He
hablado con seis o siete fans rendidos de Mendoza sobre esta novela, sólo a dos
le gusta mucho, los demás ponen reparos. Este libro tiene dos dificultades. Hay
que conocer la España prebélica para comprenderla bien, de este conocimiento es
difícil apartar los prejuicios partidistas. Esta primera dificultad trae cosida
la segunda: a mucha gente le desasosiega, incomoda, ver a personajes como Primo
de Rivera tratados como personas, no monstruos. Por otra parte, se le reprocha al
autor que sea una novela de encargo para obtener el Planeta. Es cierto. Hacienda
porque sí, Mendoza porque se lo curreló, se llevaron un buen dinero, pero eso a
mí no me molesta.
Un
inglés llega a Madrid en la primavera de 1936, con el encargo de autentificar
un posible Velázquez de una colección privada. El amor por la pintura, la
reflexión sobre ella, especialmente la del sevillano, es un aliciente poderoso
durante la lectura. Pensar en el Siglo de Oro en la España republicana que se
tira por el precipicio. Otro atractivo, el contacto del inglés, pez fuera del
agua, tanto con la gente más humilde como con los ricos; con falangistas y
comunistas, putas y señoritas, policías y matones.
“Los falangistas andan a tiros con los
socialistas; los socialistas, con los falangistas, con los anarquistas y, de
vez en cuando, entre sí. Y mientras tanto, todos hablan de hacer la
revolución.”
Desde Franco hasta una vieja pobre medio ida,
todos los personajes son creíbles, sin abusar Mendoza de psicologismos ni
probar nuestra paciencia con falsas profundidades. Tenemos también amoríos,
risas y suspenso; termina la novela antes de la guerra.
La recomiendo sinceramente. Leo la 7ª edición
de Planeta, claro, de 2011, el premio lo obtuvo en 2010. 427 páginas amenas e
intrigantes, pese a que sepamos cómo fueron las cosas en ese verano del 36.
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