¿Qué sería de la literatura británica sin esa
tita soltera con dinero pero más agarrada que una barandilla, mordaz y
cascarrabias, y el consiguiente sobrino esnobista cuyo único oficio es la
soltería y el gañoteo de vacaciones a amigos nobles pero más simples que una
ameba? Nada, absolutamente nada. Por sí solos constituyen un género literario
propio y un recurso cómico usado/ abusado desde Wodehouse a Graham Greene, pero
tan efectivo como adictivo.
Me lo he pasado tan bien y me he reído tanto
leyéndolo que no puedo hacer otra cosa que recomendar vivamente este libro.
Edward Powell, el susodicho solterón, se ve
obligado a vivir con su desagradable tía Mildred en un remoto pueblo galés de
nombre impronunciable (sepan mis lectores que para los ingleses Gales no es más
que un mina de carbón llena de catetos y sus habitantes son el prototipo ideal
para la chanza, algo así como nuestros leperos) donde no llegan los
refinamientos de la civilización. Agobiado por la malévola insistencia de su
tía para que busque un empleo y deje de comerse (literalmente) la herencia,
decide quitársela de en medio, dado que la anciana goza de una salud
insultante, con unos planes dignos del Coyote contra el Correcaminos. Pero como
a pesar de tener un alto concepto de sí mismo, es una catástrofe con patas, sus
elaboradas maquinaciones no tienen los resultados apetecidos.
Con estos mimbres elabora Hull una novela de
intriga de corte clásico, un jocoso acólito
de las escritas por su querida amiga Agatha Christie, donde lo de menos es el
aspecto criminal, ya que da prioridad al humor, finamente hilado y con
bastantes tintes cínicos, y a la tensión tía-sobrino enmarcada en un delicioso
costumbrismo británico. Pero que no se confíe el lector porque la perversión
puede estar en una reconfortante taza de té con galletas caseras o en una
apacible tarde de jardinería.
Adorable, divertida, muy bien narrada, con
insospechados giros de guión, la recomiendo especialmente en estados
carenciales de sonrisa y para estrés por agotamiento casero. No pierdan el
tiempo con las actuales novelas negras hechas en serie, de pésima factura
literaria, repletas de casquería gratuita y dénse un homenaje con El asesinato
de mi tía: clásica, sí, pero de un gusto infalible.
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