jueves, 25 de octubre de 2018

LA BRIGADA DE ANNE CAPESTAN. Sophie Hénaff


Entretenido y poco más.

Lo venden como novela negra, pero no esperen hallar los ingredientes habituales ni la garra del género en ella, pues es más un divertimento de la autora que una novela de peso. Eso sí, cuenta con un planteamiento bastante original.

A una comisaria de gatillo fácil y temperamento difícil la mandan al ostracismo y le asignan una brigada con todos los desechos de la policía de París: un gafe al que los compañeros de patrulla le duran menos que una ventana en un patio de recreo, un alcohólico filósofo de tintorro francés, un chivato de la prensa a comisión, el homosexual inaceptable para la “grandeur”, la que se ha vendido a las series de TV (ay, la sombra de Ellroy es alargada) y otros zumbados a la altura, sin contar un perro. Pongan estos ingredientes en una cutre comisaría de distrito olvidado y agítese bien; viértase el jugo ácido resultante sobre un par de casos sin resolver hallados en cajas arrumbadas del archivo policial, añadan unas gotas de desparpajo en el lenguaje coloquial y ¡Voilá le cocktail policíaco, con muy poco thriller y mucho de Clouseau!

Hénaff juega con las personalidades dispares que supuestamente no encajan y que al final consiguen armonizar para dar un concierto entretenido, de lectura ligera en el que prima la broma fácil basada en los juegos de palabras o el argot que desgraciadamente no se ha conseguido transmitir del todo al verterlo a la traducción española. Quizás por ello no me ha resultado tan divertido como esperaba.

La escasa profundidad y calado del desarrollo de la novela, la trama investigada con poco gancho para el lector, desaprovechando en parte la idea de partida, se debe quizás al bagaje de la autora, cuya trayectoria profesional se desenvuelve en una columna de humor en el Cosmopolitan France y en la “stand up comedy”, lo cual, a la larga, le pasa factura.

Aun así, lo recomiendo para pasar un rato entretenido, sin más pretensiones, algo también muy necesario. Y si pueden leerlo en francés, creo que ganará mucho.
Sybila

martes, 23 de octubre de 2018

MUERTE DE UN HOMBRE FELIZ. Giorgio Fontana


Recién terminado el libro y aún conmocionada por esta historia tan humana, tan emotiva como elocuente, con unos personajes tan cercanos y honestos, tan sencillos como profundos, que me ha trasportado a mi infancia cuando nuestros telediarios abrían con el  secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas, haciendo macabra compañía a los desgraciadamente casi cotidianos de ETA.
Eran los llamados Años de Plomo, cuando las bandas terroristas comunistas bañaban en sangre varios países de Europa (ETA en España, Brigadas Rojas en Italia, Baader Meinhof en Alemania) tratando de imponer su revolución contra el estado por las armas, asesinando a inocentes cuyo único pecado era ser de una ideología contraria a la suya. Y así se cebaron con la Democracia Cristiana italiana.

Este no es un libro de intriga o policíaco, a pesar de lo que cuentan en la contraportada para atraer al lector.

Este es un libro hermoso y necesario que reflexiona sobre qué es la Justicia y cómo aplicarla en los casos que más exaltan a la sociedad. Esta reflexión la encarna el protagonista, el fiscal Colnaghi, inspirado en dos magistrados antiterroristas asesinados en Milán por las Brigadas Rojas, según reconoce el propio autor, y que sigue la máxima que le transmitió un sabio juez: “Nosotros no debemos ser los de la ira” ante los casos más sangrantes.

Durante la investigación del asesinato de un político democristiano por un grupo terrorista de izquierdas, Colnaghi, un hombre sencillo, introvertido, hecho a sí mismo desde la orfandad de un partisano de la II Guerra Mundial, con una profunda fe católica que le impide albergar cualquier sentimiento de venganza y un no menos arraigado sentido de la justicia, se ve empujado a  practicar un difícil ejercicio de autocontrol en este caso inhumano que clama el ojo por ojo y lo que es aún más complicado, trasmitirlo a sus compañeros de tribunales, contaminados por las luchas políticas y la endémica corrupción estatal que roe Italia desde sus cimientos históricos, para los que es más fácil ceder a la demanda rencorosa de la sociedad y la familia del difunto antes que hacer Justicia.

Pero el autor no sólo quiere que nos cuestionemos sobre el sentido de la Justicia. Quiere reivindicar a la par a esos obreros de la Lombardía que, apaleados por el fascismo, se unieron de forma clandestina a las filas comunistas al final de la guerra, muchos sin entender la teoría, sólo aferrándose a la promesa de un mundo mejor para sus hambrientas familias, en la figura del padre de Colnaghi, asesinado por los últimos fascistas de la República de Salò.

Así, el libro se construye sobre dos historias paralelas que confluyen en una no por más universal menos conmovedora: el amor paterno-filial.

Y sin darte cuenta, Giorgio Fontana te ha puesto contra la pared, te ha removido la conciencia, te ha llegado al corazón, te ha vuelto a recordar que lo realmente importante en la vida, lo que te separa de la barbarie vengativa, son las cosas sencillas: la familia, los amigos, el amor que das y el que recibes.

Admirablemente escrito, con gran pulso narrativo, ágil de pluma, pausado en los pensamientos, con el manejo justo de los tempos entre ambas historias y evocadoras descripciones de las calles de la gran metrópoli Milán que contrastan con la rudeza sincera de la aldea lombarda, es tan hábil en mostrar la humanidad de los personajes que confieso que se me han saltado las lágrimas en más de un párrafo. No me extraña que le concedieran el prestigioso premio Campiello.

Muerte de un hombre feliz es un libro que  hay que leer.

Sybila


jueves, 18 de octubre de 2018

APEGOS FEROCES. Vivian Gornick


Uno de los libros estrella de este año en las redes sociales y un gran empujón para su editorial, Sexto Piso, que ha visto como la etiqueta “feminismo” del que es líder indiscutible la autora, ha multiplicado exponencialmente el número de lectoras en una época que está siendo realmente decisiva para las mujeres.
Bajo un título extraordinario fluye un libro de memorias noveladas  en el que la autora y su madre, ya mayores ambas, caminan por las calles de Nueva York como una zona neutral donde poder conversar sin mutilarse mutuamente. Durante esos paseos afloran preguntas que nunca se atrevieron a hacer antes o respuestas a las que la edad ha despojado de la mentira incrustada. Con ellas vienen también los recuerdos de su vida en el Bronx, de su convivencia familiar con las vecinas; de la garantía que suponía ser una mujer casada aunque el matrimonio fuera un infierno; de la hecatombe que supuso la pérdida del padre; de la lucha por el barrio y las ayudas a los vecinos por parte de la asociación comunista de la que la madre de Gornick fue miembro activo durante la Depresión; de la división del inmenso distrito neoyorkino según las nacionalidades de inmigrantes, siendo la comunidad judía una de las más extendidas y a la par menos abierta a la relación con otros grupos. En fin, un afilado ajuste de cuentas dulcificado por la evocación costumbrista de la infancia y juventud en el Bronx de postguerra.
Entre estos dos tiempos complementarios nos desvela la autora su identidad inestable, el peso decisivo que supone para el desarrollo su personalidad y de su carrera ser judía y sufrir uno de los prototipos de madre judía más posesivo y egoísta que circulan en toda la abundante literatura sobre el tema, así como la aparentemente imposible conciliación de las milenarias costumbres y supersticiones del judaísmo con el comunismo militante de su familia.
A la hora de su lectura me he topado con dos problemas serios: el primero, ignorar que se trataba de un relato de memorias puesto que en las redes sociales te lo venden como una novela, algo que no sería grave si no fuera (y aquí viene el segundo) porque desconocía absolutamente la existencia, trayectoria, obra y milagros de Vivian Gornick, al igual que el 90% de los que se han lanzado a devorar el libro de moda.
Cuando uno lee unas memorias, algo tan íntimo y dotado de un hálito literario especial, para que sean satisfactorias y provechosas, se debe de tener referencias y un grado de empatía con el que las suscribe. En mi caso, tras leer la introducción y primeras páginas, bastante chocantes, decidí ser consecuente con mis principios lectores y busqué información sobre la autora, lo que me condujo a una entrevista reciente en el programa de libros de la 2TV, Pagina2. No me agradaron mucho la personalidad de la entrevistada ni algunas de sus opiniones sobre la mujer en la actualidad, pero seguí con la lectura para poder valorar el libro con fundamentos.
Y heme aquí, reseñando una autobiografía que apenas me ha aportado nada ni me ha emocionado en lo que respecta a su contenido porque la empatía con los personajes ha brillado por su ausencia. Además, está tan trillado ya el tema del enfrentamiento de madre asfixiante-hija sometida obligadas a convivir (sobre todo para los que hemos leído literatura judía en abundancia) que debería ofrecer “algo más” para enganchar a los lectores.
No obstante, formalmente me ha sorprendido tanto que he de recomendarlo, sobre todo a escritores y aficionados a emborronar folios porque Vivian Gornick goza de una técnica narrativa extraordinaria, forjada en su amplia carrera periodística, que le permite jugar con una estructura aparentemente desordenada pero coherente, construida a base de los impulsos y sosiegos que promueven los escasos intercambios de palabras entre madre e hija, confiriendo al texto un ritmo único y personal, y un nuevo ángulo de visión para el formato de memorias. Asimismo posee una gran soltura en la transmisión de emociones a través de la luz y el paisaje neoyorkino de forma que se lee con el placer de tener entre manos a alguien que sabe del oficio de escribir.
En definitiva, más que unas memorias, yo hablaría de un ensayo literario sobre el desahogo, entre el psicoanálisis, el periodismo de revista femenina y el costumbrismo judío.
Encantará a aquellas lectoras que busquen sentirse identificados con el eterno conflicto madre-hija, pero yo les aconsejaría que antes leyeran artículos escritos por Vivian Gornick. Disfrutarán más de estos Apegos feroces.

Sybila

martes, 16 de octubre de 2018

LIMÓNOV. Emmanuel Carrère

Narcisista, idealista, agónico, apasionado, fortísimo. Incapaz para la moderación, es amigo de los extremos. Hay tipos así, verstrynges los llamo yo, que pasan de la extrema derecha a la extrema izquierda, o viceversa,  sin tocar la idea de ser demócratas.


 Limónov nos resultaría exagerado, inverosímil  como  personaje novelesco, pero resulta que existe, vive, este ucraniano de 1943. Carrère nos cuenta su vida y anti milagros, picaresca con vodka en lugar de vino,  en este libro biográfico histórico que se lee como una novela. Lo único admirable en Limónov es la fuerza de voluntad, la capacidad de resistencia. Por lo demás, me resulta desagradable, como poco. Diré como ejemplo definitivo que entre Stalin  y Solzhenitsyn  se queda con el padrecito de los pueblos… masacrados. Y no es el único.


 Lo mejor del libro es la descripción de, la reflexión sobre una época, un país apasionante, Rusia, que tanto ha padecido y ha hecho sufrir.

 El comunismo. Rusia ayer y hoy, de Stalin a Putin, pasando por Gorbachov y Yeltsin. De la atrocidad soviética a las mafias que se enseñorean de una tierra inmensa, pues se pasa del control absoluto de la sociedad por el partido comunista al libertinaje sin frenos legales democráticos en tiempos de Boris Yeltsin.


 Libro apasionante, sobre un hombre y su tiempo, que es el nuestro. Las cárceles rusas, los apartamentos lujosos de Nueva York. El hambre, el caviar a cucharadas. París, los altiplanos asiáticos despoblados. Sodomía en el barro, llevar del brazo una tía por la que te envidian. Sarajevo sitiada, una agradable casa de campo. Todo esto y más, es Limónov.


 Editorial Anagrama, leo la decimocuarta edición, de marzo de 2018, la original es de  2011. 396 páginas que atrapan.

 

Luis Miguel Sotillo Castro


miércoles, 10 de octubre de 2018

LOS AMIGOS DE EDDIE COYLE. George V. Higgins

Extraordinariamente armado, inteligentemente conducido, no apto para mentes acomodaticias. Así se nos presenta el que fue primer relato de uno de los autores de novela negra incomprensiblemente menos conocidos en España pero auténtico responsable de la revolución del género en EEUU.
Gracias a su formación en Derecho y al desempeño de tareas como fiscal, policía y periodista, Higgins encontraría en su trabajo un filón de personajes y argumentos para plasmarlos en una serie de novelas en las que se abandonaba el cliché antiguo de polis buenos, delincuentes malos, a la par que renunciaba a la construcción narrativa clásica y tiraba casi exclusivamente de diálogos para conformar la acción. El resultado es tan sensacional como chocante, pues obliga al lector a prestar una atención especial a todas las idas y venidas de los personajes que deambulan  por el libro si no quiere perderse por este Boston de barrios bajos setentero (por cierto que uno sabe que está en esta ciudad por la contraportada del libro porque no se la cita en ningún momento, salvo nombres de calles y locales conocidos sólo para los nativos).
El eje alrededor del que pivotan estos “amigos” es Eddie “Dedos” Coyle, un ladrón de poca monta que ha estado entrando y saliendo de prisión durante toda su vida y sobre el que pesa otra posible condena por la que ya no tiene ni fuerzas ni ganas de volver a pasar. Una opción sería delatar a sus compinches del último palo, lo que supondría una muerte segura; la otra, ser leal y chupar trena. Mientras se decide, topa con un negocio muy lucrativo manejado por Jackie Brown (les suena el nombre ¿verdad? Sobre todo si se es fan de Tarantino) un traficante de armas tan temerario como imprudente. Pero que Eddie Dedos empiece a mover “Benjamins” (billetes de 100$) con cierta alegría levanta la liebre y los galgos del policía Doyle se lanzan a la carrera, ayudados por uno de los soplones más despreciables de la historia del género. Y empieza una caza en la que todos acaban embarrados.
Muy, muy entretenida, con un ritmo endiablado gracias a los continuos y cortantes diálogos sobre los que el autor deposita su potencia narrativa convirtiéndose en marca de la casa, en Los amigos de Eddie Coyle, al contrario que en otras obras del género, no hay sangre ni sexo desesperado: la violencia la ponen las palabras. Porque los personajes no hablan, sino espetan, sueltan, desembuchan, cantan, soplan, provocan y amenazan en la jerga del lumpen bostoniano, desde el quinqui más desgraciado hasta el madero más templado, lo que confiere una gran veracidad y frescura al relato. Y que podemos disfrutar gracias a la gran traducción de Montserrat Gurguí y H. Sabaté. En inglés debe de ser alucinante.
No terminan ahí las innovaciones. Higgins juega con el lector y no le dice quiénes son delincuentes y quiénes polis. Hay que adivinarlo a través de los abruptos diálogos en donde deja entrever un fino hilo que delimitaría la legalidad de la ilegalidad.
Considerado como uno de los padres de la nueva novela negra norteamericana (así lo reconoce en el prólogo otro grande bostoniano, Denis Lehane) su obra supuso un salto cualitativo en este género desde R. Chandler al dar validez a la frase de Marco Anneo Lucano que nos regala Asteroide al final de la novela: “El crimen hace iguales todos los contaminados por él”.
Su genialidad es tal que el cine no pudo evitar imitarle descaradamente: Infiltrados de Scorsese o The Town de Affleck le deben mucho, por no hablar de Tarantino que escogió el nombre de uno de los personajes principales para dar nombre a su película.
Sin embargo, la adaptación de la novela al cine de Peter Yates no estuvo a la altura, a pesar de contar con Robert Mitchum como Eddie “Dedos” y Peter Boyle. Ello sin contar con que la traducción del título al español reventaba el argumento.
Absolutamente recomendable para cualquier amante de la novela negra bien escrita y con clase que por algo estamos en Boston.  

Sybila


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