viernes, 30 de agosto de 2019

VINIERON COMO GOLONDRINAS. William Maxwell.


Segundo intento con Maxwell, el editor por antonomasia del The New Yorker, tras el abandono de “La hoja plegada” que me pareció de lo más ñoño y pretencioso. Pero una persona tan dotada para encontrar el talento y tan elogiada tenía que haber escrito algo mejor, me dije a mí misma. Así que me arriesgo con “Vinieron como golondrinas”, rebajando expectativas, acción que, tras la deliciosa lectura, se mostró de lo más inútil.

Nada más que con el título me tenía casi ganada: de los más bellos y evocadores que he leído en mi vida. No en vano, proviene de una estrofa de un poema de Yeats:

“They came like swallows and like swallows went,
And yet a woman's powerful character
Could keep a Swallow to its first intent;
And half a dozen in formation there,
That seemed to whirl upon a compass-point,
Found certainty upon the dreaming air,
The intellectual sweetness of those lines
That cut through time or cross it withershins.”

Muchas veces, las citas que algunos autores gustan de usar como prefacio no tienen mucho que ver con el argumento y son mero exhibicionismo literario. No es el caso. Es sorprendente cómo, una vez leída la novelita (es corta), el sentido y el tono de ésta encajan perfectamente en los versos del poeta irlandés. Tal es la dulzura, la sensibilidad y el amor que destila.

Vinieron como golondrinas es un relato íntimo, muy íntimo, casi da pudor leer en las almas de los personajes que Maxwell entreabre para nosotros. Narrado a tres voces, la del pequeño Bunny, su hermano mayor Robert y el padre de ambos, nos cuenta varios instantes en la vida de una familia media norteamericana durante la pavorosa epidemia de gripe del año 1918. Momentos de felicidad, de ternura, de peligro, de recriminaciones, que giran en torno a un eje fundamental: la madre, pilar de la casa y brújula de sus habitantes.

En estos tres “diarios privados” que apenas ocupan 200 páginas, Maxwell nos habla de muchas cosas: de la importancia de la familia, la conservación de las tradiciones como la única manera de perdurar, la religión como elemento definitorio de clase social, la siempre difícil transición a la adolescencia, la infancia como el paraíso perdido, los padres que aman a distancia por temor a perder estatus, la educación como motor de progreso. Valores que podemos identificar como constructores del espíritu norteamericano y que confluyen en la madre, depositaria de todos ellos.
Cuando la enfermedad golpea a la madre, el mundo se derrumba y los tres varones de la casa deambulan perdidos y desamparados, intentando aferrar la realidad a través del recuerdo de una cesta de costura, una luz velada de atardecer, un café fuerte en el fogón, unos soldaditos de plomo tan egoístas como su dueño…Son en estos instantes cuando más brilla el talento del autor, que se demora gustoso en el detalle, en lo accidental, al modo de los pintores flamencos, y como ellos, desarrolla la mayor parte del relato en los interiores de las casas.

La recomiendo vivamente no sólo por la poesía de su imagen, la sensibilidad con la que trata a sus personajes y el buen hacer de su escritura, sino también como desintoxicación de novelas megalómanas contundentes, para recordar que lo esencial está en los pequeños detalles. Creo que es una de esas joyitas que pasan bastante desapercibidas, ahogada entre los grandes títulos y que sólo sabes de ella si te la descubren.

El único pero, una traducción regularcilla que en ocasiones afea algunos pasajes. He leído la edición antigua de DeBolsillo, pero hay edición nueva en Asteroide. Quizás hayan mejorado este punto.

Sybilalibros@YoLibro

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