He
bebido daiquiris en el Floridita, esquivando cubanos que venden puros en la
puerta, con pesadez educada. He tomado ron clandestino a dólar el frasco, en el
malecón donde anochece repentinamente, con un cubano veterano de Angola.
Prefiero esto último. Leer a Padura es volver a Cuba.
Quinta
novela con Mario Conde como protagonista. Ya no es policía en La Habana, pero a
petición de un ex compañero investiga un nuevo caso, extraoficialmente. Ha
aparecido un cadáver, lleva cuarenta años enterrado, en la finca que fue de
Hemingway. Las implicaciones y consecuencias pueden ser tremendas, ¿es posible
que Ernesto Hemingway, apodado papa, fuese un asesino?
El autor comenta en la introducción su
relación de amor odio con el autor de El viejo y el mar. Utiliza la novela para
indagar en la vida y obra del estadounidense, también en el oficio de escribir;
sin convertirla por ello en un ensayo que pudiera aburrirnos, con presuntas
densidades o profundidades. La trama es
interesante; con los rasgos de humor y amor, los personajes habituales,
incluida la ciudad herida, su mar como un muro. La Habana de Hemingway en 1958
influyendo en la de Conde a finales del siglo XX; este registrando lo que
Ernesto tuvo y fue cuarenta años atrás.
Recomiendo todas las novelas de la serie que
he leído, bien editadas, baratas, por Tusquets. Son, por orden de aparición:
Pasado perfecto, Vientos de cuaresma, Máscaras, Paisaje de otoño y esta que
comento.
Luis
Miguel Sotillo Castro
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