miércoles, 13 de mayo de 2020

IRSE DE CASA. Carmen Martín Gaite


Mi abuela querida murió en 1995. Antes, digo antes por coherencia y otros motivos más o menos evidentes en los que no me entretengo ahora, paseaba con ella. Caminando por Madrid, Colón, donde el teatro de la Villa y la fuente sonora y refrescante, me cuenta que en la vida no ha hecho otra cosa que trabajar; me angustio un poco. Entonces nos miramos unos segundos una señora que pasa por allí y yo. Gorro, pelo canoso y mirada inteligente, buena. Pienso: algún día leeré algo suyo, mujer igual de respetable pero que ha vivido, a la vez que ella, en un mundo diferente al de mi abuela. Es Carmen Martín Gaite.
Como soy un tipo sin prisa, más de veinticinco años después leo “Irse de casa”.

Solos no somos nada. Verdad que emana de la dedicatoria y las dos citas, de Aldous Huxley y Clarice Lispector,  que abren la novela y que esta confirma. Consecuentemente, la protagonista está acompañada por muchos personajes que son personas. Gran logro.

 Amparo regresa a su ciudad natal tras cuarenta años. Partió joven del hogar provinciano a la desmesurada  Nueva York. Todos hemos creído estar en Nueva York, en las series de televisión, las películas y porque nos conforta el conocimiento superficial. Creemos comprender el lago viéndolo, sin sumergirnos en él. Conocemos las ciudades provincianas, sin enterarnos de gran cosa pues vivimos soñando con otras. Partimos y llegamos quién sabe a dónde; por el camino nos entretenemos, vivimos. En ocasiones, nos es dado volver al puerto de origen. Los riesgos del regreso son variados, temibles. ¿Te darás dos besos al encontrarte contigo mismo? ¿Te romperás la cara, nariz contra la misma nariz? Yo, de natural alegre, opto por la segunda opción. El regreso es desasosiego, en el mejor de los casos. La felicidad antigua es memorable pero no revivible, la desgracia se complace en repetirse. La memoria es un martillo inclemente.

 Amparo tiene hijos, varón y mujer que, como cada actuante en la novela tienen sus problemas, alegrías, personalidades, avatares. Al hilo del hijo, guionista y director cinematográfico, recorre la novela una comparación atinada entre la vida y el cine. Todos intentamos escribir un guión, con aciertos, errores y dudas, para realizar la película que es nuestra vida. Mención aparte merecería el personaje de Olimpia, si esto fuese algo más que una incitación breve a la lectura.
 La sensación que nos queda tras la novela es alegre. La vida es complicada, pero eso mismo la hace atractiva. Amparo, esta mujer mayor, no anciana, acaba su andanza por el libro decidida y con proyectos.

No suelo hablar de las contraportadas. No las soporto en los libros de ficción. Me quieren convencer de lo que ya he decidido, leer el libro; a menudo, me lo destripan. Hace mucho que no pico, sólo las leo tras terminar la novela. Debo decir que esta es muy buena, debería venir firmada.
Novela escrita entre 1996 y 98. Leo la edición correcta de ANAGRAMA de 1998.  349 páginas muy bien escritas en las que nunca decae el interés.


Luis Miguel Sotillo Castro

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