“En el verano de 1963 yo me enamoré y mi padre se ahogó”
Uno de los
mejores comienzos que he leído nunca para una novela extraordinaria que
perdurará siempre en mi corazón, entre otras razones porque cumple esa máxima
casi extinguida hoy en día en el mundo literario de “Lo bueno, si breve, dos
veces bueno” para en apenas 168 páginas crear el relato perfecto con un tema,
además, eterno y mil veces recreado.
Podría definirse
“Agua salada” como una novela de iniciación (que sin duda lo es) pero sería una
apreciación torpe, simplista y propia de reseñador taylorista, que dejaría fuera
la esencia de la condición humana, esencia que Simmons ha conseguido embotellar
en este relato, lanzándolo al Océano de lectores, no para que socorramos al
náufrago, sino para invitarnos a hundirnos con él, algo que haré todas las
veces que pueda releerlo.
Inspirado en
un relato de Turguéniev y en notas autobiográficas según nos apunta Errata,
“Agua salada” nos narra el paso de la adolescencia a la madurez de la manera
más edípica y por tanto dramática en un paisaje de robinsones, una isla
solitaria del Atlántico frente a las costas norteamericanas donde veranea el
joven de quince años Michael con sus padres. Mientras su madre supone la
belleza y la dulzura, su padre es su modelo de vida: comparte con él la pasión
por la pesca y la navegación a vela, el espíritu aventurero y está encaminado a
seguir sus pasos como “self made man”. Este bien equilibrado mundo se va a ver
agitado con la aparición en escena de otro tipo de familia: mundana, viajada,
artista, la de una madre divorciada y su rebelde hija de veinte años, Zina. La
osada, independiente, irreflexiva y deliciosamente bonita Zina será el céfiro
que despierte el deseo en Michael y lo haga caer en las engañosas redes del
juego del amor. Inocente en esta singladura, conocerá en el mismo instante el dolor
del amor y el de la pérdida del padre.
Que las
islas son el paisaje del mito ya nos lo contó Homero y ésta tampoco escapa a
los caprichos de los dioses que se divierten desatando pasiones, coquetean con
mujeres solitarias, exaltan cuerpos jóvenes y derraman alcohol para crear un
teatro de tragedia.
Algo tan reconocible
podría suponer un rechazo a priori para cualquier
lector, pero en manos de un autor tan delicado, elegante y sobrio se convierte
en una pequeña (por brevedad que no por calidad) obra maestra. Simmons goza de
una rara habilidad entre los escritores y es que con pocas palabras dice mucho.
Prefiere insinuar a relatar, sumergirse en el alma de los personajes y apenas mostrárnosla
en dos pinceladas, describir escenas a través de un detalle nimio, como fotografías
tomadas desde un ángulo intrascendente que al ampliar el encuadre resultan el hilo
conductor de la historia. Eso es maestría, es magia.
“Agua salada”
me ha supuesto no sólo un gozoso descubrimiento (no me canso de dar las gracias
a Errata Naturae por esa magnífica colección El pasaje de los panoramas que tan
buenos ratos lectores me está dando) sino el tremendo placer de una lectura que
perdura, bella como el mar, estilísticamente impecable, turbadora como el
lánguido cuerpo adolescente al sol, amarga como el matrimonio.
Recomendación
especial para paladares exquisitos a la búsqueda de sabores únicos.
Sybilalibros
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