Se despidió en 1939 con este recomendable “Die
Legende vom heiligen Trinker”. No es una novela, es un relato de setenta
páginas alucinadas, humorísticas –sabemos que el humor sólo es alegre a veces-
y sobrias. Roth no bebía cuando escribía; el resto del tiempo, sí.
El humor
radica, pinceladas de sonrisas aparte, en que el protagonista, vagabundo
borracho, tiene un golpe de suerte tras otro; cuando sabemos que, en realidad,
a estas personas suele sucederles lo contrario. Este cuento es una fantasía,
pero agarrada a la realidad, como la humedad se pega a la orilla del Sena,
cobijo de menesterosos bajo sus puentes.
Si usted no es bebedor, pasará un buen rato,
como quien lee algo sobre un tema ajeno a su experiencia, pero que está bien
contado. Si usted bebe, dará palmas de reconocimiento y sorbos de absenta al
leer cosas como: “Cuando, por fin, se levantó, sintió una cierta hambre, pero
esa clase de hambre que solo pueden percibir los bebedores empedernidos. Se
trata de una forma muy especial de avidez (no avidez de alimento), que tan solo
dura unos pocos instantes y desaparece tan pronto como el individuo que la
siente se imagina una determinada bebida, precisamente la que más le apetece en
aquel momento.”
Leo la edición de Anagrama de mayo de 2019.
Oportuno el breve epílogo de Hermann Kesten, amigo del autor; me emociona el
autorretrato, un dibujo, del propio Roth.
El prólogo, carente de interés, de Carlos Barral, léanlo después del relato.
Lo único claro que cuenta es el final de la obrita.
Luis Miguel Sotillo Castro
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