martes, 2 de junio de 2020

RIÑA DE GATOS.Madrid 1936. Eduardo Mendoza


He hablado con seis o siete fans rendidos de Mendoza sobre esta novela, sólo a dos le gusta mucho, los demás ponen reparos. Este libro tiene dos dificultades. Hay que conocer la España prebélica para comprenderla bien, de este conocimiento es difícil apartar los prejuicios partidistas. Esta primera dificultad trae cosida la segunda: a mucha gente le desasosiega, incomoda, ver a personajes como Primo de Rivera tratados como personas, no monstruos. Por otra parte, se le reprocha al autor que sea una novela de encargo para obtener el Planeta. Es cierto. Hacienda porque sí, Mendoza porque se lo curreló, se llevaron un buen dinero, pero eso a mí no me molesta.

Un inglés llega a Madrid en la primavera de 1936, con el encargo de autentificar un posible Velázquez de una colección privada. El amor por la pintura, la reflexión sobre ella, especialmente la del sevillano, es un aliciente poderoso durante la lectura. Pensar en el Siglo de Oro en la España republicana que se tira por el precipicio. Otro atractivo, el contacto del inglés, pez fuera del agua, tanto con la gente más humilde como con los ricos; con falangistas y comunistas, putas y señoritas, policías y matones.
 “Los falangistas andan a tiros con los socialistas; los socialistas, con los falangistas, con los anarquistas y, de vez en cuando, entre sí. Y mientras tanto, todos hablan de hacer la revolución.”
 Desde Franco hasta una vieja pobre medio ida, todos los personajes son creíbles, sin abusar Mendoza de psicologismos ni probar nuestra paciencia con falsas profundidades. Tenemos también amoríos, risas y suspenso; termina la novela antes de la guerra.

 La recomiendo sinceramente. Leo la 7ª edición de Planeta, claro, de 2011, el premio lo obtuvo en 2010. 427 páginas amenas e intrigantes, pese a que sepamos cómo fueron las cosas en ese verano del 36.

Luis Miguel Sotillo Castro

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Destacado

El jardín de los Finzi-Contini. Giorgio Bassani

 " Yo, igual que ella, carecía de ese gusto instintivo que caracteriza a la gente corriente [...] más que el presente, contaba el pasad...