Uno de los libros
estrella de este año en las redes sociales y un gran empujón para su editorial,
Sexto Piso, que ha visto como la etiqueta “feminismo” del que es líder
indiscutible la autora, ha multiplicado exponencialmente el número de lectoras
en una época que está siendo realmente decisiva para las mujeres.
Bajo un título
extraordinario fluye un libro de memorias noveladas en el que la autora y su madre, ya mayores
ambas, caminan por las calles de Nueva York como una zona neutral donde poder
conversar sin mutilarse mutuamente. Durante esos paseos afloran preguntas que
nunca se atrevieron a hacer antes o respuestas a las que la edad ha despojado
de la mentira incrustada. Con ellas vienen también los recuerdos de su vida en
el Bronx, de su convivencia familiar con las vecinas; de la garantía que
suponía ser una mujer casada aunque el matrimonio fuera un infierno; de la
hecatombe que supuso la pérdida del padre; de la lucha por el barrio y las
ayudas a los vecinos por parte de la asociación comunista de la que la madre de
Gornick fue miembro activo durante la Depresión; de la división del inmenso
distrito neoyorkino según las nacionalidades de inmigrantes, siendo la
comunidad judía una de las más extendidas y a la par menos abierta a la
relación con otros grupos. En fin, un afilado ajuste de cuentas dulcificado por
la evocación costumbrista de la infancia y juventud en el Bronx de postguerra.
Entre estos dos
tiempos complementarios nos desvela la autora su identidad inestable, el peso
decisivo que supone para el desarrollo su personalidad y de su carrera ser
judía y sufrir uno de los prototipos de madre judía más posesivo y egoísta que
circulan en toda la abundante literatura sobre el tema, así como la aparentemente
imposible conciliación de las milenarias costumbres y supersticiones del judaísmo
con el comunismo militante de su familia.
A la hora de su
lectura me he topado con dos problemas serios: el primero, ignorar que se
trataba de un relato de memorias puesto que en las redes sociales te lo venden
como una novela, algo que no sería grave si no fuera (y aquí viene el segundo)
porque desconocía absolutamente la existencia, trayectoria, obra y milagros de
Vivian Gornick, al igual que el 90% de los que se han lanzado a devorar el
libro de moda.
Cuando uno lee
unas memorias, algo tan íntimo y dotado de un hálito literario especial, para
que sean satisfactorias y provechosas, se debe de tener referencias y un grado
de empatía con el que las suscribe. En mi caso, tras leer la introducción y
primeras páginas, bastante chocantes, decidí ser consecuente con mis principios
lectores y busqué información sobre la autora, lo que me condujo a una
entrevista reciente en el programa de libros de la 2TV, Pagina2. No me
agradaron mucho la personalidad de la entrevistada ni algunas de sus opiniones
sobre la mujer en la actualidad, pero seguí con la lectura para poder valorar
el libro con fundamentos.
Y heme aquí,
reseñando una autobiografía que apenas me ha aportado nada ni me ha emocionado
en lo que respecta a su contenido porque la empatía con los personajes ha
brillado por su ausencia. Además, está tan trillado ya el tema del
enfrentamiento de madre asfixiante-hija sometida obligadas a convivir (sobre
todo para los que hemos leído literatura judía en abundancia) que debería ofrecer
“algo más” para enganchar a los lectores.
No obstante,
formalmente me ha sorprendido tanto que he de recomendarlo, sobre todo a
escritores y aficionados a emborronar folios porque Vivian Gornick goza de una técnica
narrativa extraordinaria, forjada en su amplia carrera periodística, que le
permite jugar con una estructura aparentemente desordenada pero coherente, construida
a base de los impulsos y sosiegos que promueven los escasos intercambios de
palabras entre madre e hija, confiriendo al texto un ritmo único y personal, y
un nuevo ángulo de visión para el formato de memorias. Asimismo posee una gran
soltura en la transmisión de emociones a través de la luz y el paisaje
neoyorkino de forma que se lee con el placer de tener entre manos a alguien que
sabe del oficio de escribir.
En definitiva,
más que unas memorias, yo hablaría de un ensayo literario sobre el desahogo, entre
el psicoanálisis, el periodismo de revista femenina y el costumbrismo judío.
Encantará a aquellas
lectoras que busquen sentirse identificados con el eterno conflicto madre-hija,
pero yo les aconsejaría que antes leyeran artículos escritos por Vivian Gornick.
Disfrutarán más de estos Apegos feroces.
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