domingo, 17 de enero de 2021

MEMORIAL DE LOS LIBROS NAUFRAGADOS. Edward Wilson-lee

 

La sombra de un padre celebérrimo abriga, protege pero, ¿cómo te sacudes la manta de plomo que te ha echado  encima?

No creo que los hijos de Colón se lo planteasen. Vivieron sin comprender la transcendencia inconmensurable de los actos de Cristóbal Colón. Diego fue un tarambana que se sirvió de los méritos paternos, Hernando, más complejo, merece un libro, este.

 Hernando Colón cordobés de 1488, muere rodeado de sus libros en su casa sevillana junto al Guadalquivir, en 1539. Su madre es Beatriz Enríquez de Arana, su padre un tal Cristóbal. Este pudo desentenderse de Hernando, pues no tenía vínculo legal con la madre; sin embargo, consiguió colocarle de paje en la corte del príncipe Juan, heredero de los Reyes Católicos. La descripción de esta corte es uno de los atractivos del libro que comento. Luego don Cristóbal llevaría a América al mozo de catorce años en su cuarto viaje, 1502. Hernando volvería a la actual República Dominicana en 1509.

 Siempre defenderá Hernando a su padre, pleiteará por el Almirante y sus derechos siempre. Su hermano Diego se quedará la parte del león de la herencia sin resistencia por su parte. El desprendimiento de Hernando sorprendería si no fuera porque es hombre enamorado. Notable cosmógrafo y geógrafo, comenzó un censo y descripción de España, mandando agentes pueblo por pueblo. Una orden del Consejo de Castilla interrumpió este proyecto descomunal. Escribió una vida de su padre reivíndicandolo. Dije enamorado… de los libros.

 Eran muy pocas las bibliotecas particulares a principios del siglo XVI. La gente solía guardar sus libros en cofres o armarios o sobre una mesa. Unas pocas decenas de volúmenes eran muchos. Como el dueño podía llevar de memoria perfectamente la lista de títulos, la colocación de estos no era un problema. Hernando no es que leyese cualquier papel que encontrase por la calle, anticipando El Quijote, es que lo guardaba. “Desde libros, manuscritos y panfletos hasta estampas, folletos, partituras, pósteres de tabernas y un largo etcétera”. Tenía la pretensión de formar una biblioteca universal, total, con una ambición que nos deja perplejos, pues incluso entonces coleccionar todo lo publicado era vaciar el mar retirando el agua con un cubo. Lo intentó. Compró libros por toda Europa. El hermoso título de este, Memorial de los libros naufragados, no es una ocurrencia poética. Se refiere a que, en su afán clasificatorio, anotó los libros que, comprados en Venecia, se perdieron en el mar, al naufragar el barco que los llevaba a Sevilla. Debió ser uno de los mayores dolores de su vida. Hizo fichas, inventó estanterías, para que la gente pudiera buscar y consultar los volúmenes, pues pensaba en los futuros usuarios de su tesoro. Anotó en cada libro el lugar de la compra, el precio, escribió resúmenes de cada uno. Cualquier amante de los libros sentirá gran simpatía por este hombre, una afinidad íntima y melancólica, por lo que se intenta y lo que se logra en esta vida, a veces traspapelada.

 

 Edward Wilson-Lee describe bien esta época excitante de España,  renovadora del mundo. Cae en algunas simplificaciones, pero no es este un libro de Historia y hace bien en no profundizar demasiado. Sabe que no puede abarcarse todo, aunque admiremos a los hombres que, como Hernando, lo intentan. El primer tercio del libro habla de Cristóbal Colón principalmente, lo que puede impacientar a los buenos conocedores del Almirante, al leer cosas ya sabidas. 658 páginas. Leo la edición electrónica de Planeta, 2019. Por las ilustraciones y mapas, recomiendo la edición de papel.

   Nada queda de la biblioteca hogar que Hernando construyó en Sevilla, junto al río frente a Triana. Sus huesos, polvo enamorado como polvo oloroso de libro viejo, más lo que resta de sus libros, una quinta parte de los quince mil que atesoró,  pertenecen a la catedral hispalense, sede de san Isidoro, otro curioso y compilador universal.

Su ex libris: Don Fernando Colón, hijo de don Cristóbal Colón, primer Almirante que descubrió la India, dejó este libro para uso y provecho de todos sus prójimos, rogad a Dios por él.

 Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.

 

 

 

 

 

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