Que Muriel Spark
es una autora incómoda e impertinente, es un hecho. Que su mordacidad destila
bilis, que disfruta mostrando el lado más oscuro y ruin del ser humano en sus
personajes, también. Y a pesar de esta tarjeta de visita, os sugiero que leáis
al menos una de sus obras porque no deja nunca indiferente amén de sacudir el
polvo a las neuronas.
No sé si lograré convenceros,
porque resaltar las virtudes de Spark es tarea complicada, pero me conformo con
despertar vuestra curiosidad.
Los solteros, novela coral y serpenteante, narra las
tribulaciones de un grupo de célibes de Londres, maniáticos y excéntricos, amantes
de la tranquilidad y la independencia que les concede su estado en la más pura tradición british del género (imposible no
acordarse del Bertie Wooster de Wodehouse al leer estas páginas) cuando se ven
envueltos en una desquiciante trama de estafas, robos, chantajes y espiritismo en
el momento en que aparece en sus vidas Patrick Seton, un médium aprovechado y
viejo conocido de la policía.
El maquiavélico embrollo, que culminará en un
juicio grotesco, no es más que la excusa de Spark para revelar ese Hyde que
todo ser humano aparentemente normal lleva dentro y que se desata con
virulencia frente una situación que amenaza su status. Para ello, no duda en
retorcer a sus personajes, ofreciendo un terrible muestrario de odio, cobardía,
mezquindad, crueldad gratuita e hipocresía que causa en el lector rechazo y
lástima a la vez.
La maestría de
Spark para construir caracteres se luce en esa galería inclasificable que
desfila por las páginas de Los solteros:
el irlandés católico que no puede resistirse al sexo, el abogado mediocre que
se aprovecha de su oficio para flirtear con su clienta, el sacerdote de una
religión creada por él mismo que “ilumina” a señoritas, la viuda alegre que halla
en el espiritismo una forma de realizarse y acaparar la atención, las camareras
enamoradas de “hombres espirituales” que las rediman de su vulgaridad, y los
personajes centrales: Roland Bridges, el eminente grafólogo epiléptico,
exsacerdote católico obsesionado con la memoria, que aporta la razón de la
religión a este corral de gallinas sin
cabeza; y el médium Patrick Seton, embaucador de viudas y jovencitas, ambicioso
estafador, representante de la religión de las emociones del más allá y
auténtica fuerza catalizadora de la narración.
Todos contribuyen
a una sátira en la que Spark ridiculiza al espiritismo como refugio de
solitarios, al sistema judicial, a la policía, a las víctimas de videntes que
acaban siendo tan manipuladoras como sus verdugos, ¡a la soltería! como fuente
de tanta estupidez y malevolencia.
Y sorprendentemente, a su propio género. Porque
las mujeres no salen muy bien paradas en esta novela: las viudas, o ingenuas o
mantis religiosas; las jóvenes solteras, o tonta e influenciable o decidida
pero ligera de cascos.
Sí, Muriel Spark
puede hacernos torcer el gesto mientras intentamos seguir una lectura que
avanza en meandros, da repentinos saltos en los secos y punzantes diálogos, a
veces sin aparente relación con el momento narrado, pero que muestran
sutilmente la personalidad de cada personaje.
Ahí radica la inteligencia
de esta extravagante autora escocesa, amiga y apadrinada de Graham Greene, con
quien compartió oficio de espía y conversión al catolicismo sin abandonar sus
interrogantes, algo que trasluce en esta novela si uno va más allá del
esperpento y sabe leer entre líneas.
Para muchos
lectores sus obras carecen de argumento, las consideran meros ejercicios
satíricos. Para mí, su amargor es como el del lúpulo: choca, pero sin él no
sería posible el milagro de la cerveza. Me estimula las neuronas y me empuja a
recaer en su lectura una y otra vez.
Sybilalibros@siyofueralibro
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