Tocando a
vísperas y apresurándome con pasos silenciosos para hablaros de la última obra de
McDermott, una escritora extraordinaria, multipremiada, que conocí gracias a su
deliciosa novela “Alguien”, donde pude apreciar su talento para construir
personajes, dejarlos crecer libres, hacer que empaticen rápidamente con el
lector, abocarlos a situaciones que exigen grandes decisiones morales pero
siempre sin enjuiciarlas.
En “La novena
hora” seguimos encontrando ese buen hacer de actores del papel y el mismo y
siempre paradigmático Brooklyn, un distrito al que la mayoría de los escritores
neoyorkinos ha elevado a la categoría de género literario, como quintaesencia
de lo norteamericano por oposición al Profundo Sur o el Medio Oeste pionero:
vivo, bullicioso, multirracial, pletórico de familias pobres hacinadas en
minúsculas viviendas, de callejones grises y de chiquillos que se educan en las
aceras.
Sin embargo, en
esta ocasión, McDermott prefiere aislarse del ruido y centrar su novela en el
convento de las Hermanitas de los pobres que peregrinan silenciosas por un Brooklyn
de preguerra, casi sin rozar a la gente a pesar de sus voluminosas tocas, para
curar, confortar, amortajar, alimentar o dar trabajo en la lavandería del
convento a la joven viuda de un suicida, Annie, nuestra protagonista, sin
preguntar.
“La novena hora”
es la historia contada a los nietos de Annie, de su hija Sally, prototipo de
“niña de convento”, criada y consentida por las monjas en la que se despierta
una pronta vocación; de la bonachona hermana Illuminata que lava y plancha con
igual mimo para las monjas que para un desahuciado; de la atípica,
contradictoria y jovial hermana Lucy; de la amargada y tullida esposa del
lechero; de la numerosa familia del bajo amiga de Annie que pone el color y la
alegría a un barrio donde al sol le cuesta salir, del pelirrojo que fue a la
guerra y se quedó en el ático de prestado…tantos personajes como curvas tiene
el alma humana.
Se trata de un
libro profundamente humano, repleto de sentimientos que no de sentimentalismo,
que se introduce en las venas de Brooklyn para hacer una transfusión al lector,
dolorosa a veces, beatífica otras, que se siente de esta forma invadido por un
abrazo de palabras.
¿Qué me incomoda
en tan bonito relato? El exceso retórico, la repetición sin escrúpulos de
metáforas afortunadas, la costumbrista pero morosa descripción del trabajo en
la lavandería que se prolonga hasta casi la mitad del libro. Agotamiento de las
formas. Esa la expresión que me viene a la cabeza para definir parte de la
novela.
Peccata minuta para
una autora que conmueve cada vez que escribe, creando un imaginario de
personajes emotivos, sencillos pero tan grandes como la Gran Manzana que
habitan.
Muy recomendable
para los que buscan otra manera de contar historias.
ADENDA: No puedo
dejar de comentar la desafortunada traducción de determinados párrafos que
desmerecen la calidad literaria de la autora y el trabajo editorial de Asteroide.
Tras consulta con la RAE, he trasmitido a la editorial los fallos. Espero que
rectifiquen.
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