martes, 16 de octubre de 2018

LIMÓNOV. Emmanuel Carrère

Narcisista, idealista, agónico, apasionado, fortísimo. Incapaz para la moderación, es amigo de los extremos. Hay tipos así, verstrynges los llamo yo, que pasan de la extrema derecha a la extrema izquierda, o viceversa,  sin tocar la idea de ser demócratas.


 Limónov nos resultaría exagerado, inverosímil  como  personaje novelesco, pero resulta que existe, vive, este ucraniano de 1943. Carrère nos cuenta su vida y anti milagros, picaresca con vodka en lugar de vino,  en este libro biográfico histórico que se lee como una novela. Lo único admirable en Limónov es la fuerza de voluntad, la capacidad de resistencia. Por lo demás, me resulta desagradable, como poco. Diré como ejemplo definitivo que entre Stalin  y Solzhenitsyn  se queda con el padrecito de los pueblos… masacrados. Y no es el único.


 Lo mejor del libro es la descripción de, la reflexión sobre una época, un país apasionante, Rusia, que tanto ha padecido y ha hecho sufrir.

 El comunismo. Rusia ayer y hoy, de Stalin a Putin, pasando por Gorbachov y Yeltsin. De la atrocidad soviética a las mafias que se enseñorean de una tierra inmensa, pues se pasa del control absoluto de la sociedad por el partido comunista al libertinaje sin frenos legales democráticos en tiempos de Boris Yeltsin.


 Libro apasionante, sobre un hombre y su tiempo, que es el nuestro. Las cárceles rusas, los apartamentos lujosos de Nueva York. El hambre, el caviar a cucharadas. París, los altiplanos asiáticos despoblados. Sodomía en el barro, llevar del brazo una tía por la que te envidian. Sarajevo sitiada, una agradable casa de campo. Todo esto y más, es Limónov.


 Editorial Anagrama, leo la decimocuarta edición, de marzo de 2018, la original es de  2011. 396 páginas que atrapan.

 

Luis Miguel Sotillo Castro


miércoles, 10 de octubre de 2018

LOS AMIGOS DE EDDIE COYLE. George V. Higgins

Extraordinariamente armado, inteligentemente conducido, no apto para mentes acomodaticias. Así se nos presenta el que fue primer relato de uno de los autores de novela negra incomprensiblemente menos conocidos en España pero auténtico responsable de la revolución del género en EEUU.
Gracias a su formación en Derecho y al desempeño de tareas como fiscal, policía y periodista, Higgins encontraría en su trabajo un filón de personajes y argumentos para plasmarlos en una serie de novelas en las que se abandonaba el cliché antiguo de polis buenos, delincuentes malos, a la par que renunciaba a la construcción narrativa clásica y tiraba casi exclusivamente de diálogos para conformar la acción. El resultado es tan sensacional como chocante, pues obliga al lector a prestar una atención especial a todas las idas y venidas de los personajes que deambulan  por el libro si no quiere perderse por este Boston de barrios bajos setentero (por cierto que uno sabe que está en esta ciudad por la contraportada del libro porque no se la cita en ningún momento, salvo nombres de calles y locales conocidos sólo para los nativos).
El eje alrededor del que pivotan estos “amigos” es Eddie “Dedos” Coyle, un ladrón de poca monta que ha estado entrando y saliendo de prisión durante toda su vida y sobre el que pesa otra posible condena por la que ya no tiene ni fuerzas ni ganas de volver a pasar. Una opción sería delatar a sus compinches del último palo, lo que supondría una muerte segura; la otra, ser leal y chupar trena. Mientras se decide, topa con un negocio muy lucrativo manejado por Jackie Brown (les suena el nombre ¿verdad? Sobre todo si se es fan de Tarantino) un traficante de armas tan temerario como imprudente. Pero que Eddie Dedos empiece a mover “Benjamins” (billetes de 100$) con cierta alegría levanta la liebre y los galgos del policía Doyle se lanzan a la carrera, ayudados por uno de los soplones más despreciables de la historia del género. Y empieza una caza en la que todos acaban embarrados.
Muy, muy entretenida, con un ritmo endiablado gracias a los continuos y cortantes diálogos sobre los que el autor deposita su potencia narrativa convirtiéndose en marca de la casa, en Los amigos de Eddie Coyle, al contrario que en otras obras del género, no hay sangre ni sexo desesperado: la violencia la ponen las palabras. Porque los personajes no hablan, sino espetan, sueltan, desembuchan, cantan, soplan, provocan y amenazan en la jerga del lumpen bostoniano, desde el quinqui más desgraciado hasta el madero más templado, lo que confiere una gran veracidad y frescura al relato. Y que podemos disfrutar gracias a la gran traducción de Montserrat Gurguí y H. Sabaté. En inglés debe de ser alucinante.
No terminan ahí las innovaciones. Higgins juega con el lector y no le dice quiénes son delincuentes y quiénes polis. Hay que adivinarlo a través de los abruptos diálogos en donde deja entrever un fino hilo que delimitaría la legalidad de la ilegalidad.
Considerado como uno de los padres de la nueva novela negra norteamericana (así lo reconoce en el prólogo otro grande bostoniano, Denis Lehane) su obra supuso un salto cualitativo en este género desde R. Chandler al dar validez a la frase de Marco Anneo Lucano que nos regala Asteroide al final de la novela: “El crimen hace iguales todos los contaminados por él”.
Su genialidad es tal que el cine no pudo evitar imitarle descaradamente: Infiltrados de Scorsese o The Town de Affleck le deben mucho, por no hablar de Tarantino que escogió el nombre de uno de los personajes principales para dar nombre a su película.
Sin embargo, la adaptación de la novela al cine de Peter Yates no estuvo a la altura, a pesar de contar con Robert Mitchum como Eddie “Dedos” y Peter Boyle. Ello sin contar con que la traducción del título al español reventaba el argumento.
Absolutamente recomendable para cualquier amante de la novela negra bien escrita y con clase que por algo estamos en Boston.  

Sybila


viernes, 28 de septiembre de 2018

EL FACTOR HUMANO. Graham Greene

Otra vuelta de tuerca al género de espías de posguerra del maestro absoluto, aunque esta vez desde dentro de la profesión y componiendo una  acerba crítica al Foreign Office, basada en un personaje real al que habría reclutado el mismísimo Graham Greene.

La trama es confusa y cuesta un poco deshilvanar el etílico y (quizás por ello) filosófico hilo de Ariadna que ha tejido Greene en torno a Maurice Castle, un oficinista sumido en el conformismo burocrático, casado con una bella sudafricana de raza negra y atormentado por dudas existenciales. Castle ha de afrontar junto a su alcohólico compañero Davis una excéntrica investigación en su recóndito y aparentemente insustancial departamento de asuntos africanos debida a sucesivas filtraciones de secretos de poca monta.  Esto desencadenará una intrincada caza del posible agente doble en la que participa uno de los personajes más abyectos y repugnantes que ha descrito Greene, el doctor Perceval.

El momento político (y aquí doy alguna pista para entender la novela, desarrollada casi en tu totalidad entre la plomiza Londres y la campiña británica sombreada de gris por el autor) es 1978. La independencia de la República Sudafricana de Gran Bretaña es relativamente reciente. La Guerra Fría se ha entibiado un poco pero persiste en otros escenarios, solapada bajo reivindicaciones sociales tales como el bochornoso Apartheid sudafricano, cuya causa reivindica como suya el comunismo soviético.

Al contrario que en sus otros relatos de espías, Greene plantea aquí una intriga claustrofóbica de corte psicológico en la que muestra la deshumanización, incluso banalización del oficio. Mucho más pesimista que el resto de su producción, el escaso humor que hay es tan negro que los personajes lo ahogan en cantidades ingentes de whisky ¡¡¡Lo que se bebe en esta novela!!!

Entiendo que así contado puede desanimar al posible lector, pero  no se arredren. Es tal la maestría en el manejo de los personajes y sus relaciones y la escritura tan ágil, ingeniosa e inteligente en esos diálogos que derrochan humanidad que su lectura, como todo Greene, es un placer.
En realidad, es una novela de Amor, ese tirano capaz de exigir los sacrificios más impensables y convertir al más honesto de los hombres en un traidor.

ADENDA: Existe película de O. Preminger  pero a mi entender bastante flojilla.





martes, 25 de septiembre de 2018

EL ASESINATO DE MI TÍA. Richard Hull


¿Qué sería de la literatura británica sin esa tita soltera con dinero pero más agarrada que una barandilla, mordaz y cascarrabias, y el consiguiente sobrino esnobista cuyo único oficio es la soltería y el gañoteo de vacaciones a amigos nobles pero más simples que una ameba? Nada, absolutamente nada. Por sí solos constituyen un género literario propio y un recurso cómico usado/ abusado desde Wodehouse a Graham Greene, pero tan efectivo como adictivo.
Me lo he pasado tan bien y me he reído tanto leyéndolo que no puedo hacer otra cosa que recomendar vivamente este libro.

Edward Powell, el susodicho solterón, se ve obligado a vivir con su desagradable tía Mildred en un remoto pueblo galés de nombre impronunciable (sepan mis lectores que para los ingleses Gales no es más que un mina de carbón llena de catetos y sus habitantes son el prototipo ideal para la chanza, algo así como nuestros leperos) donde no llegan los refinamientos de la civilización. Agobiado por la malévola insistencia de su tía para que busque un empleo y deje de comerse (literalmente) la herencia, decide quitársela de en medio, dado que la anciana goza de una salud insultante, con unos planes dignos del Coyote contra el Correcaminos. Pero como a pesar de tener un alto concepto de sí mismo, es una catástrofe con patas, sus elaboradas maquinaciones no tienen los resultados apetecidos.
Con estos mimbres elabora Hull una novela de intriga de corte clásico, un  jocoso acólito de las escritas por su querida amiga Agatha Christie, donde lo de menos es el aspecto criminal, ya que da prioridad al humor, finamente hilado y con bastantes tintes cínicos, y a la tensión tía-sobrino enmarcada en un delicioso costumbrismo británico. Pero que no se confíe el lector porque la perversión puede estar en una reconfortante taza de té con galletas caseras o en una apacible tarde de jardinería.
Adorable, divertida, muy bien narrada, con insospechados giros de guión, la recomiendo especialmente en estados carenciales de sonrisa y para estrés por agotamiento casero. No pierdan el tiempo con las actuales novelas negras hechas en serie, de pésima factura literaria, repletas de casquería gratuita y dénse un homenaje con El asesinato de mi tía: clásica, sí, pero de un gusto infalible.


jueves, 20 de septiembre de 2018

REBECCA. Daphne du Maurier

Me parece una novela maravillosa, perfecta; equilibrada, poética y antirromántica. Compasiva con el lector al que va a irritar, tensar, poner en suspenso; porque en las primeras páginas le aclara que los protagonistas acaban bien. No ilesos, con pérdidas y dolor, como tras un naufragio, pero con una vida por delante. Este comienzo pone en evidencia a los escritores sádicos hoy de moda, que trampean con el lector, dándole personajes que sufren con más espectacularidad que profundidad, que buscan la sorpresa por la sorpresa.

Como indica la frase inicial “Anoche soñé que volvía a Manderley”, está narrada en primera persona del singular. ¿Quién es esta persona? Una mujer de la que ignoramos el nombre, significativamente. Los demás personajes, interesantes, variados, complejos, simples, todos vívidos, además de por su nombre se caracterizan por lo que son, lo que dicen, lo que hacen. Nuestra narradora se define por lo que no es, cómo calla, su pasividad irritante. Mas vemos la historia con sus ojos, sus miedos, sus palabras y, cuando pensamos que es boba, nos detenemos un momento… porque sufrimos con ella, con ella nos aliviamos, le perdonamos ser tan ingenua y novelera. Qué bien imagina la vida de los demás, con tanto detalle, mientras es incapaz de vivir la suya con decisión. Le deseamos lo mejor, en su vida posterior a la novela, libre de Rebecca.

 “Rebecca” es una novela aleccionadora sobre los peligros de la incomunicación en la pareja; ay, los malentendidos, los sobrentendidos. Describe muy bien las distintas edades, salvo la infancia, es libro sin niños.

 Manderley, mansión y terrenos adyacentes, tiene la fuerza de un personaje protagonista. Consigue la autora que sus paisajes, interiores y exteriores, desde un visillo hasta los guijarros de la playa, sean hermosos u ominosos según lo requiera el relato.

 Las mariposas destacan por su vuelo desordenado, no por su colorido.

 La felicidad está en el aire, la desdicha tiene alas veloces.

 De Rebecca, la primera señora de Winter no hablo. Murió.

 Novela publicada en 1938. Leo una edición de Galaxia Gutenberg, primera, septiembre de 2016, 384 páginas.




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