Mientras Irlanda está luchando por su independencia del Reino Unido, en la mansión Danielstown sus habitantes dan la espalda a la realidad y continúan con sus aristocráticas vidas entre partidos de tenis, bailes o recibiendo amigos que conjuren la rutina durante un tiempo. Esta indolencia sólo se ve interrumpida por alguna escaramuza cercana de las guerrillas irlandesas que no consigue afectar al palacete adormecido. La única señal de contienda es la presencia del soldado británico Gerald en pos de su inseguro amor Lois, la joven de la familia que anda a la búsqueda de su propia identidad.
Es una situación extraña y desconcertante, tanto como sus protagonistas, angloirlandeses: gente que no comulga con los anhelos de Eire pero que ve como extraños a los ingleses.
Según cuenta la autora en el epílogo que incluye la edición de Acantilado, lo que pretendía con esta novela era ilustrar el fin de una época y de una clase social a la que ella misma pertenecía, una ilustración que me ha parecido tediosa y sin enjundia, a pesar de la buena pluma de Bowen, pues dejar que sea la ambientación la que “cuente” y que en el fondo no pase nada puede cansar al lector más paciente.
En un principio disfrutas del bello lenguaje, de las frases evocadoras, de los monólogos interiores y de una atmósfera trasunto del estado de ánimo de los personajes. Pero el juego trivial y el ensimismamiento tienen un límite y 336 páginas es mucho límite. Quizá los lectores amantes de la futilidad como primoroso ejercicio literario encuentren placer en su lectura. Yo acabé exasperada.
Aun así, si quieren acercarse a esta autora del círculo de Bloomsbury, les aconsejo “La muerte del corazón” editada por Impedimenta.
Sybilalibros
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