Si toda guerra
propicia la reproducción en masa de indeseables, la II Guerra Mundial se llevó
la palma en ese ranking. Rápidamente se nos vienen a la cabeza nazis y fascistas
italianos, pero hay un grupo especialmente miserable, en tanto en cuanto
pertenecía a una de las democracias más consolidadas de Europa, y fue el
discutido y siempre discutible gobierno colaboracionista de Vichy, que ha hecho
correr ríos de tinta, sobre todo en el país vecino.
Assouline,
periodista, novelista, crítico literario, en fin, toda una figura de las letras
francesas, a modo de homenaje a su tío que vivió los últimos días de Vichy, nos
narra esa esperpéntica huida hacia delante en el final de la guerra del
Mariscal Pétain, el presidente Laval y su corte de criados, funcionarios,
milicianos que los conduce al refugio ofrecido por Hitler: el inmenso castillo
de Sigmaringen de los Hohenzollern. A ellos se unen miles de civiles franceses
entre los que se encuentra el escritor Céline, causando una verdadera
convulsión en la ciudad que depende del castillo.
Expulsada la
aristocrática familia alemana de sus ancestrales dominios, deja de guardia de
su patrimonio y nombre a su mayordomo Julius Stein, personaje inspirado
abiertamente en ese otro epítome del oficio que es el Stevens de Los
restos del día, y que fiel a su sentido del deber y de la lealtad hacia
la familia Hohenzollern, organiza, cuida, se preocupa, calla y no juzga a toda
esa corte versallesca que usurpa el amado castillo donde ha servido su familia,
convertido ahora en un nido de intrigas, ambiciones y traiciones. Lo único que
alivia a Stein es su amor por la música y el inicio de una extraña amistad con
el ama de llaves importada de Francia que deparará varias sorpresas al final
del libro.
Opta el autor por
una solución de compromiso entre la novela y la crónica periodística que no
termina de convencer, en mi opinión. Escrito en una prosa seca que abunda en
las elipsis, adolece de un exceso de documentación y de personajes secundarios
que carecen de importancia y frenan el ritmo interno de la novela. Flaquea
asimismo en la construcción de la historia romántica, previsible y tan falta de
chispa que el lector apenas se emociona con ella.
En cuanto al
componente histórico, está muy bien reflejada la mediocridad casi obscena de
los dirigentes galos, viviendo al margen de una población muerta de hambre
mientras ellos protestan por la escasa variedad de sus postres, pelean por las
habitaciones como críos y juegan a atraer a sus causas personales a los
funcionarios que los acompañaron; pero honestamente, esperaba más información
acerca de un momento tan interesante y poco conocido.
Sorprende
Assouline tratando con benevolencia al viejo mariscal Pétain, quizá recordando
su servicio a Francia en la I GM, y casi reivindicando a Céline (supongo que
por su obra Viaje al final de la noche). No salen bien parados ni Laval ni el
siguiente presidente en el exilio, Bertrand.
En resumen, más
le hubiera valido al periodista escribir un ensayo o monografía con el material
que contaba que hacer un extraño mestizaje con el género novelesco porque el
resultado deja mucho que desear.
Al fracaso como
novela hay que añadir los serios problemas de traducción (y no es la primera
vez que sucede con Navona Editorial), tanto que a veces se masca el camembert
tras las palabras. Una pena.
Sybila @YoLibro
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