lunes, 11 de marzo de 2019

SIGMARINGEN. Pierre Assouline


Si toda guerra propicia la reproducción en masa de indeseables, la II Guerra Mundial se llevó la palma en ese ranking. Rápidamente se nos vienen a la cabeza nazis y fascistas italianos, pero hay un grupo especialmente miserable, en tanto en cuanto pertenecía a una de las democracias más consolidadas de Europa, y fue el discutido y siempre discutible gobierno colaboracionista de Vichy, que ha hecho correr ríos de tinta, sobre todo en el país vecino.
Assouline, periodista, novelista, crítico literario, en fin, toda una figura de las letras francesas, a modo de homenaje a su tío que vivió los últimos días de Vichy, nos narra esa esperpéntica huida hacia delante en el final de la guerra del Mariscal Pétain, el presidente Laval y su corte de criados, funcionarios, milicianos que los conduce al refugio ofrecido por Hitler: el inmenso castillo de Sigmaringen de los Hohenzollern. A ellos se unen miles de civiles franceses entre los que se encuentra el escritor Céline, causando una verdadera convulsión en la ciudad que depende del castillo.

Expulsada la aristocrática familia alemana de sus ancestrales dominios, deja de guardia de su patrimonio y nombre a su mayordomo Julius Stein, personaje inspirado abiertamente en ese otro epítome del oficio que es el Stevens de Los restos del día, y que fiel a su sentido del deber y de la lealtad hacia la familia Hohenzollern, organiza, cuida, se preocupa, calla y no juzga a toda esa corte versallesca que usurpa el amado castillo donde ha servido su familia, convertido ahora en un nido de intrigas, ambiciones y traiciones. Lo único que alivia a Stein es su amor por la música y el inicio de una extraña amistad con el ama de llaves importada de Francia que deparará varias sorpresas al final del libro.

Opta el autor por una solución de compromiso entre la novela y la crónica periodística que no termina de convencer, en mi opinión. Escrito en una prosa seca que abunda en las elipsis, adolece de un exceso de documentación y de personajes secundarios que carecen de importancia y frenan el ritmo interno de la novela. Flaquea asimismo en la construcción de la historia romántica, previsible y tan falta de chispa que el lector apenas se emociona con ella.

En cuanto al componente histórico, está muy bien reflejada la mediocridad casi obscena de los dirigentes galos, viviendo al margen de una población muerta de hambre mientras ellos protestan por la escasa variedad de sus postres, pelean por las habitaciones como críos y juegan a atraer a sus causas personales a los funcionarios que los acompañaron; pero honestamente, esperaba más información acerca de un momento tan interesante y poco conocido.
Sorprende Assouline tratando con benevolencia al viejo mariscal Pétain, quizá recordando su servicio a Francia en la I GM, y casi reivindicando a Céline (supongo que por su obra Viaje al final de la noche). No salen bien parados ni Laval ni el siguiente presidente en el exilio, Bertrand.

En resumen, más le hubiera valido al periodista escribir un ensayo o monografía con el material que contaba que hacer un extraño mestizaje con el género novelesco porque el resultado deja mucho que desear.
Al fracaso como novela hay que añadir los serios problemas de traducción (y no es la primera vez que sucede con Navona Editorial), tanto que a veces se masca el camembert tras las palabras. Una pena.

Sybila @YoLibro


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