martes, 13 de noviembre de 2018

ADRIANO. Anthony Richard Birley


Aclaro que este es un trabajo de Historia riguroso. Hay libros titulados con el nombre de un personaje célebre que tienen mucho peligro: luz roja si se nombran “Yo, Fulano”, o “Yo, el…”
La excepción estupenda es “Yo, Claudio” de Robert Graves.

Birley es un historiador británico. Me decidí a leer este libro porque el autor se declara discípulo de R. Syme, cuya “La revolución romana” me encantó y porque de Birley leí ya con alegría su vida de Septimio Severo.

El problema con Adriano es la escasez de fuentes literarias, y estas, interdependientes entre sí. Son la Historia Augusta, Dión Casio, Mario Máximo, Arriano y poco más. Por suerte, Birley sabe sacar provecho también de la arquitectura, la epigrafía, las monedas de la época. Con todo ello, nos ofrece un retrato posible del emperador helenista, sin inventar (leí “Memorias de Adriano” de Yourcenar a principios de los ochenta. Avanzados los noventa, como es libro de buena fama permanente y apenas lo recordaba, lo releí. Hoy en día he vuelto a olvidarlo y ya no insistiré).

 Adriano es un personaje contradictorio. Pondré sólo un ejemplo, para más, lean este libro. La primera decisión de relevancia que toma  al llegar al poder es renunciar a las conquistas militares recientes de Trajano, su padre adoptivo. Cierto es que no era fácil consolidarlas, pero se negó a intentarlo. Las legiones recularon, volvieron por los caminos que habían abierto. Adriano fijó fronteras, renunció a la expansión imperial romana. Se le considera hombre de paz. Pero, y vamos a las contradicciones, no le tembló el pulso para casi aniquilar a los judíos cuando se rebelaron entre el 132 y 135 d.C, en buena medida, por la impericia política de Adriano. Hombre de paz, pero inició su mandato con el asesinato de cuatro senadores, lo acabó con más crímenes y fue enterrado sin ser llorado.

Como siempre que me gusta un libro, me extendería comentando otros aspectos. Mejor callo y lean. Aunque no me resisto a copiar un párrafo de la última página. Es una observación sagaz y graciosa de Sinesio de Cirene a comienzos del siglo V aplicable al alejamiento de los emperadores respecto de la gente corriente y, conviene decir aquí, que Adriano intentó ser accesible:
“Respecto al emperador y sus amistades y en lo referente a la danza de la fortuna, ciertos nombres salen disparados como llamas hasta una gran altura de gloria, para apagarse luego. Pero son cosas sobre las que el silencio es aquí absoluto; nuestros oídos no han tenido que sufrir ese tipo de noticias. Quizá la gente sepa –porque los recaudadores de impuestos nos lo recuerdan cada año- que todavía existe un emperador. Pero no está tan claro quién es. De hecho, algunos pensamos que el trono sigue aún ocupado por Agamenón.”
 Leo la primera edición de Península, 1 de noviembre de 2003; la original inglesa es de 1997. Fotos y mapas pertinentes. Las notas y la bibliografía demuestran el rigor del trabajo. 479 páginas.

Luis Miguel Sotillo Castro @sotillocastro en Twitter


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