jueves, 25 de junio de 2020

EL CUADERNO DE LA AUSENCIA. Pío Caro-Baroja




Siempre andamos a vueltas con la memoria. De niños, recordamos nuestras fantasías sobre el futuro, para seguir con ellas tras las interrupciones de los adultos adustos. Mayores, miramos hacia atrás, a ese pasado lleno de alegrías terminadas, tristezas perennes. Según corre la vida, se nos llena de muertos la memoria. Por ello, a menudo renegamos de ella ¡Ojalá no recordase nada!  Toda esa tontería quejica se nos pasa cuando vemos a alguien que, verdaderamente, por una enfermedad degenerativa  por ejemplo, no recuerda nada. Nos enternece y asusta, desde el respeto; ya no es un hombre completo. Le faltan los recuerdos, nuestra esencia.
Pío Caro-Baroja Jaureguialzo es hijo de Pío Caro Baroja, sobrino de Julio Caro Baroja, sobrino nieto de Pío y Ricardo Baroja. Cito sólo a sus mayores cuyos libros he leído, van estos de lo interesante a lo extraordinario.

En este cuaderno (calificado como tal modestamente, nunca una familia ha presumido tan poco generando tanto) nos habla de sus vivencias, sentimientos y pensamientos en torno a la muerte de su padre, en 2015. Son experiencias íntimas que no voy a comentar; enfréntese cada lector, reconózcase o no en ellas, yo sí lo hago a menudo como hombre con duelos. ¿Quién no ha debido teñirse de negro alguna vez las mangas, el cuello de la camisa antes blanca y sonriente? Sí puedo resaltar otras cosas de las que trata el escrito.
 Lugares. Pío nos habla de su viajar y vivir, el campo argentino, Málaga, San Sebastián, Madrid; principalmente, la casa familiar, Itzea, en Vera de Bidasoa, pueblo navarro próximo a Guipúzcoa y Francia.

 Personas. Los vecinos de Vera, libreros de la Cuesta Moyano en Madrid, gente del mundo editorial y de la prensa, escritores; por supuesto, hechos, dichos y anécdotas de los Barojas y Caros.
 Aunque Pío no politiquea, atisbamos el difícil engarce de los Baroja en esta España complicada, de banderías; no digamos en El País Vasco y Navarra. Como gente independiente, la familia sufre desconfianza de unos y otros.
 Hermoso y dolorido homenaje al padre, en suma. Muy recomendable por el relato de la vida interior, sensible y sincero, más el de las relaciones familiares y sociales. Me encanta la foto de la contraportada, los hermanos Julio y Pío Caro Baroja, ya mayores, mirándose de frente con un afecto evidente y directo que se sale del
libro. Edita Cátedra, 2020, 196 páginas, firmado el 5 de enero de 2017 por el autor; cómo no, en Itzea.
 Luis Miguel Sotillo Castro.








miércoles, 24 de junio de 2020

ÉRAMOS UNOS NIÑOS. Patti Smith



Patti Smith me ha acompañado como música desde los setenta, últimamente también como escritora. Recomiendo sus títulos M Train, Devoción y El mar de Coral. En estos libros de versos, prosa poética, narrativa, fotografías, demuestra ser inclasificable. Me rechina el apelativo jibarizante de musa del punk. Ante la incertidumbre y agitación de su vida es escritora reflexiva, tranquila, sensible, sincera y penetrante.

 En Éramos unos niños cuenta su relación de amor y amistad con Robert  Mapplethorpe, célebre artista fotógrafo. Dos jóvenes de veinte años que pasan hambre y enfermedades en la Nueva York de 1967. Desean ser artistas, no quieren una vida convencional. Contra lo que podamos suponer desde la lejanía de hoy, ni él quería ser fotógrafo ni ella rockera. Cómo llegan a serlo se detalla aquí, con sus peligros, incertidumbres y pesares. Sellan un pacto, hermoso porque lo cumplirán hasta la muerte de Robert en 1989, de mutuo socorro, amor y comprensión. Infinidad de niños han sellado su amistad con sangre de dedo índice, incontables adolescentes se han jurado amor eterno, todo olvidado a los veinte años, por los estudios, el trabajo; la vida, esa excusa. Dejar de ser pareja no interrumpirá ese acuerdo de amistad entre estos dos pajaritos, siameses espirituales, con el trino especial que sólo ellos atienden y entienden, canto llamada que les une por larga que sea la distancia entre los dos, por mucho que convivan con otros amores.

 Dos décadas largas de relación. Nueva York es frío y Andy Warhol, necesidad y Allan Ginsberg; Williams Bourrougs y Sam Shepard, pensiones miserables, puercas y el legendario, hoy, hotel Chelsea. Pasen y vean a Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Janis Joplin, sobrevivientes en nosotros desde su muerte veloz.
 Patti fue niña enérgica y soñadora capaz de ser libre luego en la Nueva York inclemente, de cumplir sus sueños en buena medida. Pero callo, aquí se lo cuenta ella, veraz sin aspavientos. Sensitiva y observadora, narra su época sin pretensiones sociológicas ni, mucho menos, moralizantes. Sabe tomar distancia, relativizar. La anécdota de cómo consigue ser aceptada en los círculos guays neoyorkinos  revela la naturalidad, un tanto boba y frívola, con que sucedían las cosas entre gente divinizada hoy; los popes del rock, la pintura, la fotografía, el teatro, el cine, que brillan en la escena desde mediados los sesenta. Un día se corta la melena sobre el lavabo de casa, delante del espejo. Ha recortado fotos de Keith
Richards de revistas y se deja el pelo como él. Va a un bar de moda en el que pasaba desapercibida y… causa sensación; comienzan a invitarla a dar lecturas de sus poemas.
 Aclaro que no es un libro de anécdotas, aunque disfrutemos de ellas. La génesis de Horses, cómo hizo Robert  la foto de la portada, por ejemplo. Es un libro de profundo amor y amistad entre dos ángeles desangelados, conocedores de cielo e infierno, sexuados, corporales, dramáticos y en suma, como ángeles, voladores.
 “Just kids”, Publicado en 2011, por una Patti de 64 años. Penguin Random House. Lo leo en e book, desgraciadamente, porque contiene fotos que mejor se verán en papel.
 Luis Miguel Sotillo Castro.

martes, 23 de junio de 2020

CEMENTERIO PARA LUNÁTICOS. Ray Bradbury


Con permiso de Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, Ray Bradbury, 1920- 2012, es el autor de ciencia ficción más famoso; entre los no aficionados al género, principalmente. La popularidad se debe a su claridad narrativa, no abruma con tecnología más o menos inventada para justificar sus fantasías espaciales; a la película de Truffaut y a varias citas suyas, muy apropiadas para tuiteros, sobre la importancia de los libros. Sus Crónicas marcianas y Fahrenheit 451 se recomiendan solas. El libro entrañable para mí es El hombre ilustrado, que me ayudó a sobrevivir cuerdo bajo el Sol inclemente aljarafeño durante el servicio militar obligatorio. Autor notable en la novela y el relato.

 Esta no es una novela de ciencia ficción, va sobre Hollywood, lo que no es exactamente lo mismo. Agridulce es la relación de Bradbury con el cine. De la admiración sin reservas por Spielberg hasta la mala experiencia con John Huston, para quien escribió el guión de Moby Dick. Sin embargo, Huston es uno de los citados en la dedicatoria de este libro. No le entusiasma la adaptación de Truffaut de Fahrenheit 451, tan famosa y citada.

Ray Harryhausen, el enorme técnico de efectos especiales, es uno de los protagonistas de esta historia, con nombre cambiado pero perfectamente reconocible y justamente homenajeado. Novela realista, con lo de extravagante y fantasioso que puede tener la vida en la fábrica de sueños y dinero que es Hollywood. Personajes llamativos, intriga detectivesca en los estudios cinematográficos, donde puede parecer más real la miniatura de un dinosaurio que un ser humano, con sus delirios, afanes, fiestas  y dolores. 
 Del año 1990, leo la edición de 1993 de Minotauro. 374 páginas divertidas.

 Luis Miguel Sotillo Castro.

viernes, 5 de junio de 2020

OPEN. Memorias. Andre Agassi


El deporte profesional es estupendo. Fomenta el esfuerzo, la emulación, la capacidad de superación. Divierte al espectador, genera dinero para deportistas y los que trabajan en su entorno, desde el masajista al portero fijo discontinuo de un estadio, pasando por los cámaras de televisión y vendedores de chucherías, hasta los técnicos de las emisoras de radio. Divierte al espectador.

 El deporte profesional es horrendo. Fomenta el triunfo a cualquier coste, vulnerando la salud con drogas y sobresfuerzo; mundo de apariencias y falsedad,  anima a la simulación y la delación: “Árbitro, que no le toqué, se tiró”. Los valores deportivos son obstáculos para el éxito. Los gestos de nobleza en el deporte son noticia, por su rareza. Adocena al espectador, crea tribus.

 Andre Agassi es un bluf. Un invento publicitario para el negocio de los mass media y empresas comerciales. Un tipo de melena imposible que juega con vaqueros cortados. Juega unos torneos bien y luego pierde con cualquiera, desaparece.
 Andre Agassi es uno de los mejores tenistas de la historia. Cuando se retiró en 2006 a los 36 años era el quinto mejor de todos los tiempos. Ganó el oro olímpico y todos los torneos del Gran Slam al menos una vez, ocho en total.

En las primeras páginas comprendemos que estamos ante un libro especial. El primer capítulo se titula Final. Narra el último partido que Agassi ganó en su carrera, en Nueva York. Habla del dolor tremendo de espalda, le duele el alma, literalmente. Juega gracias a la cortisona, sufre y derrota a Baghdatis. Ambos vuelven al vestuario y se dan la mano, tumbados en sendas camillas, incapaces de moverse, acalambrados y dolientes, como estatuas yacentes de  sepulcro. Pero antes de contarnos el partido, nos confiesa que siempre odió el tenis.
 A cualquier lector le impresionará la figura paterna, tiránica y terrible. La adolescencia en una academia de tenis cuartelera y despiadada. Le interesarán anécdotas de gente ajena al tenis como Kevin Costner, Brooke Shields o Nelson Mandela, quien le impresiona y sirve de inspiración. Agassi crea una fundación escuela para niños desfavorecidos de Las Vegas, su ciudad natal. Los aficionados a la raqueta leerán valoraciones positivas sobre Biorn Borg, MacEnroe, Federer y Nadal; negativas sobre Connors, Nastase y Boris Becker. Su relación con Pete Sampras, con el que
disputó tantas finales, es compleja y divertida de leer.

Le ayudó a escribir el libro J. R. Moehringer, premio Pulitzer. Se publicó en 2009. Leo una edición para e book de 2014.

Luis Miguel Sotillo Castro

martes, 2 de junio de 2020

SIN NOTICIAS DE GURB. Eduardo Mendoza


Nos pasamos la vida temiendo, intentando olvidar que tememos, sorpresas desagradables; respecto a la salud, el dinero, las relaciones sociales y sexuales  -digo, amorosas, seré bueno-  ¿Qué es el humor? Una sorpresa agradable, liberadora, ancha como una risa llena de dientes blancos e iguales. Un buen libro humorístico es pura felicidad. A Mendoza le debemos varios.

 El humor es extravagante. De lo primero que se ríe es de la capacidad severa de razonar que, seria, recia, rectamente nos lleva a puertos seguros, creemos. Estamos sentados en tierra firme. Una niña, el pelo negro mojado brillante de sal, viene desde el horizonte, delimitado como con regla entre el mar y el cielo; se nos acerca, caminando sobre el agua esmeralda, hasta la playa que nos aburre. La chiquilla sonriente es el humor.

 Sin noticias de Gurb se publicó por entregas en un diario, antes de ser libro en 1990. Esto ya parece una broma  a finales del siglo veinte. El señor Samuel Pickwick, mientras se rasca la barriga con la izquierda, levanta la mano derecha y pregunta ¿pero esto es serio? No.
 Dos extraterrestres, Gurb y su innominado jefe aterrizan en la Barcelona de las zanjas preolímpicas. Ustedes disfrutarán sus peripecias, de las que no contaré nada, se ríen por sí solas. El recurso a una pareja protagonista dispar se usa mucho en cine, literatura y tebeo. Encuentro ésta a la altura de los enormes  Mortadelo y Filemón y Laurel y Hardy. Cómo no recordar a don Quijote y Sancho.

Una de las muchas virtudes de Mendoza es que explica como nadie sus libros, claramente y sin darse aires. La breve introducción que nos regala en este me libera de seguir escribiendo. Queda recomendado encarecidamente como texto singular, sencillo y feliz, en estos tiempos en los que la risa sincera es un tesoro.

Leo la decimosegunda edición, octubre de 2002, siendo la primera de marzo de 1991, Seix Barral, 143 páginas.


Luis Miguel Sotillo Castro

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