Esquivo título para un libro derrotista.
El adulterio, tema muy querido para la literatura desde los
tiempos de Homero, no supone tanto la pérdida del amor conyugal como de algo con
las raíces más profundas: la familia y el estatus. Ser infiel es anegar en
mentiras la planta mimada desde la semilla, dejar que los pulgones de la
maledicencia se ceben con ella mientras se cuida con esmero la hierba silvestre
pubescente e indómita que ha brotado impúdicamente en la maceta familiar.
De ello habla esta novela de corte clásico, perfeccionista
en su factura, milimétrica en el detalle, cuya trama no esconde ninguna
sorpresa y que, sin embargo, produce un inmenso placer durante su lectura.
Robert Merriwether es un respetado profesor de ciencias de
Harvard, último vástago de una familia de abolengo un poco ya mohoso de Nueva
Inglaterra y apaciblemente casado con una inteligente mujer que le ha dado 4
hijos de los que se siente muy orgulloso. Robert, que se deleita con los nuevos
avances científicos que agiten su conocimiento, detesta los cambios domésticos
fuera de los necesarios del crecimiento biológico de su prole. Desgraciadamente
no puede vivir aislado de los rebeldes vientos de los 60 que soplan incluso para
la rancia Harvard. Así, se cuelan por la ventana de su despacho en forma de una
caprichosa pero adorable estudiante de doctorado, Cynthia, que le atrae a un nuevo
mundo de color sicodélico, ruptura subversiva y amor ¿libre?.
Lo que sigue no es nuevo, pero sí admirablemente descrito. Robert
pasa de ser el rey de su casa/castillo a una marioneta en manos de la
avasalladora juventud que todo lo cambia para que nada cambie, como sentenció
el Príncipe de Salina. Encuentros y desencuentros, arrepentimientos y euforia,
culpa e incomprensión en una narración desdoblada acorde con las dos vidas que
lleva Merriwether.
Mientras, Sarah, la esposa traicionada, se desploma en una
butaca de abatimiento. La narración de su hundimiento es lo que más me ha
gustado de la novela pues consigue una perfecta simbiosis entre el estado de
ánimo de Sarah y la condición en que se encuentra la noble pero vetusta casa
colonial: el autor nos describe unas paredes cansadas, unos muebles demacrados
como su dueña, unas cortinas que ocultan las verdaderas formas de las
habitaciones como las ropas apáticas esconden el cuerpo informe de la esposa que
en otro tiempo fue una prometedora alumna que sacrificó todo por el matrimonio
y la maternidad.
Richard Stern era profesor de literatura inglesa y como tal
escribe: correcto, meticuloso, preciso en el verbo, culto en el léxico, lo que
suscita una sensación de mayor distancia entre la monótona vida de Merriwether
y los convulsos cambios que trajeron los 60 con sus hippies, drogas, amor libre
y la no violencia.
Espero haber incitado a su lectura porque es un libro que
merece la pena y está estupendamente editado por Siruela.
Sybilalibros
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