He leído este trabajo hasta el final porque rezuma amor por los libros y está escrito correctamente. Resulta simpática la emoción de la autora ante la palabra escrita, su historia y continentes variables a través de los siglos. Libro personal, anecdótico y amable, no es un ensayo, aunque la editorial Siruela lo publique como tal.
Me aclara un tuitero, hablando de esto, que según una acepción de la RAE, infatigable en su aggiornamento, sí es un ensayo, porque lo es la transmisión de ideas, sin exigir más que el estilo sea personal. Si esto fuera así, las cartas que yo envío a mi prima Paqui serían ensayos. Pues no, no valgo tanto. Un ensayo debe trabajar con las fuentes existentes sobre el tema tratado, objetivamente, sin equiparar en valor un documento histórico y un recuerdo personal de infancia, por entrañable que sea. Si uno no aporta nada nuevo, ningún descubrimiento, sí puede ser original en las conclusiones derivadas del estudio de las fuentes; pero no debe sustituirse un hallazgo intelectual inexistente por una aventura personal. No podemos colmar el vacío de un interrogante histórico con un deseo propio. Aníbal no cruzó los Alpes evitando un camino más fácil, pasando frío y perdiendo elefantes, porque a un biógrafo suyo le gustasen los paisajes nevados.
Un ensayo es una obra científica, no un libro de memorias. Debe huir de los tópicos, como el de la carencia de originalidad romana. Claro que deben los romanos mucho a los griegos, ninguna cultura nace de la nada, pero no son meros imitadores brutos.
“El
infinito en un junco” está bien editado por Siruela. Leo la undécima edición de
mayo de 2020, 449 páginas.
Luis
Miguel Sotillo Castro.
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