viernes, 30 de noviembre de 2018

MIRKHEIM. Poul Anderson



Novela con batallas espaciales, naves volando y disparando entre estrellas y  planetas. Me apetecía. Es de 1977, sabor antiguo de la ciencia ficción anterior a la revolución informática de finales del siglo XX. Como  en 2001 o en Alien, aquí tenemos una computadora inteligente, parlanchina, capaz de gobernar un navío estelar. El nombre que elige Anderson para este súper cerebro es  Atontado, curiosa y significativamente.

Es una novela de guerra, con sus motivos comerciales ypolíticos. Humanos contra otros humanos en alianza con extraterrestres.  Hay un buen muestrario de estos últimos, sin abusar. Uno de ellos recuerda al “mapache” que aparece en la peli “Guardianes de la galaxia”. 

Leemos: “…ese enorme porcentaje de humanidad que, en realidad, nunca había querido ser libre. La mayoría de esta gente anhelaba la seguridad que los candidatos políticos le prometían. Una minoría más activa deseaba solidarizarse con alguna causa excitante y pensaba que todos los demás debían desear lo mismo.”  
Leemos: “No podemos volver a casa y encontrar lo que dejamos atrás en nuestra juventud, quizá esté aún allí, pero nosotros no somos los mismos, ni nosotros ni el resto del cosmos.” 

Algo más sobre Poul Anderson, nacido en Pensilvania. El tema del tiempo, cómo pasa y nos destruye; jugar con él, combatirlo, es muy querido parél. Lo demuestra en “La nave de un millón de años” y en “La patrulla del espacio”. De la primera diré que me gustó mucho, aunque las pocas críticas que leo sobre ella son negativas en general. Decir que la idea central de “La patrulla del tiempo” es copiada, no sé si con pago de derechos, por una serie famosa de la televisión pública española. 
Leo la edición de EDAF de 1980, 313 páginas.
Luis Miguel Sotillo Castro

domingo, 25 de noviembre de 2018

LA SOLITARIA PASIÓN DE JUDITH HEARNE. Brian Moore.


Tristeza, soledad infinita, sueños rotos, locura, alcohol, religión: Un tranvía llamado deseo en Belfast podría titularse esta maravillosa novela en la que Moore describe prodigiosamente la tortura de un alma solitaria, sus interiores y recovecos, la pugna interna contra los prejuicios adquiridos que minan su ser.

“La solitaria pasión de Judith Hearne” es la historia de una de las marginaciones más dolorosa y a la par más inspiradora para la literatura como es la de la solterona: estigmatizadas por la sociedad por no darle hijos, culpables de que haya hombres solos, monjas sin anillo al cuidado de familiares enfermos que les pagan su vocación muriéndose en la ruina, la solterona se convierte en una carga para la familia y sus escasas relaciones.

En un sombrío y encogido Belfast de posguerra, Judith Hearne, fea y en esa edad indeterminada en la que la mujer si no es oronda matrona es escuálida mística, pobre pero respetable, fiel cumplidora de unos preceptos católicos que no la consuelan y una carga lastimosa para sus únicos amigos que la sufren cada té de domingo, intenta sobrevivir a su destino en casas de huéspedes de paredes alcahuetas donde sueña, entre suspiros ahogados en la botella de whisky, con el brillante caballero que la rescate del dragón de la soltería.

Cuando menos se lo espera, su Dios amenazador se apiada de ella y trae a su pensión a un expansivo comerciante norteamericano sin pensar que su aparición desatará las más bajas pasiones entre los moradores de esa cueva de leprosos del amor.

Extraordinaria tanto en el sentido literario como el humano, “La solitaria pasión de Judith Hearne”, que podría haber sido una cargante novela de dramas desmandados, es una obra magistral gracias a la pluma fina, inteligente y elegante de B. Moore que trata a su protagonista con exquisita dulzura, incluso con toques de humor, pero sin ahorrarnos la vileza de su adicción a la par que  nos muestra  los perfiles de los restantes personajes en pequeños pero definitorios gestos, componiendo un cuadro del que es difícil apartar la mirada.

Leyendo libros como este, una entiende por qué B. Moore es considerado un maestro de las letras británicas, genio que hizo extensivo a los guiones cinematográficos como el de “Cortina rasgada”  rodado por Hitchcock al emigrar a los EEUU y es admirado por otro maestro como Graham Greene.

Más que recomendable, lectura obligada. Máxime cuando la edición de Impedimenta y la traducción de Amelia Pérez de Villar son impecables.

NOTA CINÉFILA: Existe película de 1987 protagonizada por los inmensos Maggie Smith y Bob Hoskins, pero desgraciadamente no he tenido ocasión de verla, así que no puedo dar opinión. Pero me da el pálpito que a pesar de contar con tan buenos actores, difícilmente habrán conseguido plasmar el hálito que se respira en las páginas de Moore.



Sybila @YoLibro

jueves, 22 de noviembre de 2018

LOS CRISTALES SOÑADORES. Theodore Sturgeon


Contemporáneo de los célebres Asimov, Clarke y Bradbury (Homenajea al tercero en este libro, citando sus crónicas marcianas) Sturgeon es un autor notable, aunque agazapado en las estanterías, entre el lomo duro de los libros abundantes de los grandes. Un tipo que dijo: El 90% de la ciencia ficción es basura, pero el 90% de todo es basura. Recomiendo, además de esta, sus novelas Más que humano y Venus Plus X.

En Los cristales soñadores las peripecias son originales, los personajes están tratados sutilmente. Por ejemplo, hay uno que tiene memoria eidética, mas no es muy inteligente. Novela sobre el amor, el odio, sus poderes. Vemos monstruos circenses entre Freaks, la película de 1932 y BladeRunner, de 1982; la novela es de 1950. 

La existencia de los cristales misteriosos, tal vez extraterrestres, no importa tanto. Sí que nos hace pensar sobre la humanidad y la marginalidad; hasta que punto somos irrepetibles y relevantes. Qué es un ser humano, quién lo es, cuanto importa.
Se lee rápido, 206 páginas. Leo la edición de bolsillo, 2004,  de la imprescindible editorial Minotauro.

Luis Miguel Sotillo Castro 

LA BALADA DE IZA. Magda Szabó


Me encanta tropezarme con autores desconocidos por el gran público, sobre todo los que provienen de países que estuvieron tantos años tras el telón de acero porque tienen tantas historias que contar y de una manera tan diferente a la acostumbrada europea occidental que siempre me sorprenden. O será que los leo con los ojos y el corazón de una niña: sin prejuicios, simplemente dejándome llevar.

Es el caso de esta sensible e inteligente autora, compatriota húngara del mediático Márai pero menos promocionada, a saber por qué (algo que, por otro lado, me alegra. El estar alejada de la tendencia dominante le da cierto caché que también pasa a sus lectores de alguna manera).

“La balada de Iza” es una historia de incomprensiones y silencios, de egoísmos encubiertos de generosidad, de vacíos dejados por los seres queridos que pretenden llenarse con material prefabricado, de choque entre las tradiciones del pueblo y las asépticas relaciones impuestas desde el Partido en la capital.

Iza es una reputada doctora cuya madre, que vive en una casucha de un poblado atrapado en tiempos pasados, acaba de enviudar. Con la más racional de las intenciones se la lleva a vivir con ella a su funcional pero inanimado apartamento de Budapest. Las continuas ausencias de Iza por su entregado trabajo, su estricto carácter, que ya la alejó desde niña de la ternura de su madre y la falta de contacto humano de la gran ciudad provocan en la anciana un desamparo tal que enferma de melancolía, lo que empuja a las protagonistas a tomar decisiones que las enfrenta a todo lo callado durante años.

Con esta trama tan sencilla como universal compone Szabó, más que una novela, una lección de humildad y humanidad, con unos personajes tan sinceros, tan de andar por casa que te atrapan al primer renglón y no puedes dejar de leer una vez empezada.
Contribuye considerablemente a esta conexión la fluida, natural y delicada escritura de la autora, gran observadora de caracteres, que entiende que una taza desportillada o una funda de almohada hecha de remiendos dicen más que seis páginas de elaboradas descripciones psicológicas. Sus palabras se deslizan por los personajes y el paisaje con un ritmo pausado, íntimo, casi secreto hasta que, abruptamente, se precipitan en la parte final del relato, en una cascada imparable de angustia reprimida y reproches liberados del terror.

Enlazado con lo anterior, no quería dejar de mencionar dos cuestiones cuando menos sorprendentes de esta novela.

Una se refiere a su título original, Pilátus, es decir, el Pilatos de la tradición cristiana como símbolo de la cobardía e inhibición de responsabilidad. Cuando leáis el libro, lo entenderéis. ¿El porqué de un título en castellano tan distinto? Lo ignoro, probablemente se deba a estrategia editorial.

Y la otra es la llamativa ausencia (casi total) de cualquier referencia política, teniendo en cuenta que fue escrita en 1963, bajo la dictadura comunista o quizás por ello: durante la época de opresión estalinista sobre Hungría, desde el 1949 al 56, el gobierno prohibió la publicación de las obras de Szabó por su libre pensamiento y porque su marido estaba estigmatizado por el régimen. Cuando lean a Szabó, lean entre líneas, porque los personajes y la historia representan mucho más que un conflicto madre-hija.

Recomendable no sólo por lo que representa de conocimiento de otras literaturas largamente silenciadas sino por la extraordinaria sensibilidad de la autora: si no sufren en silencio con Etelka es que no tienen sangre en las venas.

Finalmente, dar las gracias a Mondadori por traducir a esta autora y darla a conocer en España.
Sybila @YoLibro

martes, 20 de noviembre de 2018

LA GUERRA QUE MATÓ A AQUILES. Caroline Alexander


Los libros clásicos lo son porque, como los dioses inmortales, viven, se mueven, cambian y no perecen. Todo está en La Ilíada, y lo que no, fluye de ella. Ya, es más antiguo Gilgamesh, pero son incomparables en influencia y complejidad. El verdadero diluvio lento, imparable, es el que nos empapa desde Homero.
Tiene guasa que la autora de este libro se apellide Alexander, pues recordamos que Paris se llama Alejandro. La gracia se acaba ahí.

"La guerra que mató a Aquiles" nos dice que la guerra es inútil y carece de motivo lógico (discutible, y ella misma reconoce la importancia estratégica de Troya como llave del Helesponto, causa verosímil del conflicto.) Demuestra, eso sí, que en la guerra todos pierden. Al cabo, los héroes lo son a su pesar: Aquiles quiere volver a casa y Héctor mimar a su hijo. Pero los hombres son juguetes en manos de dioses aburridos, con lo que la libertad es un sarcasmo.
 La autora nos hace notar que Zeus puede cambiar los dictados del Hado, así de todopoderoso es, a diferencia de los dioses nórdicos. Mas no lo hace: quiere a algunos hombres, pero no tanto.

Se pronuncia Alexander por la heterosexualidad de Aquiles convincentemente. Y por la existencia de Homero. Recoge el poeta tradiciones orales de las Edades del Bronce y del Hierro, pero también innova. Da un modelo para la poesía escrita, anticipa la Tragedia y el realismo. Estremece ver, mediante ejemplos de las guerras del siglo XX, cómo las reacciones de los soldados en la batalla, sea de la Gran Guerra, Vietnam o la guerra de Irak, están escritas ya en La Ilíada: la codicia e impericia de Agamenón, la furia pre- berserker de Aquiles sobre quien me extendería si no temiese ser pesado, el valor y el miedo de Héctor. Pienso ahora que algo tiene en común las relaciones entre Aquiles y Agamenón con las de Mío Cid y Alfonso VI... pero lo dejo, que otra característica de los clásicos es que nos hacen hablar y hablar hasta a los más callados.

Edita bien Acantilado, como siempre. Leo la primera edición de marzo de 2015. Suficientes las notas, moderada la bibliografía, atinados los dos mapas. 349 páginas, 27 euros.


sábado, 17 de noviembre de 2018

BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA. Dai Sijie


Pues una entretenida fábula con trasfondo de denuncia maoísta que se lee de un tirón gracias a la ternura de sus protagonistas. 

La novela cuenta la historia de dos adolescentes chinos, hijos de padres proscritos por el régimen comunista chino, que son enviados a una aldea tibetana de bárbaras costumbres  dentro de los famosos programas de re-educación comunistas. Allí, lo único que les alivia del trabajo extenuante y del trato inhumano es su habilidad para contar a los lugareños las películas que se proyectan en el pueblo principal pero que no llegan a ese lugar inhóspito. Pues, por orden del alcalde, nuestros protagonistas viajan cada semana con la misión de ver infames películas chinas que luego convierten en historias emocionantes para sus carceleros. En el camino entre pueblos se encontrarán con personajes curiosos y hallarán el amor en la dulce hija del sastre.

Para rizar la historia, tropezarán en el centro de internamiento con una misteriosa maleta repleta de libros franceses prohibidos propiedad de Cuatrojos, otro represaliado, que leerán a escondidas a cambio de ciertos favores.

Novelita de gran repercusión mundial  a pesar de que estilísticamente es bastante plana y ñoña, se hace atractiva gracias las referencias literarias a Balzac y otros autores franceses en el papel de educadores al margen de la uniformidad doctrinaria maoísta o a la recreación de relatos orales procedentes de la milenaria tradición china. Pero, sobre todo, te engancha el despertar a la vida del trío protagonista en un tono tan delicado y bucólico que contrasta violentamente con las atrocidades del campo de reeducación.

Lectura amable, rápida, para una tarde lluviosa o una noche de insomnio, que ha conocido versión cinematográfica de la que no puedo dar cuenta porque no he tenido oportunidad de verla.

Sybila @YoLibro


martes, 13 de noviembre de 2018

ADRIANO. Anthony Richard Birley


Aclaro que este es un trabajo de Historia riguroso. Hay libros titulados con el nombre de un personaje célebre que tienen mucho peligro: luz roja si se nombran “Yo, Fulano”, o “Yo, el…”
La excepción estupenda es “Yo, Claudio” de Robert Graves.

Birley es un historiador británico. Me decidí a leer este libro porque el autor se declara discípulo de R. Syme, cuya “La revolución romana” me encantó y porque de Birley leí ya con alegría su vida de Septimio Severo.

El problema con Adriano es la escasez de fuentes literarias, y estas, interdependientes entre sí. Son la Historia Augusta, Dión Casio, Mario Máximo, Arriano y poco más. Por suerte, Birley sabe sacar provecho también de la arquitectura, la epigrafía, las monedas de la época. Con todo ello, nos ofrece un retrato posible del emperador helenista, sin inventar (leí “Memorias de Adriano” de Yourcenar a principios de los ochenta. Avanzados los noventa, como es libro de buena fama permanente y apenas lo recordaba, lo releí. Hoy en día he vuelto a olvidarlo y ya no insistiré).

 Adriano es un personaje contradictorio. Pondré sólo un ejemplo, para más, lean este libro. La primera decisión de relevancia que toma  al llegar al poder es renunciar a las conquistas militares recientes de Trajano, su padre adoptivo. Cierto es que no era fácil consolidarlas, pero se negó a intentarlo. Las legiones recularon, volvieron por los caminos que habían abierto. Adriano fijó fronteras, renunció a la expansión imperial romana. Se le considera hombre de paz. Pero, y vamos a las contradicciones, no le tembló el pulso para casi aniquilar a los judíos cuando se rebelaron entre el 132 y 135 d.C, en buena medida, por la impericia política de Adriano. Hombre de paz, pero inició su mandato con el asesinato de cuatro senadores, lo acabó con más crímenes y fue enterrado sin ser llorado.

Como siempre que me gusta un libro, me extendería comentando otros aspectos. Mejor callo y lean. Aunque no me resisto a copiar un párrafo de la última página. Es una observación sagaz y graciosa de Sinesio de Cirene a comienzos del siglo V aplicable al alejamiento de los emperadores respecto de la gente corriente y, conviene decir aquí, que Adriano intentó ser accesible:
“Respecto al emperador y sus amistades y en lo referente a la danza de la fortuna, ciertos nombres salen disparados como llamas hasta una gran altura de gloria, para apagarse luego. Pero son cosas sobre las que el silencio es aquí absoluto; nuestros oídos no han tenido que sufrir ese tipo de noticias. Quizá la gente sepa –porque los recaudadores de impuestos nos lo recuerdan cada año- que todavía existe un emperador. Pero no está tan claro quién es. De hecho, algunos pensamos que el trono sigue aún ocupado por Agamenón.”
 Leo la primera edición de Península, 1 de noviembre de 2003; la original inglesa es de 1997. Fotos y mapas pertinentes. Las notas y la bibliografía demuestran el rigor del trabajo. 479 páginas.

Luis Miguel Sotillo Castro @sotillocastro en Twitter


lunes, 12 de noviembre de 2018

LA TERNURA DE LOS LOBOS. Stef Penney

Gratamente sorprendida por este relato.
Cuando muchas voces me la recomendaban no esperaba encontrarme con una novela de aventuras de corte clásico en pleno s. XXI, algo que echaba de menos desde mis lecturas juveniles y que siempre se agradece.

Ambientada en los profundos bosques del norte canadiense donde conviven diferentes lenguas y gente de toda procedencia, cuenta la historia de una persecución implacable, la del desconocido asesino de un trampero independiente, aunque todas las sospechas recaen en un joven amigo del mismo por haber desaparecido sin dejar rastro el día del asesinato. Convencida de la inocencia de su hijo huido, y ante la inoperancia de los representantes de la ley local, la señora Ross, una mujer decidida y al margen de los prejuicios sociales, verdadera protagonista del relato, se lanza en su búsqueda acompañada por un taciturno pero experto rastreador. A ellos se unirá más tarde el representante comercial de la todopoderosa Compañía que monopoliza el comercio de las pieles canadienses, supuesta depositaria de la ley en la zona pero con oscuros intereses en el hallazgo del asesino.

Con este punto de partida, Penney realiza una sugerente mezcla que cuenta como ingredientes con el canto a la naturaleza salvaje de los bosques de Jack London, la defensa de la libertad e independencia del Jeremiah Johnson de S. Polack y un punto de alegato del acervo indio de El último mohicano.

Bien escrita y bien planteada, la novela se complica con varias subtramas con las que la autora intenta mostrar la riqueza cultural y racial de su Canadá natal: la gran comunidad escocesa que mantiene las costumbres y religión de su metrópoli; los nómadas tramperos franceses; la mercantilista y prepotente Compañía inglesa; la cerrada y beatífica comunidad luterana de noruegos; los presidiarios del viejo continente que cumplían sus penas en desolado norte canadiense; los inquietos norteamericanos que cruzan la frontera según sus intereses y los indios nativos luchando por mantener su identidad frente a la avasalladora aculturación.

¿Qué ocurre? Que quien mucho abarca, poco aprieta. Y lo que era una novela con un horizonte claro, con personajes humanos e imprevisibles, se le va de las manos en el último tercio, resbalando peligrosamente hacia el folletín (en mi modesta opinión), lo que empaña el buen regusto que estaba dejando en el lector.
A pesar de ello, la recomiendo porque es muy entretenida y evocadora: tiene la autora una gran capacidad para trasportar al que la lee hacia aquellos inhóspitos bosques, viajar con la aguerrida partida de búsqueda y abrigarse de más porque la nieve salta de las páginas al sofá. Por cierto, los lobos apenas asoman.

ADENDA: Me gustaría destacar la foto utilizada en la portada del libro, un famoso cuadro titulado The sword proveniente de un museo canadiense. Desconozco si es la misma de la edición original. Si no es así, enhorabuena a Salamandra por hallar la ilustración perfecta para representar a la sra. Ross. Es tal cual se la describe en el libro.

Sybila

jueves, 8 de noviembre de 2018

LA NOVENA HORA. Alice McDermott


Tocando a vísperas y apresurándome con pasos silenciosos para hablaros de la última obra de McDermott, una escritora extraordinaria, multipremiada, que conocí gracias a su deliciosa novela “Alguien”, donde pude apreciar su talento para construir personajes, dejarlos crecer libres, hacer que empaticen rápidamente con el lector, abocarlos a situaciones que exigen grandes decisiones morales pero siempre sin enjuiciarlas.

En “La novena hora” seguimos encontrando ese buen hacer de actores del papel y el mismo y siempre paradigmático Brooklyn, un distrito al que la mayoría de los escritores neoyorkinos ha elevado a la categoría de género literario, como quintaesencia de lo norteamericano por oposición al Profundo Sur o el Medio Oeste pionero: vivo, bullicioso, multirracial, pletórico de familias pobres hacinadas en minúsculas viviendas, de callejones grises y de chiquillos que se educan en las aceras.

Sin embargo, en esta ocasión, McDermott prefiere aislarse del ruido y centrar su novela en el convento de las Hermanitas de los pobres que peregrinan silenciosas por un Brooklyn de preguerra, casi sin rozar a la gente a pesar de sus voluminosas tocas, para curar, confortar, amortajar, alimentar o dar trabajo en la lavandería del convento a la joven viuda de un suicida, Annie, nuestra protagonista, sin preguntar.
“La novena hora” es la historia contada a los nietos de Annie, de su hija Sally, prototipo de “niña de convento”, criada y consentida por las monjas en la que se despierta una pronta vocación; de la bonachona hermana Illuminata que lava y plancha con igual mimo para las monjas que para un desahuciado; de la atípica, contradictoria y jovial hermana Lucy; de la amargada y tullida esposa del lechero; de la numerosa familia del bajo amiga de Annie que pone el color y la alegría a un barrio donde al sol le cuesta salir, del pelirrojo que fue a la guerra y se quedó en el ático de prestado…tantos personajes como curvas tiene el alma humana.

Se trata de un libro profundamente humano, repleto de sentimientos que no de sentimentalismo, que se introduce en las venas de Brooklyn para hacer una transfusión al lector, dolorosa a veces, beatífica otras, que se siente de esta forma invadido por un abrazo de palabras.

¿Qué me incomoda en tan bonito relato? El exceso retórico, la repetición sin escrúpulos de metáforas afortunadas, la costumbrista pero morosa descripción del trabajo en la lavandería que se prolonga hasta casi la mitad del libro. Agotamiento de las formas. Esa la expresión que me viene a la cabeza para definir parte de la novela.
Peccata minuta para una autora que conmueve cada vez que escribe, creando un imaginario de personajes emotivos, sencillos pero tan grandes como la Gran Manzana que habitan.

Muy recomendable para los que buscan otra manera de contar historias.

ADENDA: No puedo dejar de comentar la desafortunada traducción de determinados párrafos que desmerecen la calidad literaria de la autora y el trabajo editorial de Asteroide. Tras consulta con la RAE, he trasmitido a la editorial los fallos. Espero que rectifiquen.

Sybila

miércoles, 7 de noviembre de 2018

UNA PUERTA QUE NUNCA ENCONTRÉ. Thomas Wolfe

A Thomas Wolfe no se le reseña, se le lee con entrega y devoción, para conseguir ese delicioso arrebato místico que producen sus palabras encadenadas a los sentidos, el recuerdo, el Tiempo, el Río o la Luz:

 " Y los poderosos vientos barren y aúllan por toda la tierra: rugen a lo lejos entre grandes árboles. Y los chicos se agitan extasiados en sus camas, pensando en demonios y en descomunales remolinos de ese viento. Y toda la noche se escucha la nítida e inclemente lluvia de bellotas y castañas, que no dejan de caer en medio del silencio viviente y los remotos y escarchados ladridos de los perros, en medio de la torpe y menuda agitación de plumas en los corrales encalados, mientras resplandece la voluminosa y baja luna de otoño, ora enredada entre las ramas desnudas de los pinos, ora en el linde absorto que forman las copas en la cima, a veces dejándose caer con su luz fantasmal y lechosa sobre las ondulaciones del terreno, sobre la pelusa llena de rocío de las calabazas, a veces más blanca, más pequeña y más brillante, pero elevándose siempre sobre la colina de la iglesia, elevándose también sobre un millón de calles, sobre la tierra inmersa en rocío y silencio"
Y si esto no te ha conmovido, no lo leas.
Aunque te perderías 100 páginas de auténtica, personal y única narrativa poética que nos llega gracias a la estupenda edición de Periférica, que ya editó esa otra joyita de Wolfe "El niño perdido".
(Para los concretos y apegados a la Tierra: no es novela, no son cuentos, no es autobiografía. Es la imaginación desbocada del autor vertiendo sus recuerdos sobre el mes en el que todo empieza, Octubre, mientras busca desesperadamente la puerta que le lleve al lugar al que perteneció una vez).
Sybila

martes, 6 de noviembre de 2018

EL TORO EL TORERO Y EL GATO. Wenceslao Fernández Flórez

El contenido:
Libro humorístico. El humor es un invento genial, da libertad al autor y sonrisas al lector. Se basa en la sorpresa, en el retorcimiento de la lógica que, lógicamente, desemboca en lo absurdo. Escrito antitaurino que, si bien habla de la crueldad de la fiesta, la rechaza por rígida y tediosa. Propone la alternativa de que se lidien gatos en lugar de toros. ¿Cómo no se le ocurrió a nadie antes?
 Es curioso leer cómo, en 1946, escribe goal y no gol; pone “bar” entre comillas, como palabra importada de uso muy reciente para hablar de los bares.
 Yo, sin que nadie me pregunte y sin que a nadie le interese, declaro que el toreo es una de las Bellas Artes.
 Recuerdo los buenos ratos pasados con don Wenceslao, leyendo sus “El bosque animado”, “Volvoreta”, “Las gafas del diablo” y “El hombre que compró un automóvil”.
El continente:
 Compré este ejemplar en la feria madrileña de Recoletos. Es de 1946, me costó 35 euros de 2018. Huele a papel y polvo, a edad de las cosas. Editado por M. Aguilar. “Reservados todos los derechos. Queda hecho el depósito que marca la ley.” Ya, en cuanto a advertencias. De aquella los libros no contaban sus derechos, matrículas, buena conciencia ecológica etc. tan detalladamente como ahora… no trae ni la fecha de edición. Sí pone que se ilustra con diez “gouaches” de Herreros en offset  a cinco tintas,  más 26 viñetas a dos tintas. Cada capítulo, titulado en color verde, comienza con una capitular con fondo taurino. Precioso de mirar. Cada número de página, abajo, en el centro, está amparado por dos hojitas verdes,  a derecha e izquierda.
 El pobre libro tiene muchas manchitas, entre naranjas y marrones claras, delatando alguna enfermedad, sin afearlo. Aunque hacen pensar en la debilidad ante el tiempo, imagino que son constelaciones con estrellas jóvenes como mandarinas en algunas páginas; en otras, creo que son claves para descubrir secretos. No lo sabré, porque no pienso rayarlo uniendo con líneas los puntos lunares y alamares.

Luis Miguel Sotillo

viernes, 2 de noviembre de 2018

CONFESIONES DE UN ACTOR. Laurence Olivier


Leer biografías tiene algo de cotilleo, de ventana indiscreta. Nos damos el derecho de hurgar en la vida de la persona investigada, sin pensar en su opinión al respecto. Sin embargo, cuando el autor de la biografía es el propio sujeto radiografiado, el escrúpulo da paso al asombro.

¿Por qué se desnuda un hombre ante gente que no conoce?
Olivier lo hace. Cuenta su vida personal, íntima, detallando, venciendo el  pudor.  También su salud, sus ideas. Tres matrimonios, el segundo con Vivien Leigh, gozoso y desgraciado, puro amor. Nace en 1907, hijo de un clérigo tacaño. ¿Se rebela contra su padre para dedicarse al espectáculo? No. La primera sorpresa del libro nos demuestra, una vez más, que la vida es compleja;  Laurence se hace actor por mandato de su padre, tan conservador y riguroso.
Recuerdo las memorias de Alec Guiness. Apenas habla de cine, una fuente de ingresos para él y poco más. Su vida era el teatro. La de Olivier también, pero este sí nos cuenta cosas de sus películas, desde Cumbres borrascosas hasta Marathon man; de sus apariciones televisivas, Retorno a Brideshead y otras. Esto, más sus comentarios sobre las estrellas de Hollywood, dan amenidad al libro.

El teatro. Siempre me ha parecido la profesión de actor dificilísima, imposible si no viera sobre las tablas a estos fenómenos. Olivier detalla sus éxitos, su gusto por las novedades y los autores nuevos; aunque Chejov  y, sobre todo, Shakespeare, están en su alma y su trabajo, una vez y otra. Los entresijos de la profesión, también como empresario y director, ocupan muchas páginas interesantes. Lo más sorprendente, y avala mi idea de la dificultad del oficio, es su confesión sobre el padecimiento de pánico escénico, lo sufrió durante cinco años ¡cuando tenía más de cincuenta!

 Caballero, Lord, reverencia las instituciones británicas, Churchill como ideal político.
 No se cansa de alabar y agradecer la amistad. Con lo que podemos decir que su vida es: su profesión, sus amores, sus amigos. Lo cuenta admirablemente, lo leemos siempre interesados.

 El original es de 1982, leo una edición de Planeta de 1983. 270 páginas ilustradas con dos bloques de fotos, trae también cronología y la obra del hombre.

Luis Miguel Sotillo

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