Me gusta cuando encuentro
por sorpresa, sin opiniones previas, a un autor que me trastoca el lenguaje sin
ser un pedante, que me habla de temas de siempre pero con palabras disparadas a
quemarropa.
Ambientada en un
pueblecito de Montana, dominado por las Rocosas, los ríos trucheros y los
infinitos lagos alrededor de los cuales se han aposentado millonarias mansiones
que vulgarizan el paisaje y desplazan a los lugareños a carreteras de neón, Todo
nos narra un momento en la vida de cuatro personajes, apoltronados en la
deriva, a los que les salta una chispa circunstancial que les hace plantearse
un cambio de rumbo:
RL, prototipo del cincuentón mal divorciado, que
aplica el “laissez faire” hogareño y con las amistades, al que sólo preocupan las truchas y su hija,
por este orden, retoma una vieja aventura de juventud al acoger en su casa a
Betsy, enferma de cáncer, que vive en medio de las montañas en una utopía
naturista. Sin preguntas, sin esperar nada a cambio, sólo sentirse bien el uno
con el otro, ambos intentarán una relación que no les conduzca de nuevo al
fracaso.
Layla, la hija de RL de
19 años, lucha contra su alma dividida entre la llamada de la naturaleza salvaje en la que
se ha criado o la universidad en Seattle donde la espera un novio
intelectualoide y progresista, amigo de las relaciones abiertas.
Y la que hasta entonces
era una referencia de estabilidad para padre e hija, June, amiga de la familia,
decide librarse del ancla de viuda inconsolable y vender la casa que la ata a
su difunto marido.
A ellos habría que añadir
un quinto protagonista, majestuoso, potente, rebelde, tan relacionado con los
estados de ánimo de los personajes que una nevada o un extraviado viento cálido
en marzo cambian la dirección de la novela: el paisaje. Su descripción,
evocadora y brillante, me ha recordado a Stegner o MacLean. Puro goce.
Presentada como la novela
de las segundas oportunidades, creo que es más que eso, que es el relato de la
fuerza regeneradora de las mujeres, de su capacidad para reinventarse, mientras
los hombres que aparecen no hacen más que dejarse llevar por la corriente de
sus compañeras, incapaces a veces de comprender los cambios que pululan en sus
cabezas.
Áspera, ruda en sus
diálogos, emotiva en los sentimientos no expresados, desconcertante en las
fugas desesperadas (¿qué fuga no lo es?), exultante en la naturaleza, Canty
disfruta con los juegos de palabras, las reflexiones contradictorias y dejando
que sus criaturas actúen y hablen por impulso.
Hay una frase de June en
el libro que define perfectamente el sentido de éste: “Ni siquiera sé joder mi
vida de la manera correcta”.
Voy a darle una vuelta a
esto a ver si por lo menos jodo mi vida bien, nos viene a decir.
Me ha gustado bastante,
he disfrutado mientras leía y lo recomiendo porque siempre es bueno abrir las
ventanas y respirar otros aires literarios, sobre todo si son tan frescos como
este.
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