“Por lo visto, los lanceros Bengalíes fueron un famoso regimiento anglo-indio —comentó el joven (americano), tirándose de las perneras para mostrar toda la amplitud de sus jodhpurs blancos—. Aunque no logro entender cómo los británicos conquistaron el Imperio con estos pantalones de payaso.
—Lo dice alguien de una nación que conquistó el Oeste con zahones de cuero y ardillas muertas en la cabeza a modo de gorro—replicó Pettigrew.”
¿Se puede replicar con más elegancia e ironía?
Ese es el espíritu que alienta esta deliciosa novela, la primera de esta autora, increíblemente norteamericana (o quizás por eso mismo) en la que aparecen, maravillosamente utilizados, todos los tópicos de la burguesía rural británica: el golf, la jardinería, las cottages, la asociación de damas aburridas empeñadas en arreglar las vidas de sus vecinos, el noble arruinado, el conflicto generacional entre el sensato y tradicional Pettigrew, más apegado a la tierra que un rosal sajón, y su atolondrado y esnobista hijo, tiburón de las finanzas en la city.
Y por supuesto el Té (si algo no se puede solucionar con una humeante taza de té, es que no tiene solución). Sólo han faltado el leal perro de caza y el mayordomo no menos fiel. Imperdonables olvidos.
Si a este típico “pudding británico” le añadimos un toque de especias exóticas, joyas del glorioso Imperio, representadas por la señora Ali y su religioso sobrino, pakistaníes que regentan la tienda de ultramarinos del pueblo, y la avasalladora salsa del habitual millonario hortera norteamericano, dueño del consabido castillo en Escocia (no siempre funciona el colonialismo como se esperaba) ya tenemos suficientes elementos desestabilizadores de las buenas costumbres para construir una novela amena, divertida, adorable, romántica y con su puntito de denuncia racista.
La trama, sencilla pero eficaz: un Mayor retirado del ejército británico, viudo y último espécimen de los modales victorianos, pierde inesperadamente a su hermano. La discusión sobre la herencia frente a las ambiciones materialistas de su hijo y cuñada hacen que se tambaleen los pilares de su apacible e imperturbable mundo. Sorprendentemente, sólo encontrará consuelo en la tímida pero inteligente compañía de la viuda pakistaní. Entre ambos surge la química que constituirá el bálsamo para sus soledades.
Su poco conveniente relación trastocará la vida del pequeño pueblo donde residen y sin proponérselo, serán el centro hacia el que convergen las aburridas historias de sus habitantes, desembocando en un remolino de acontecimientos trágicos y divertidos a la par.
El buen gusto narrativo, el excelente ritmo, la delicadeza con la que trata a los personajes hacen que te sientas plenamente integrado en la novela desde la primera página y que no puedas soltarla hasta que termina porque no quieres abandonar a la encantadora pareja Pettigrew-Ali.
Lástima que a la autora (americana al fin) se le vaya un poco de las manos la historia cerca del final, escorando peligrosamente hacia el rosa pastelón.
Aun así, la recomiendo con entusiasmo, porque es tan acogedora como un reconfortante té, tan fresca como la campiña inglesa en una mañana de rocío, tan delicada como la seda de un “salwar kameez”, tan exquisita como un vals en un rancio club de Golf, tan divertida como la severidad británica.
Postdata: He leído en internet que hay intención de hacer película (es lo que estás pensando constantemente mientras la lees: esto es de cine) y no imagino otro Pettigrew que Colin Firth. ¿Dónde hay que firmar?
Sybila @YoLibro
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