Tendría yo unos trece años cuando descubrí a Bowie. Su imagen
impactante en revistas como Popular 1, sus canciones en emisoras
de radio minoritarias, las portadas de sus discos. Una buena
distracción de entonces era ir a las tiendas de discos a ver
portadas, raramente podía comprar. Conservo desde entonces el Lp
Aladine sane. Han pasado cuarenta y cinco años. Él nunca supo
que yo lo consideraba mi amigo íntimo, que seguía su carrera, sus
publicaciones, ilusionado.
Cuando una mañana invernal de 2016, apenas despierto, me
enteré de su muerte -el día anterior había comprado Blackstar, su
última obra de arte-, volví a la cama. Esperaba despertar más tarde
y que hubiese sido una pesadilla. Los días siguientes quedó claro
que se había ido, porque los medios españoles le dieron tratamiento
de estrella, lo que nunca habían hecho. Necrofilia con vestimentas
teñidas de hipocresía chillona.
Es este libro amoroso por el texto de Fran Ruiz, bello por las
ilustraciones de María Hesse. Nos cuenta la vida de Bowie a
grandes rasgos, de manera poética; va dirigido al corazón, no a las
vísceras del cotilleo. Se agradecen el cariño, el respeto, la alegría
nostálgica y la emoción. Imprescindible para los fans de Bowie,
interesante para los que sientan admiración o curiosidad por él
desde la lejanía.
Leo y miro la segunda reimpresión de LUMEN, noviembre de 2018;
167 páginas enamoradas y bienhumoradas.
Luis Miguel Sotillo Castro
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