jueves, 14 de enero de 2021

EL HOMBRE QUE SE ENAMORÓ DE LA LUNA. Tom SpanBauer


 “Tú vives conociendo y comprendiendo que eres una historia que has inventado para mantener alejada a la luna. Y como sabes lo que es vivir sin una historia, te has vuelto un experto en historias y en el poder de las historias. ¿Qué es un ser humano sin una historia? –preguntaba. Es un niño mestizo y pervertido que persigue al pájaro teruteru, que mira por las ventanas a la gente que hay dentro, que mira a quienes creen que son, cómo les van sus historias… y cómo se las arreglan.”

Estamos hechos de historias, es lo que nos viene a decir Spanbauer, un escritor, cuando menos, singular.

Llegué a él por las recomendaciones encendidas de amigos lectores. Iba dispuesta a encontrarme con una escritura apasionante, pero lo que no me esperaba era el objeto de esa pasión.

“El hombre que se enamoró de la luna” es un relato iniciático entre el mito y la realidad protagonizado por Cobertizo, un joven mestizo de india y blanco que sólo habla la lengua de sus ancestros sin saber a qué tribu pertenecían. Criado en el prostíbulo donde trabajaba su madre en un villorrio del medio oeste norteamericano, un Eldorado de polvo y supervivencia codiciado por los expansivos mormones. Violado por el asesino de su madre sale en busca de su escurridiza identidad siguiendo un camino místico donde el lenguaje y la homosexualidad se fecundan mutuamente (paradojas mágicas de los indios “berdajes”) para dar a luz a un nuevo Cobertizo.

 Le acompañan en este viaje unos personajes tan estrambóticos como sugestivos que embaucan al lector de tal manera que acaba deseando ser acogido en el burdel que regenta Ida Richelieu, ser amado por Alma Hatch, la indómita prostituta, y contemplar la luna hasta volverse loco como el vaquero de los ojos verdes y el sexo tántrico, Dellwood Barker.

  “El hombre que se enamoró de la luna” no sólo no es una novela usual, ni fácil, ni clara, sino que además exige del lector una mente abierta y una amplia trayectoria lectora para no perderse en los oscuros meandros antropológicos y junguianos entre los que discurre una trama de búsqueda desesperada del yo envuelta en un maravilloso celofán de western crepuscular donde el lenguaje es a la vez llave y trampa. “Buscar quién soy es quién soy” dice Cobertizo, narrador y protagonista.

La prosa de Spanbauer tiene una magia poderosa, te atrapa con sus palabras, que repite como en un conjuro hasta que te hipnotiza. Lo que ocurre es que cuando se abusa de ese magnetismo, cuando follar, polla o culo aparecen en un párrafo más veces que cualquier otro término, erosionan el poder del hechizo que termina por desvanecerse y el iniciado, es decir, el lector, abandona al chamán/ escritor hastiado y al libro por puro hartazgo repetitivo. Al menos en mi caso.

Ello no es óbice para reconocer el talento de Spanbauer, cuya ajetreada vida construye su literatura: de camarero de hotel de lujo en Kenia a miembro adoptado de la tribu shoshonne, es fundador de la escuela de escritores del Pacífico denominada “Dangerous writing” cuyo miembro más conocido es Chuck Palahniuk. El objetivo de la escritura peligrosa no es otro que volcar en el proceso creativo los miedos, vergüenzas y tabúes del escritor para enfrentarse a ellos. Su lema: “la ficción es la mentira que cuenta la verdad más auténtica”

En sus obras explora la identidad sexual, la pertenencia a la familia, el yo y cómo conocerlo. Su prosa extrema, su ingenio para crear personajes inolvidables, su habilidad para envolverte en las historias que quiere contarte hacen de él un autor sobresaliente. Es un encantador de serpientes/palabras que te muerden y disfrutas con el veneno.  

P.D: Aviso a los lectores que se aventuren en su obra: sus brutales y físicas descripciones de violaciones, sexo y crueldad pueden herir la sensibilidad menos delicada.

Sybilalibros

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