domingo, 24 de enero de 2021

TOMBUCTÚ. Paul Auster


 “Donde termina el mapa del mundo es donde empieza Tombuctú”

Todo aquel que ha tenido perro y ha sufrido la desgracia de perderlo se ha imaginado cómo será ese cielo canino donde estamos seguros que van directos nuestros amigos. Pero yo siempre he creído que no hay diferencia, que se reúnen con nosotros en el mismo cielo porque ¿puede existir la Eternidad sin un hocico húmedo que te despierte por las mañanas? Inconcebible.

Paul Auster, judío al fin, no trasciende, pero sí nos lleva junto a Mr. Bones y Willy Christhmas a Tombuctú, el referente anglosajón para designar el fin del mundo, una especie de Finisterre, donde amos y aquellos perros con la capacidad para hablar pero sin cuerdas vocales por un tonto detalle evolutivo siguen su paseo interrumpido por la Parca.

Para llegar a Tombuctú hay un largo camino lleno de zarzas y cubos de basura, de alcohol y poemas visionarios, de amor incondicional y de hostilidad sin sentido, de abandono y empeño en lo absurdo, de soledad, al fin y al cabo.

Y esto es lo que nos cuenta esta fábula antigua actualizada al Brooklyn judío, tierna, cálida, divertida unas veces, despiadada otras, narrada por el perro más encantador, inteligente y fiel de la literatura: Mr. Bones, que por capricho de unos hados en perpetua melopea acaba siendo el perro de Willy Christhmas, una catástrofe de dos patas, poeta del desastre y filósofo del apocalipsis neoyorkino, drogadicto diplomado que viendo cerca su final, arrastra a su perro a un viaje disparatado en busca de la única persona que creyó en él como autor. Por desgracia se queda las puertas del Nirvana y Mr. Bones tiene que seguir su vida solo. Y a partir de este punto es cuando empieza la aventura para Mr. Bones y para el lector.

Sin ser admiradora de Auster, y a pesar de contarse entre sus obras menores, he disfrutado cada página de este libro. He llorado, he reído, he sufrido y me he emocionado hasta el tuétano. Su narración lineal y sencilla hace que la lectura fluya y su estilo coloquial, chusco a veces, genera la inmediata conexión con el lector. Si a eso se añaden dos protagonistas maestros en el arte de robar el corazón, el placer está servido.

Ya lo dice Willy: “Si se ponían al revés las letras de la palabra perro-en inglés- ¿con qué se encontraba uno? Con la verdad, ni más ni menos”

No sólo altamente recomendable para los amantes de los chuchos sino para cualquiera que tenga un alma vagabunda y crea en la amistad sin importar la especie.

He leído la edición de Anagrama 1999

Sibylalibros

 

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