miércoles, 17 de abril de 2019

LO QUE PERDIMOS. Catherine O’Flynn


Fábula contemporánea, narrada en dos tiempos, 1985 y 2006, sobre la devastadora soledad originada en el vertiginoso avance de una sociedad despiadada, que engulle la esencia de las personas, personificada en esos “leviatanes” del consumo como son los megacentros comerciales.

La conexión entre ambas épocas, la pantalla de un televisor de la sala de vigilancia del centro comercial. Los protagonistas, Kurt, un vigilante nocturno, insomne por vocación para huir de la pesadilla de la muerte de su esposa y Lisa, una de las muchas trabajadoras explotadas por empresa multinacional y atrapada en una relación tan alienante como su esclavizador empleo. La sacudida que despierta a estos peones del capitalismo: la desaparición en los ochenta de una niña huérfana, Kate, deliciosamente creativa, que sueña con ser detective y que vive en una perpetua conversación aventurera con su amigo imaginario. Su búsqueda supondrá salir del círculo vicioso la ficha laboral y la catarsis de pasados dolorosos.

Novela de desarrollo desigual, contempla una primera parte (la dedicada a la historia de la niña) muy dinámica y atractiva que pierde el norte y el pulso en la segunda parte, como para acompañar el estado de ánimo de sus actores, con el agravante de la inserción de extraños monólogos de gente anónima y ajena a la novela que deambula por el centro comercial. Creo que la intención de la autora era presentarlos como metáfora de la deshumanización de la masa compradora, pero mi opinión es que yerra en el formato, ralentizando y enroscando aún más una trama ya de por sí ofuscada.

Dulce como el caramelo de la infancia, amarga como un sándwich al que le falta la mitad; tierna pero a la vez despiadada, rebosante de sentimientos sin sentimentalismos, cruda pero sin arañar; acierta en el argumento, en la crítica sin paliativos al brutal desarrollismo capitalista de los 80 en Reino Unido, que creó factorías de parados y sumió en el conformismo a las generaciones siguientes, atina también en los personajes, pero ¡Ay! peca de ambición, de exceso de reflexión, de alargar innecesariamente la trama. Y eso pasa factura, a pesar de la cuidada prosa que exhibe la autora.
Aunque crea unas expectativas que después no cumple, yo la recomendaría por la actualidad de su denuncia.

Sybila @YoLibro

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