Así que toca arremangarse
las enaguas, ajustarse el mantón y ceñirse el chalequillo.
Viviremos en pensiones
tan estrechas y oscuras que sorberemos el cocido a tientas en el pasillo.
Dormiremos en suelos de
corralas apretujados contra golfos y modistillas. No habrá qué comer, pero sí
calentaremos nuestras tripas con aguardiente de navajas en tabernas del
Manzanares.
Si habemos dos duros, tomaremos café en el Lisboa y luego iremos al
baile de las Vistillas con la Rabanitos y la Fea. Si los bolsillos están
carpantas, apandaremos unas tiras de
encaje o un fardo de crespón con los randas Vidal y el Bizco, a ver si
lo colamos al trapero del Rastro.
Si hay que najarse (¡moler!), a pasar la noche en las cuevas del Cerro de los Santos y
ya mendigaremos a las “marquesas” de la Doctrina un mendrugo tan duro como su
corazón.
Aprenderemos un oficio en
el que se cobra en desprecio, sufriremos hambre, frío, traición y abandono,
pero habremos conocido el verdadero Madrid de la Restauración.
Y mientras, reprimiremos
las ganas de darle un zamarreón a Manuel y decirle que espabile, porque no son
más que el reflejo de la maestría de Baroja a la hora de retratar a sus
personajes y abocarlos a las más sórdidas de las situaciones para luego
dejarles respirar unos minutos fuera del cieno.
Cualquier autorzuelo
actual megaventas llenaría 500 folios regodeándose en palabras vacías para
construir una novela así. Don Pío, con cuatro pinceladas vibrantes, un léxico
riquísimo, un conocimiento verdadero de los suburbios de Madrid (pues los vivió
de cerca) y de su habla, nos regala una obra maestra de 190 páginas en la que
palpita ese impulso Regeneracionista tan característico del autor como de la
Generación del 98.
ABSOLUTAMENTE
IMPRESCINDIBLE para los madrileños que se sientan orgullosos de serlo, para los
que amamos de lejos esa Villa y Corte de los Milagros; para los amantes de la
literatura con mayúsculas, los curiosos del habla de los bajos fondos y de los
cambios sociales de la España de finales del s. XIX. Toda una amena y fiel lección
de historia.
Y a los que se pirran con
el jamón york de Dickens, les invito a que prueben el realismo social “pata
negra” patrio. Ni punto de comparación.
¡No se pierdan las
continuaciones!
Sybilalibros
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