate o aún peor, a devaneo distópico. Pero no. Solo
una autora como Fitzgerald puede transitar por esta innovación y salir más que
airosa. Trasladar el abandono matrimonial, fuente de alimento espiritual de la
aldea inglesa, a una oscura imprenta moscovita y lograr una pequeña maravilla se
debe a una atmósfera de despertar de cuento de hadas sobre el que se ciernen
rojos nubarrones de trolls; a las fabulosas descripciones del Moscú de
principios de s. XX y sus gentes; a un humor fino y subterráneo, y como es
habitual en la autora, a unos personajes genuinos de personalidades tan
dispares que parece imposible que confluyan en ese pequeño universo
tipográfico. La composición de Selwyn Crane en particular es antológica: devoto
tolstoyano, experto en hacer sentirse culpable a todos los que le rodean, disfruta
de un misticismo que oscila entre el Bien supremo y un Mefistófeles justiciero.
Pura golosina.
La genialidad de Fitzgerald reside en enfocar un apacible
plano para acto seguido pisar el detonador y volarlo por los aires para que salte
en mil pedazos de historias. Mi admiración la seguirá por toda la eternidad.
Para los críticos no es su mejor obra. Muchos de los lectores
se han sentido decepcionados, en parte por falta de empatía, en parte por
incomprensión de la estructura y del sentido de la novela, pero a mí me ha
gustado mucho. Fitzgerald muestra la primavera como una metáfora de libertad,
la de la esposa asfixiada en un matrimonio aburrido, la de un pueblo oprimido,
la de un hombre obligado por primera vez en su vida a elegir.
Su prosa es ingeniosa, te obliga a leer entre líneas y consigue
transcribir los problemas del mundo contemporáneo a un momento intemporal. Por ello
os animo a que saquéis vuestro lado revolucionario y lo leáis cuando veáis las
primeras flores brotar y los rayos de sol os calienten el rostro.
Por último, reseñar la buena traducción de Pilar Adón, llena de matices.
Sybilalibros