“Hay que
desordenar el caos” dice el maestro Suárez y a fe que lo consigue en esta
maravillosa, extravagante, surrealista, rotundamente francesa ¿novela?
Os presento a
los “dramatis personae”: una mujer con sexo de hombre; una desinhibida e
intrigante pintora sueca a punto de casarse, que hace honor a su nacionalidad y
transita por todos los vericuetos del sexo; un marido consentidor a la
francesa; un chaval inocente que señala con el dedo del destino, y, finalmente,
realidad cayendo a plomo, un español exiliado que, huyendo de su pasado,
tropieza accidentalmente con la historia criminal de celos desatada.
Con estos
ingredientes uno podría pensar en historia policíaca libertina y reivindicativa,
pero no. G. Suárez nunca apuesta sencillo. Le gusta jugar fuerte y con la mente
del lector. Así compone una bizarra novela de exiliados, combatientes por las
libertades, aliados, por arte de casualidades casi homéricas, con los
adinerados esnobistas más delirantes de la Francia de posguerra, combinada con
los recuerdos de la época del propio autor, que le asaltan en sueños rodados en
8mm y glorioso blanco y negro.
Lo que Suárez proyecta
ante nuestros ojos es una novela negra de kiosko, un documental montado con los
negativos hallados en el desván de su memoria, un homenaje a los mitos
franceses que forjaron el Elíseo español del antifranquismo. Y lo hace con un rápido
e imaginativo guión plagado de diálogos tan cortantes como los de Sam Spade, un
cúmulo de situaciones equívocas que llevan a desenlaces estrafalarios, una
traslocación de la lógica narrativa que conduce al lector a confundir los
límites entre realidad y ficción, algo muy querido para un autor que escribe de
maravilla, que usa un vocabulario tan rico que mantuvo a mis neuronas en
perpetua excitación nerviosa y todo bajo el pabellón de la libertad creativa.
La he disfrutado
muchísimo. He gozado con sus referencias cinéfilas y literarias francesas,
apreciables en su mayoría sólo para “connaisseurs” y la recomiendo para todo
aquel que tenga la mente abierta a las jugadas de la imaginación, la mirada
perdida en los sueños de la infancia y el corazón en permanente construcción.
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