Entre la metáfora dolorida y el homenaje pirenaico a “Mientras agonizo” de Faulkner, así transcurre este monólogo del último habitante del pueblo abandonado de Ainielle, en el Pirineo aragonés.
Mientras Andrés yace acosado por los fantasmas de las
estaciones, únicas residentes en este esqueleto de poblado, su enfebrecida mente
evoca, en un siniestro juego de la memoria, a todos los que se han ido: esposa,
vecinos, el hijo exiliado con el que cortó lazos.
De una manera errática, confundiendo recuerdos con temporales
de nieve, muertes con lluvias amarillas de octubre intenta encontrar las
huellas que le conduzcan al momento único en el que era él, antes de que el
deshielo de la muerte lo arrastre en una colada informe de barro.
Inspirado en los pueblos obligados a desaparecer en la España
interior, la prosa poética de Llamazares conforma un relato estremecedor de
soledad, crueldad, locura, naturaleza enérgica y primigenia, para hablarnos del
paso del tiempo, el de pisadas mullidas, el de zancadas torrenciales. La lluvia
amarilla sería una metáfora de todo ello:
“aquella era la lluvia que
oxidaba y destruía lentamente, otoño tras otoño y día a día, la cal de las
paredes y los viejos calendarios, los bordes de las cartas y de las fotografías,
la maquinaria abandonada del molino y de mi corazón”
Sin duda uno de los relatos que más me han impactado en los últimos
años a pesar de las sensaciones contradictorias que provoca: la tremenda pena y
desolación que encogen el corazón mientras lees, que te obligan a interrumpir
la lectura porque ya no puedes más (al menos en mi caso), contrastan con la
bella prosa de Llamazares que te empuja a continuar.
Absolutamente vigente a pesar de haber sido escrito en 1988,
recomiendo su lectura para la que hay que armarse de una más que notable
presencia de ánimo.
Sybilalibros