lunes, 9 de septiembre de 2019

LA LEYENDA DEL SANTO BEBEDOR. Joseph Roth

Joseph Roth, 1894-1939. Judío austrohúngaro, padeció el derrumbe de su mundo con la Gran Guerra, de lo que dio testimonio en su obra, como Zweig y otros. En su vida íntima fue alcohólico y desgraciado. Hay que leer sus novelas “Hotel Savoy”, “Job” y “La marcha Radetzky”.

 Se despidió en 1939 con este recomendable “Die Legende vom heiligen Trinker”. No es una novela, es un relato de setenta páginas alucinadas, humorísticas –sabemos que el humor sólo es alegre a veces- y sobrias. Roth no bebía cuando escribía; el resto del tiempo, sí.
 El humor  radica, pinceladas de sonrisas aparte, en que el protagonista, vagabundo borracho, tiene un golpe de suerte tras otro; cuando sabemos que, en realidad, a estas personas suele sucederles lo contrario. Este cuento es una fantasía, pero agarrada a la realidad, como la humedad se pega a la orilla del Sena, cobijo de menesterosos bajo sus puentes.
 Si usted no es bebedor, pasará un buen rato, como quien lee algo sobre un tema ajeno a su experiencia, pero que está bien contado. Si usted bebe, dará palmas de reconocimiento y sorbos de absenta al leer cosas como: “Cuando, por fin, se levantó, sintió una cierta hambre, pero esa clase de hambre que solo pueden percibir los bebedores empedernidos. Se trata de una forma muy especial de avidez (no avidez de alimento), que tan solo dura unos pocos instantes y desaparece tan pronto como el individuo que la siente se imagina una determinada bebida, precisamente la que más le apetece en aquel momento.”
 Leo la edición de Anagrama de mayo de 2019. Oportuno el breve epílogo de Hermann Kesten, amigo del autor; me emociona el autorretrato, un dibujo, del propio Roth.  El prólogo, carente de interés, de Carlos Barral, léanlo después del relato. Lo único claro que cuenta es el final de la obrita.


Luis Miguel Sotillo Castro

domingo, 8 de septiembre de 2019

UN GIRO DECISIVO. ANDREA CAMILLERI


Parece que a estas alturas de mis muchas lecturas de Camilleri sería innecesario comentar otra novela de Montalbano. Pero es muy necesario.

Hay gente que piensa que la serie declina en calidad a partir del 3º o 4º. Pero hoy les voy a demostrar que nada más lejos de la realidad con esta séptima entrega.

Como bien comentaba en una entrevista el actor que incorpora al comisario en la serie de TV, Montalbano no es un “giallo” (así es como llaman en Italia a la novela policíaca porque las primeras colecciones de postguerra tenían las cubiertas amarillas) al uso. Lo de menos es el crimen que investigar. Montalbano es el vehículo de Camilleri para mostrarnos su filosofía de vida, su ideología, la pasión por su tierra siciliana, su inmensa cultura, en fin, su Historia.

En ninguna de las novelas que le he leído se esconde Camilleri de denunciar los problemas que minan a su isla. De ellos, hay uno en particular que aborda en varios relatos, incluso se hace recurrente en el ambiente de fondo, porque se ha convertido en la pesadilla cotidiana de Sicilia (más que la mafia autóctona) y es el drama de la inmigración.

Sicilia y Andalucía tenemos mucho en común y compartimos muy de cerca, demasiado, la desesperación y la nueva esclavitud que están haciendo del Mediterráneo un cementerio.
Si el tráfico de personas nos indigna (o debería) cuando se trata de niños es repugnante. Y de eso trata este Montalbano.

 ¿Cómo contar/denunciar este sórdido mundo sin olvidar lo que define a la serie como la comicidad de Catarella, los salmonetes fritos, la amistad de la comisaría, los épicos cabreos del comisario y su eterna batalla contra los medios de comunicación tan corruptos como los políticos? Para eso sólo hay una respuesta: ser un maestro de la narración. El manejo de la conexión entre las distintas tramas es ejemplar y la sensibilidad a la hora de abordar un tema tan difícil, que bien podría caer en el melodrama, es exquisita.

Recomiendo especialmente esta novela para despertar conciencias adormecidas por tantas imágenes de telediarios que a fuer de ser cotidianas las hemos asimilado como algo natural y sólo reaccionamos un poco si ONGs aficionadas a la exhibición circense y famosos que viven en mansiones montan el espectáculo.

La realidad está en este libro, sin teatro. Da igual si no has leído las anteriores de la serie. Tiene tal potencia que vale como un relato independiente.

Esta reseña va por todos aquellos que se dejan la piel contra este horror mientras los gerifaltes de Europa se ponen de perfil: policía, Guardia civil, voluntarios, ONGs, Iglesia, Cruz Roja y una mención especial porque me toca muy de cerca a Salvamento marítimo y su equipo médico. Aquí y en Lampedusa.

Sybilalibros@YoLibro

lunes, 2 de septiembre de 2019

LA MADONNA DE LOS COCHES CAMA. Maurice DeKobra

Cuando una se encuentra ante una obra maestra del género que yo he bautizado “Felices años 20” todos los calificativos para definirla no son más que pálidos reflejos en platónica caverna: chispeante, elegante, intrigante, erótica, despreocupada y a la vez aguda en el affaire político, personajes cosmopolitas como sólo podían ser los de viajeros del Orient Express, un discurso inteligentísimo sin perder  “le charme” y una ambientación tan sensual que parece envuelta en una vaporosa “negligée”.
Rotundamente perfecta.

Pero algo único como esta novela no sería posible sin un autor tan singular como Maurice Dekobra. Si el autor no hubiera sido quien fue ni vivido como vivió, esta historia no hubiera existido: francés bon vivant, reportero aguerrido, escritor, aventurero, amigo de Chaplin, amante de Rita Hayworth y, por encima de todo, viajero al viejo modo europeo de tal forma que se dice que su figura inspiró al Tintin de Hergé (despojándole del toque erótico que emanaba, claro).

La trama, con apariencia de vodevil, encierra una curiosa historia de espías y una dura crítica contra el recién nacido bolchevismo que la hace aún más deliciosa: Lady Diana Wynham es una noble viuda escocesa de rancio abolengo, excéntrica y osada sin perder un ápice de su glamour. Es conocida en la sociedad londinense por sus romances indiscretos y por sus lujosos viajes que le han valido el sobrenombre de Madonna de los coches-cama. Servida por devoción que no por dinero por su fiel valet Gèrard Séliman, conde y perfecto gentleman  que jamás traspasa el biombo chino de la relación señora-sirviente, se ve abocada a la ruina por el continuo derroche.
Lo único que puede salvarla de la ordinariez de la pobreza son unos terrenos petrolíferos en el Mar Negro, herencia de su último marido, que ahora están bajo control soviético, con lo que ya está servida la aventura para el impecable Séliman contra la vulgaridad, la violencia gratuita y el mal gusto de los arribistas bolcheviques. El despiporre: espías, comisarios políticos degenerados, el mítico Orient Express, yates de lujo en el Mar Negro, apasionadas aventuras amorosas con el enemigo, caviar en lóbregas prisiones…¡¡EXTRAORDINARIA!!

Estupendamente escrita,  he disfrutado enormemente de la ironía británica, de la acción trepidante, de la candela que larga contra los soviéticos y del Buen Gusto, algo harto difícil de hallar en la novela actual. Vamos, que acabo de terminarla y ya estoy deseando de releerla.

Recomendación con mayúsculas para pasar un rato delicioso y viajar en el tiempo, cuando Europa aún era “chic” y divertida.

Sybilalibros@YoLibro

sábado, 31 de agosto de 2019

APUESTA AL AMANECER. Arthur Schnitzler


Gratamente sorprendida con este autor, amigo de Zweig, con el que comparte fe judía, cultura cosmopolita vienesa y amistad con Freud. 
Menos elegante y sensible en su prosa que Zweig, pero igualmente sugerente gracias a la maestría a la hora de profundizar en los aspectos psicológicos de los personajes, dada su condición de médico. Destacan particularmente en esta novelita el reflejo de la desesperanza, la fragilidad del hombre ante las jugarretas del destino, los impulsos irreflexivos y sus consecuencias.

El argumento nos lo brinda Acantilado:

Una mañana, el alférez Wilhelm Kasda recibe la visita de un amigo, un ex teniente separado tiempo atrás del servicio por una historia de juego. Desde entonces, acuciado por problemas familiares y cajero de empresa, ha ido sustrayendo pequeñas cantidades de dinero que, poco a poco, han llegado a alcanzar la considerable suma de mil florines. En el momento en que empieza la novela, el ex teniente se encuentra en una situación difícil a causa de una inminente inspección de contabilidad que pondrá al descubierto su desfalco, por lo que solicita la ayuda de su amigo. Ante la imposibilidad de complacerle, el alférez decide jugar casi toda su fortuna a las cartas. Gana. Pero una inesperada jugarreta del destino—un encuentro fortuito, la pérdida del tren de vuelta… —lo hace sentarse de nuevo a la mesa de juego, que esta vez le depara un trágico desenlace no exento de insospechados concurrentes.

No es su mejor relato, según he leído. Además el tema del juego y sus consecuencias no me atrae mucho. Diría que es la otra cara de la moneda, la visión masculina de la extraordinaria “24 horas en la vida de una mujer” de Zweig. Aun así, lo recomiendo por su calidad literaria, por compartir estilo con otro grande como Marài y por ser uno de los mejores cronistas de la sociedad vienesa de principios del s.XX.

Sybilalibros@YoLibro




viernes, 30 de agosto de 2019

VINIERON COMO GOLONDRINAS. William Maxwell.


Segundo intento con Maxwell, el editor por antonomasia del The New Yorker, tras el abandono de “La hoja plegada” que me pareció de lo más ñoño y pretencioso. Pero una persona tan dotada para encontrar el talento y tan elogiada tenía que haber escrito algo mejor, me dije a mí misma. Así que me arriesgo con “Vinieron como golondrinas”, rebajando expectativas, acción que, tras la deliciosa lectura, se mostró de lo más inútil.

Nada más que con el título me tenía casi ganada: de los más bellos y evocadores que he leído en mi vida. No en vano, proviene de una estrofa de un poema de Yeats:

“They came like swallows and like swallows went,
And yet a woman's powerful character
Could keep a Swallow to its first intent;
And half a dozen in formation there,
That seemed to whirl upon a compass-point,
Found certainty upon the dreaming air,
The intellectual sweetness of those lines
That cut through time or cross it withershins.”

Muchas veces, las citas que algunos autores gustan de usar como prefacio no tienen mucho que ver con el argumento y son mero exhibicionismo literario. No es el caso. Es sorprendente cómo, una vez leída la novelita (es corta), el sentido y el tono de ésta encajan perfectamente en los versos del poeta irlandés. Tal es la dulzura, la sensibilidad y el amor que destila.

Vinieron como golondrinas es un relato íntimo, muy íntimo, casi da pudor leer en las almas de los personajes que Maxwell entreabre para nosotros. Narrado a tres voces, la del pequeño Bunny, su hermano mayor Robert y el padre de ambos, nos cuenta varios instantes en la vida de una familia media norteamericana durante la pavorosa epidemia de gripe del año 1918. Momentos de felicidad, de ternura, de peligro, de recriminaciones, que giran en torno a un eje fundamental: la madre, pilar de la casa y brújula de sus habitantes.

En estos tres “diarios privados” que apenas ocupan 200 páginas, Maxwell nos habla de muchas cosas: de la importancia de la familia, la conservación de las tradiciones como la única manera de perdurar, la religión como elemento definitorio de clase social, la siempre difícil transición a la adolescencia, la infancia como el paraíso perdido, los padres que aman a distancia por temor a perder estatus, la educación como motor de progreso. Valores que podemos identificar como constructores del espíritu norteamericano y que confluyen en la madre, depositaria de todos ellos.
Cuando la enfermedad golpea a la madre, el mundo se derrumba y los tres varones de la casa deambulan perdidos y desamparados, intentando aferrar la realidad a través del recuerdo de una cesta de costura, una luz velada de atardecer, un café fuerte en el fogón, unos soldaditos de plomo tan egoístas como su dueño…Son en estos instantes cuando más brilla el talento del autor, que se demora gustoso en el detalle, en lo accidental, al modo de los pintores flamencos, y como ellos, desarrolla la mayor parte del relato en los interiores de las casas.

La recomiendo vivamente no sólo por la poesía de su imagen, la sensibilidad con la que trata a sus personajes y el buen hacer de su escritura, sino también como desintoxicación de novelas megalómanas contundentes, para recordar que lo esencial está en los pequeños detalles. Creo que es una de esas joyitas que pasan bastante desapercibidas, ahogada entre los grandes títulos y que sólo sabes de ella si te la descubren.

El único pero, una traducción regularcilla que en ocasiones afea algunos pasajes. He leído la edición antigua de DeBolsillo, pero hay edición nueva en Asteroide. Quizás hayan mejorado este punto.

Sybilalibros@YoLibro

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