Fábula
contemporánea, narrada en dos tiempos, 1985 y 2006, sobre la devastadora
soledad originada en el vertiginoso avance de una sociedad despiadada, que
engulle la esencia de las personas, personificada en esos “leviatanes” del
consumo como son los megacentros comerciales.
La conexión entre
ambas épocas, la pantalla de un televisor de la sala de vigilancia del centro
comercial. Los protagonistas, Kurt, un vigilante nocturno, insomne por vocación
para huir de la pesadilla de la muerte de su esposa y Lisa, una de las muchas
trabajadoras explotadas por empresa multinacional y atrapada en una relación
tan alienante como su esclavizador empleo. La sacudida que despierta a estos peones
del capitalismo: la desaparición en los ochenta de una niña huérfana, Kate,
deliciosamente creativa, que sueña con ser detective y que vive en una perpetua
conversación aventurera con su amigo imaginario. Su búsqueda supondrá salir del
círculo vicioso la ficha laboral y la catarsis de pasados dolorosos.
Novela de
desarrollo desigual, contempla una primera parte (la dedicada a la historia de
la niña) muy dinámica y atractiva que pierde el norte y el pulso en la segunda
parte, como para acompañar el estado de ánimo de sus actores, con el agravante
de la inserción de extraños monólogos de gente anónima y ajena a la novela que
deambula por el centro comercial. Creo que la intención de la autora era
presentarlos como metáfora de la deshumanización de la masa compradora, pero mi
opinión es que yerra en el formato, ralentizando y enroscando aún más una trama
ya de por sí ofuscada.
Dulce como el
caramelo de la infancia, amarga como un sándwich al que le falta la mitad;
tierna pero a la vez despiadada, rebosante de sentimientos sin
sentimentalismos, cruda pero sin arañar; acierta en el argumento, en la crítica
sin paliativos al brutal desarrollismo capitalista de los 80 en Reino Unido,
que creó factorías de parados y sumió en el conformismo a las generaciones
siguientes, atina también en los personajes, pero ¡Ay! peca de ambición, de
exceso de reflexión, de alargar innecesariamente la trama. Y eso pasa factura,
a pesar de la cuidada prosa que exhibe la autora.
Aunque crea unas
expectativas que después no cumple, yo la recomendaría por la actualidad de su
denuncia.
Sybila @YoLibro
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