Mi
abuela querida murió en 1995. Antes, digo antes por coherencia y otros motivos
más o menos evidentes en los que no me entretengo ahora, paseaba con ella.
Caminando por Madrid, Colón, donde el teatro de la Villa y la fuente sonora y
refrescante, me cuenta que en la vida no ha hecho otra cosa que trabajar; me
angustio un poco. Entonces nos miramos unos segundos una señora que pasa por
allí y yo. Gorro, pelo canoso y mirada inteligente, buena. Pienso: algún día
leeré algo suyo, mujer igual de respetable pero que ha vivido, a la vez que
ella, en un mundo diferente al de mi abuela. Es Carmen Martín Gaite.
Como soy un tipo sin prisa, más de veinticinco
años después leo “Irse de casa”.
Solos
no somos nada. Verdad que emana de la dedicatoria y las dos citas, de Aldous
Huxley y Clarice Lispector, que abren la
novela y que esta confirma. Consecuentemente, la protagonista está acompañada
por muchos personajes que son personas. Gran logro.
Amparo regresa a su ciudad natal tras cuarenta
años. Partió joven del hogar provinciano a la desmesurada Nueva York. Todos hemos creído estar en Nueva
York, en las series de televisión, las películas y porque nos conforta el
conocimiento superficial. Creemos comprender el lago viéndolo, sin sumergirnos
en él. Conocemos las ciudades provincianas, sin enterarnos de gran cosa pues
vivimos soñando con otras. Partimos y llegamos quién sabe a dónde; por el
camino nos entretenemos, vivimos. En ocasiones, nos es dado volver al puerto de
origen. Los riesgos del regreso son variados, temibles. ¿Te darás dos besos al
encontrarte contigo mismo? ¿Te romperás la cara, nariz contra la misma nariz? Yo,
de natural alegre, opto por la segunda opción. El regreso es desasosiego, en el
mejor de los casos. La felicidad antigua es memorable pero no revivible, la
desgracia se complace en repetirse. La memoria es un martillo inclemente.
Amparo tiene hijos, varón y mujer que, como
cada actuante en la novela tienen sus problemas, alegrías, personalidades,
avatares. Al hilo del hijo, guionista y director cinematográfico, recorre la
novela una comparación atinada entre la vida y el cine. Todos intentamos
escribir un guión, con aciertos, errores y dudas, para realizar la película que
es nuestra vida. Mención aparte merecería el personaje de Olimpia, si esto
fuese algo más que una incitación breve a la lectura.
La sensación que nos queda tras la novela es alegre.
La vida es complicada, pero eso mismo la hace atractiva. Amparo, esta mujer
mayor, no anciana, acaba su andanza por el libro decidida y con proyectos.
No
suelo hablar de las contraportadas. No las soporto en los libros de ficción. Me
quieren convencer de lo que ya he decidido, leer el libro; a menudo, me lo
destripan. Hace mucho que no pico, sólo las leo tras terminar la novela. Debo
decir que esta es muy buena, debería venir firmada.
Novela
escrita entre 1996 y 98. Leo la edición correcta de ANAGRAMA de 1998. 349 páginas muy bien escritas en las que
nunca decae el interés.
Luis Miguel Sotillo Castro