Verano de 2006, casi diecisiete años han pasado desde el colapso soviético. Estoy de vacaciones en Budapest, llueve tormentosamente; de repente, se escucha un trueno como un cañón. La guía, joven húngara, pone voz cómica y grave de asusta niños para decir: ¡Que vuelven los soviéticoooooos!
Applebaum nació en 1964 en Washington, polaca por matrimonio. Periodista e historiadora, fue corresponsal en Varsovia en 1988, cuando considerábamos el sistema comunista indestructible o poco menos, Sol en Moscú, satélites girando en órbita tiránica.
Contra la opinión del general Patton, en mayo del 45 Eisenhower ralentizó la marcha hacia el este del ejército aliado, cumpliendo el deseo de Roosevelt y Churchill. La razón era evitar un enfrentamiento con Stalin y la prolongación de la guerra, volviendo enemigo al hasta ahora aliado comunista. Creo que al menos Checoslovaquia podría haber evitado el yugo soviético si no hubiesen parado a Patton, Stalin habría soportado esa pequeña pérdida de botín.
Lo cierto es que el bloque del Este quedo formado por Alemania Oriental, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Yugoslavia, Bulgaria y Albania; países unidos con el pegamento irreversible, en principio, del Ejército Rojo Soviético. Un ejército que entro en Polonia y Alemania violando; robando desde relojes de pulsera hasta materiales industriales, pasando por alfombras y muebles.
Este libro se centra, minuciosamente, en los desgraciados destinos de la RDA, Hungría y Polonia. Cómo las nuevas elites de estos países, tras comprobar junto a Moscú el escaso apoyo popular al comunismo, consiguieron hacerse con todo el poder, amañando o suprimiendo elecciones, dando golpes de Estado; creando sus propios ejércitos rojos, policías secretas tipo NKVD antecedente del famoso KGB, redes de confidentes, etc.
El caso de Polonia, vilmente traicionada, entregada a Stalin por Churchill y Roosevelt en Yalta, mientras el gobierno polaco en el exilio londinense confiaba en vano, es especialmente doloroso. No encogen menos el corazón los desplazamientos forzosos de millones de personas, para adaptarse a las nuevas fronteras decididas por cuatro gatos… rabiosos.
Mención aparte y destacada merece la servidumbre voluntaria ante el comunismo de la intelectualidad europea. No tiene perdón gente, hablo sólo de ejemplos citados en este libro, como Picasso, Sartre o Bertold Bretch, sujeto que celebró, concretamente, la actuación del Ejército Rojo un día en el que mató a 50 manifestantes pacíficos. Ese tipo es citado frecuentemente con elogio. Hoy.
La persecución de la música moderna, léase Jazz, luego Rock; la imposición de un modo de vestir, bailar, pintar, escribir, de hablar por la radio. “Si la realidad no se ajustaba a la ideología, entonces lo haría por la fuerza.”. El antisemitismo. "Nada fuera del partido."
Hoy en día, nadie defiende abiertamente el estalinismo, el comunismo, sí. Como si el georgiano fuese un exceso de esta ideología bien intencionada. Falso. El comunismo siempre es miseria, sangre y esclavitud. Salvo para quienes tienen fe ciega en él, como en la más cruel de las religiones. Recordemos, por ejemplo, que Nikita Jruschov hace autocrítica del Partido, deplorando los excesos estalinistas… callando los millones de muertos por la hambruna provocada en Ucrania, pues Nikita fue uno de los responsables; para acabar el mismo año, 1956, invadiendo Hungría con sus tanques.
Todo lo anterior y más en este libro riguroso, de 2012, compasivo con el hombre de a pie, fuese rebelde o colaborador forzoso. Porque la complejidad del ser humano, sus reacciones varias ante las circunstancias, debemos comprenderlas los que no somos totalitarios. Trabajo sostenido por una bibliografía apabullante, de libros, fondos documentales, entrevistas con supervivientes. Buenas fotos, 593 páginas. Leo la edición E book de Debate.
Comentario de Luis Miguel Sotillo Castro.
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